domingo, 11 de octubre de 2015

LOS NUEVOS COMPAÑEROS - lectura dominical



Hace unos 100 años, "la moda lo chic" era la preocupación y la obsesión constante de los nuevos ricos, la burguesía emergente, las estrella del joven cine, la aristocracia decadente y todos aquellos que con una existencia cómoda, aburrida y errante se implicaban en la competencia social de los caprichos y las extravagancias, para demostrar  o aparentar que tienen más que los demás, movidos por un deseo malsano de originalidad.
Desde entonces, algunas cosas han cambiado; algunos animales supuestamente, tienen nuevos papeles sociales, familiares o “laborales”, tienen más derechos.
También, se dice que algunos humanos han ganado nuevos derechos sociales pero la mayoría hemos perdido la capacidad de decidir libremente, de actuar con el sentido común, humano y natural, en cuanto a nuestra existencia y el futuro.
En cambio, ha aumentado el número de nuevos ricos con sus caprichos y sus extravagancias…  Los demás insisten en admirarlos y si pueden, imitarlos.
En los años 20, Vicente Blasco Ibáñez (el mejor novelista, en mi opinión…) publicaba en la revista La Esfera, un bello artículo ilustrado por Rafael de Penagos (el mejor ilustrador, según mi gusto…), que representa una verdadera estampa de la alta sociedad en la Costa Azul de aquella época.

En el post de hoy deseo compartir aquel artículo, como simple lectura dominical (si alguien tiene tiempo para leerla...).

LOS NUEVOS COMPAÑEROS

Texto: Vicente Blasco Ibáñez
Ilustración: Rafael de Penagos


Hace pocos días hablé con el director de uno de los “palaces” más célebres y caros de la Costa Azul, y este personaje representativo de nuestra época, que tiene automóvil propio, cobra más sueldo que un primer ministro, es amigo de varios reyes y estrecha confianzudamente las manos de los millonarios de Europa y América, me dijo así:
- Una nueva preocupación aflije ahora á los hoteleros. Muchos clientes llevan con ellos un animal, y estas bestias nos dan más trabajo que las personas.
Pensé inmediatamente en los perros, no pudiendo comprender cómo este famoso personaje los consideraba una novedad en la vida de los hoteles.
La Costa Azul es el lugar de la tierra donde abundan más los perros. Los hay á docenas en los “palaces”, en las casas, en los paseos, en los lugares más apartados de la ribera ó la montaña. Hacen imposible un largo y silencioso recogimiento ante la Naturaleza. Cuando se cree uno solo y empieza a saborear la calma rumorosa del paisaje, sumido en profunda paz, suena al lado el grotesco ladrido de algún gozque, último amor de su dueña envejecida, y con la rapidez de un reguero de pólvora inflamada este ladrido se dilata, se multiplica al correr hacia el infinito, pues de todas partes empiezan a contestarle otros aullidos, atiplados o graves, de perros de salón, perros de pescador, perro de granja o perros que tiran de su cadena junto a las verjas de los jardines elegantes.
En este pedazo de Francia, tierra de retiro invernal, donde de cada diez personas que buscan el sol siete hablan inglés y tres solamente francés, la dama vieja con su perrito es el eterno personaje que da valor humano al panorama.
Bien sabido es lo que representan, generalmente, las respetables señoras que viven durante el invierno en la Costa Azul y pasan la primavera en Florencia. Aunque sean de distintos idiomas y naciones, todas resultan iguales. Todas poseen una peluca rubia, una dentadura postiza, una novela inglesa “muy moral”, que nunca acaban de leer, pues aunque la cambien, siempre dice lo mismo…. Y un perro.
A causa de ellas, los hoteleros, que tienen de vez en cuando sus asambleas internacionales en alguna ciudad de Suiza (lo mismo que los diplomáticos de la Sociedad de las Naciones se reúnen en Ginebra), se han visto obligados a ocuparse del perro y sus molestias, combatiendo su existencia por medio del impuesto.
Hace algunos años, los perros, que siempre habían vivido gratuitamente en los hoteles, fueron tasados en dos francos diarios. Ahora pagan cinco, y en ciertos “palaces” diez y hasta quince francos, sin que haya influido esto en su disminución. Al contrario: tener perro en un hotel de lujo significa un gasto considerable; cuesta más que costaba antes de la guerra el mantenimiento de un cristiano, y denuncia gran riqueza en su dueño.
Pero el personaje célebre sonríe despectivamente al oírme hablar de perros. ¿Quién se acuerda de estos animales?... Han pasado de moda y únicamente pueden interesar a las gentes desorientadas que siguen un retraso de varios años los adelantos de nuestra época.
Los altos lebreles de Rusia, estrechos, sedosos, distinguidos e imbéciles; el perro policía, feroz y de una agresividad inteligente; el “lulú de Pomerania”, pequeño y lanudo como un manguito con patas y ojos; los gozques liliputienses, capaces de tener por casa un saquito de mano, todas estas bestias privilegiadas, que cuestan miles de francos y eran acogidas antes con palmoteos y gritos femeninos de entusiasmo, resultan actualmente un regalo vulgar, bueno para los burgueses que no se enteran de lo que es chic.
-Otros animales- añade- son ahora los acompañantes de moda, especialmente de la mujer.
Estas palabras vienen de un hombre en íntimo contacto con la humanidad privilegiada que llega de todas partes a la Costa Azul, vive unos meses en ella y vuelve a esparcirse por el mundo. Nadie puede conocerla mejor… Y me hacen ver, repentinamente, con una concreción luminosa, imágenes que se habían deslizado antes por mis ojos, sin que yo las retuviese.

Me acuerdo de la hora cálida y elegante del Mediodía, cuando circulan los extranjeros por los muelles de Menton, las terrazas de Monte Carlo, el Paseo de los Ingleses, en Niza, y las explanadas del puerto de Cannes. Pasan señoras con la sombrilla japonesa en la diestra, llevando sobre un hombro o en un codo el papagayo amaestrado que las acompaña en sus viajes, 
Otras tiran de una cadenilla al término de la cual marcha un mono a gatas o se apoya en las manos traseras, irguiendo su cabecita orejona y piramidal sobre la capucha de un hábito hecho con tela de casulla. Otras damas, más jóvenes y de arrogancia deportiva, acarician con la punta de su bastón el gato montés, la zorra, el lobito, la pantera o el pequeño tigre que las sigue a todas partes, como en otros tiempos el perrillo faldero.

Estos son los camaradas de viaje que pueden dejarse ver. El célebre hotelero me habla de otros que se quedan en casa, o sea los que permanecen ocultos en el cuarto del “palace” y obligan a los criados a realizar a toda prisa limpieza de la habitación, si es que no se quedan a la puerta vacilantes y medrosos: lagartos soñolientos, hundidos en algodones que les sirven de cama; tortugas, que surgen lentamente del abrigo del sofá; reptiles de piel en cuadricula (molestos de nombrar), que al sentir la caricia del rectángulo de sol de la ventana prolongado hasta su cesto, se desenroscan, levantan la tapa de junco y, dilatando sus anillos, empiezan a subirse por las patas de los muebles.
Como ahora la gente viaja más que en otras épocas y dar la vuelta al mundo es diversión que nada tiene de extraordinario, las personas andariegas y caprichosas, movidas por un deseo malsano de originalidad, escogen los más extraños camaradas para su existencia cómoda, aburrida y errante.

Un recuerdo me conmueve de pronto interiormente, con esa emoción explosiva que acompaña los descubrimientos inesperados.
Me veo, noche antes, en la fiesta de un gran hotel de Niza. Bailan las parejas bajo una lluvia de serpentinas y papelillos dorados. Los domésticos van de mesa en mesa ofreciendo objetos de cotillón. Las gentes se adornan con ellos grotescamente.
Graves señores, de solapa condecorada, han tocado sus cabezas con sombreros de payaso, crestas de gallo o plumajes índicos, todo de papel de seda.

V. Blasco Ibáñez y su esposa con los señores Errazúriz , en la Riviera Palace de Montecarlo, año 1927
Señoras que llevan sobre el pecho un millón en perlas o brillantes ostentan orgullosas en su peinado las diademas de lata o las sombrillitas de cartón que acaba de darles el maitre d´hotel. Entre baile y baile la gente devora. La acidez vegetal del champán derramado en los manteles se mezcla con la acidez humana de las axilas sudorosas.

   Una comida en el Café de París, Monte Carlo, 1927
En una mesa frente a la mía cena un joven solitario de aspecto “exótico”. Va vestido, indudablemente, por un sastre de Londres; pero, a pesar de su correcto smoking, evoca el recuerdo de islas paradisíacas de Asia, bosques de canela, pagodas de rumorosas campanillas, a causa de la indolencia de sus movimientos y el color de su rostro. Puede ser hijo de europeo y de oriental; puede haber nacido en Inglaterra y tener la cara ensombrecida por la causticidad de la atmósfera del trópico. Si se desnuda este joven, perezoso y atlético, tal vez muestre una blancura femenina, alterada únicamente por la máscara de cobre que baja hasta la mitad de su cuello. Con la mano derecha atrapa en el aire las bolas de colores que le envían de las mesas inmediatas, y las devuelve sin esfuerzo.


Su mano izquierda permanece inmóvil y caída sobre un plato con restos del postre. Algo vive y se agita debajo esta mano… Lo recuerdo ahora claramente; lo veo como si aún lo tuviese ante mis ojos. Una cabecita de tortuga se mueve entre los dedos y el borde de porcelana. Avanza, husmeando los restos del postre dulce; luego se oculta… 

V. Blasco Ibáñez en Sudamérica, 
en una toldería de indios matacos del Gran Chaco. 
Año 1909
Conozco esta cabeza triangular; conozco su lengua de hijo bifurcado; conozco sus ojos salientes, que parecen empañarse de blanco al descender el velo cartilaginoso de sus parpados. Yo he vivido en las selvas de América, rotulando por primera vez un suelo virgen durante millones de años. Mi casa era un “rancho” de estacas y barro. Un doméstico indio untaba con ajo las patas de mi catre para que no subiesen por ellas los reptiles que cazan de noche y se introducen en las viviendas buscando la sociedad del hombre. Al romper el día, antes de calzarme las botas altas de cuero de cerdo, había que ponerlas boca abajo. Por si alguno de estos visitantes de había adormecido en su interior. Más de una vez, al encender luz en plena noche, sorprendí por un momento esta misma cabeza en un agujero del techo o del suelo.

El gentleman, de repente, parece olvidar la fiesta y se lleva, sonriendo, su mano izquierda a la cara. Un sopo  frío, algo así como una caricia “del otro mundo”, debe pasar por el bigote recortado.
No ha querido dejar a su amiga arriba, en la habitación que ocupa en el hotel. Teme por ella y la ha traído a la fiesta, enroscada en un brazo. Se asoma suavemente por el puño de la camisa; se apoya en el borde del plato; busca, golosa, las dulzuras fabricadas por los hombres, que su dueño le ofrece disimuladamente.
Así, tal vez, corre el mundo este gentleman de rostro color canela, yendo de gran hotel en gran hotel…
Un mal vecino de cuarto.

Nota: Las tres fotografías no corresponden al artículo publicado en la revista La Esfera; han sido asociadas en esta entrada para ampliar la ilustración del texto, según criterios personales.

sábado, 3 de octubre de 2015

LA VUELTA AL MUNDO: Al lector

Hace algún tiempo había iniciado este viaje en otro blog pero ahora, que tengo el blog dedicado a V. Blasco Ibáñez, realizaré el viaje por esta "ruta".
Es un viaje virtual, probablemente poco común.
Intentaré seguir a Blasco Ibáñez en su Vuelta al mundo, haciendo el papel de “la fotógrafa” que debería acompañarle para ilustrar el mundo que encontró y describió el novelista.
Será una larga aventura virtual que seguramente, en el mundo actual, a pocos les puede interesar. Ahora, me interesa a mí y a dos o tres personas más. Es suficiente  para comenzar.
Si durante esta hazaña, alguno de los lectores puede y quiere colaborar aportando más información  o imágenes relacionadas con el tema, sería un gran apoyo para llevar a cabo la ilustración de aquel viaje que tanto conocimiento nos aporta sobre una época lejana de un tiempo que no vivimos.

En las entradas de la serie dedicada al viaje reproduciré el texto completo escrito hace más de 90 años, por Vicente Blasco Ibáñez. Las imagenes que pretenden ilustrarlo, son imágenes de la época, relacionadas con la obra y su autor; una parte son reproducciones de antiguas publicaciones de mi colección y otras, son extraídas de páginas web. Si alguien considera que alguna imagen es de "su propiedad", le ruego me lo notifique  y procederé a eliminarla.
El contenido de esta serie, igual que el blog en general, está en permanente revisión y transformación. Al encontrar  nueva información, se completará la publicada anteriormente. También, si en lo publicado resultan datos incorrectos, estos serán eliminados.
El blog, realizado con el propósito de enriquecer nuestros conocimientos y sin ningún ánimo de lucro, está abierto a comentarios, discusiones, aportaciones; está a disposición de todos los interesados. 
 Gracias a todos y un Feliz viaje!



Introducción

En los años veinte, el dar la vuelta al mundo en un crucero de lujo era un privilegio reservado para los más ricos y Blasco Ibáñez lo era. Su fortuna y su fama mundial le habían llegado unos cuatro años antes del viaje y había sido a través de su talento, de su obra.
En 1923, cuando decide iniciar su viaje, Blasco Ibáñez había alcanzado un gran éxito internacional como novelista, tenia 56 años de edad y vivía en su villa Fontana Rosa de Menton, Francia. El escritor valenciano no gozaba de buena salud; tenía una diabetes mellitus tipo 2, diagnosticada muchas años antes, que le afectaba progresivamente la visión, aceleraba su envejecimiento y que finalmente, el 28 de enero del 1928, un día antes de cumplir la edad de 61 años, precipitó su muerte. 
Aunque su salud física no era muy buena, su espíritu aventurero le impulsó a realizar aquel largo viaje. 


V. Blasco Ibáñez en la Costa Azul, años 20
En octubre de 1923, ante un periodista español, el escritor decía: " … vivo encerrado en Menton y trabajo para un trust norteamericano de doscientos sesenta y tres diarios, la cadena Hearst. Además, el sábado por la mañana me marcho a dar la vuelta al mundo”. 
Fue el sábado 20 de octubre del 1923, cuando el inquieto novelista valenciano salía a emprender una nueva aventura, un periplo a través de los mares para experimentar y luego compartir con sus lectores impresiones, emociones, sensaciones y anécdotas vividas. 
Blasco Ibáñez, acompañado por su pareja Elena Ortuzar y por Casilda Jiménez, la dama de compañía de esta, embarca en el puerto de  Cherbourg en el RMS Mauretania, un trasatlántico de lujo que había salido de Southampton para llegar a Nueva York el día 26 de octubre.


Puerto de Cherbourg en los años 20

Lista de los pasajeros que salieron de Cherbourg en SS Mauretania, el 20 octubre 1923




Una de las lista de pasajeros llegados a Estados Unidos en SS Mauretania, el 26 octubre 1923

En Nueva York, Blasco Ibáñez permaneció hasta el 15 de noviembre, cuando el SS Franconia, un trasatlántico de lujo operado por Cunard Line, inicia el segundo crucero  alrededor del mundo. 
La primera vuelta al mundo en un barco de pasajeros había sido organizada y realizada un año antes, por la misma compaña en su SS Laconia,  transatlántico hermano de SS Franconía.

Los primeros dos cruceros: Laconia (1922) y Franconia (1923)
El SS Laconia, sucesor del anterior Laconia (1911-1917), había sido construido por Swan, Hunter & Wigham Richardson y botado el 9 de abril de 1921; hizo su viaje inaugural el 25 de mayo de 1922, de Southampton a Nueva York. 
El 21 de noviembre de 1922, partía como el primer crucero alrededor del mundo y después de 130 días, haciendo escala en 22 puertos, llegaba de vuelta a Nueva York, el 30 de marzo 1923. 
Fue un evento de mucho éxito para aquella época.
RMS Laconia 1922


Durante su estancia en Nueva York, Blasco Ibáñez y sus acompañantes, Elena Ortuzar y  Casilda Jiménez, se hospedaron en una suite del Hotel McAlpin; construido en 1912, a su inauguración era considerado el hotel más grande del mundo.



Hotel McAlpin, 1912
Sobre su estancia en Nueva York y la gran popularidad del novelista valenciano allá, José A. Balseiro, un escritor puertorriqueño que lo acompañaba colaborándole como interprete del inglés, relataba:
"Una mañana me dijo Blasco —era noviembre de 1923—: «El gerente de la librería Brentano's me ha pedido que vaya allí. ¿Quiere acompañarme? Ya sabe que no hablo inglés ni lo aprenderé nunca, pues me parece que, de hacerlo, me cambiaría mi suerte». Accedí, gustoso. Ya en la librería, poco hablamos con el encargado. Tan pronto los clientes advirtieron la presencia de «Mr. Ibáñez» —y sin que mediara dependiente alguno— el selfservice se adelantó a la época. Cogían un ejemplar de cualquiera obra de Blasco traducida al inglés, y se apresuraban a solicitar su autógrafo. Don Vicente, complacido, e invariablemente, escribía esta frase de ocasión —la única que había aprendido en inglés—: «With best wishes, V. Blasco Ibáñez». 
Otra mañana me llamó para invitarme a almorzar. Luego iríamos a ver el Franconia, trasatlántico que iba a llevarlo alrededor del mundo. Cuando llegamos al muelle de la Cunard Line, el guarda nos dijo que no podíamos pasar al buque. En ese momento pasó por allí un oficial. Le hablé en nombre de Blasco. Y tan pronto como oyó su nombre, nos condujo a bordo y nos mostraron todo el buque. 
Al siguiente día Blasco firmó nuevos contratos de traducciones y adaptaciones de sus libros a la pantalla".
Llegado el día jueves 15 de noviembre, Blasco Ibáñez embarca en el FRANCONIA  para iniciar el primer y último crucero de su vida; lo acompañaban Elena y Casilda.
El viaje alrededor del mundo, de Nueva York a Nueva York, duró cuatro meses y medio, desde el 15 de noviembre de 1923, hasta el 30 de marzo de 1924. 
Blasco Ibáñez no realizó el viaje completo sino que el 14 de marzo del 1924 desembarcó en Mónaco.

Nueva York, 1923 - Vicente Blasco Ibáñez a bordo del Franconia

RMS Franconia , inicia La Vuelta al Mundo  el 15 de noviembre de 1923. Vicente Blasco Ibáñez era uno sus pasajeros.

La ruta del Franconia alrededor del mundo 1923-1924
Durante el largo periplo, el novelista aprovecha cada momento y cada sitio para relatar lo que observa, describir con su genial talento cada uno de los lugares con su gente, su historia y sus costumbres. Finalmente reúne las impresiones de aquella inedita experiencia en su libro La vuelta al mundo de un novelista, publicado en tres tomos por la Editorial Prometeo de Valencia; los dos primeros aparecían en 1924 y el tercero a principios del 1925.

La vuelta al mundo de un novelista, considerado como un libro de viajes, no es una obra de erudición sino un reportaje sobre el mundo en el período de entreguerras. En sus páginas se  percibe la visión particular del autor, su acento personal e intransferible, pero también una mirada crítica y objetiva. Parece que en su viaje, el novelista desea comprobar si todo lo leído durante tantos años acerca del mundo y sus maravillas, es verdad, y si esta verdad se parece a la suya.

Trenzando perfectamente la descripción con la narración, el enciclopédico Blasco Ibáñez con su talento de periodista y sus amplios conocimientos sobre historia, política, economía o cualquier otro aspecto social de los países visitados, expone un fabuloso viaje geográfico y temporal.  
Relata no solo su experiencia personal en el crucero, sino también las anécdotas que van sucediendo, dejando entrever lo que le gusta o le desagrada; examina cada una de las realidades encontradas y reflexiona sobre las vivencias de cada lugar. Con su gran vocación para ilustrar narrando, expone serenamente y de forma magistral todo aquello que le emociona: imágenes y sensaciones. 

Probablemente, Blasco Ibáñez realizó este largo viaje impulsado por su impetuosa necesidad de aprender. Al finalizar el libro, el escritor afirma:

“Lo que he aprendido es que debemos crearnos un alma nueva, y entonces, todo será fácil. Necesitamos matar el egoísmo; y así, la abnegación y la tolerancia, que ahora sólo conocen unos cuantos espíritus privilegiados, llegarán a ser virtudes comunes de todos los hombres.”


V. Blasco Ibáñez en París, después de su viaje alrededor del mundo. 1924



NOTA ADICIONAL:


El crucero de 1923-1924 a bordo del RMS Franconia, en el que viajó V. Blasco Ibáñez, se considera la segunda vuelta al mundo en un barco de pasajeros. Etrasatlántico era el RMS Franconia 2 operado por Cunard Line entre  1922 y 1956, el segundo de los tres buques de esta compañía, nombrados Franconia.

El primero, RMS  Franconia 1 (1910- 1916), construido en 1910 por los astilleros ingleses de Swan Hunter & Wigham Richarson de Newcastle para Cunard Line, fue botado el 23 de julio 1910. Realizó su viaje inaugural el 25 febrero de 1911, entre Liverpool y Nueva York. Considerado el primer barco de pasajeros que tenía un gimnasio, como complemento recreativo, fue destinado a la ruta del Atlántico Norte, entre Liverpool y Boston. En 1915, durante la Primera Guerra Mundial,  es reconvertido en buque para transporte  de tropas pero el 4 de octubre de 1916 es torpedeado y hundido por un submarino alemán, al Este de Malta.


RMS Franconia (1910- 1916). Mayo 1911 - El primer viaje a Boston, mayo, 1911

Es  segundo RMS Franconia 2,(1922-1956)  botado el 21 de octubre de 1922 en el astillero de John Brown & Co en Clydebank, Glasgow, Escocia, realizó su viaje inaugural en junio de 1923,  entre Liverpool y Nueva York.  En los siguientes años navegó esta ruta durante los meses de verano y pasaba los inviernos de crucero, alrededor del mundo. 
Su alojamiento era para 221 pasajeros de primera clase, 356 de segunda y 1.266 de tercera clase. Tenía  lujosos  interiores, con decoración muy original, grandes salones, jardín, piscina, una sala de fumadores inspirada en el estilo del siglo XV , un centro de salud, una cancha de racquetball .
Después del crucero de 1938-1939, comenzó la Segunda Guerra Mundial y en septiembre de 1939, el buque  fue requisado para el transporte de tropas. En la guerra, durante casi 9 años, llevó más de  150.000 tropas.  Sufrió averías, accidentes, colisiones, bombardeos, pero siguió como un valiente soldado.
Hacia el final de la guerra, en enero de 1945, el Franconia tuvo su momento de gloria: sirvió como buque cuartel general de W. Churchill y la delegación británica en la Conferencia de Yalta , en Crimea, cuando el 'Big Three' - Churchill, Roosevelt y Stalin - se reunieron entre 4 y 11 de febrero, para discutir el futuro del mundo de la posguerra.
Finalizada la guerra, el Franconia volvió  a Liverpool en marzo de 1945 y siguió al servicio del gobierno, repatriando las tropas y prisioneros; hizo varios viajes a través del Atlántico llevando tropas y refugiados.
El junio de 1948, es devuelto a  Cunard Line. Una vez reacondicionado, reanuda el servicio de pasajeros el 2 de junio 1949, en la ruta comercial entre Liverpool y Canadá, alternado en invierno con cruceros de placer.
En noviembre 1956, el Franconia hizo su viaje transatlántico final, Liverpool-Nueva York-Liverpool y fue vendido  a la British Steel & Iron Corporation. El 14 de diciembre, dejó Liverpool para ser desguazado en Inverkeithing.

RMS Franconia (1922-1956), en los años 20

El tercero, RMS Franconia 3  (1963-1973), originalmente denominado RMS Ivernia, fue construido por John Brown & Company en Clydebank, Escocia  para  Cunard Line. Botado el 14 de diciembre 1954, hizo su primer viaje a Quebec y Montreal en julio de 1955. Era un transatlántico de pasajeros, entre el Reino Unido y Canadá. En 1963 fue reacondicionado como barco para cruceros  y renombrado  RMS Franconia, en reconocimiento al importante papel en la guerra del Franconia 2 y teniendo en cuenta su fama y popularidad como crucero alrededor del mundo. Retirado de servicio en 1971, fue vendido a la Unión Soviética en 1973. El Franconia se convirtió en el TS Fedor Chaliapin (BLASCO), nombre de un famoso barítono ruso. Siguió como crucero de gran éxito en los años 70, pero su larga historia  terminó en 1994. En su  último crucero del verano de 1994, partió desde San Petersburgo y haciendo escala en 20 puertos de Europa y en el Mediterráneo, terminó en Odessa, en el Mar Negro.
Fue guardado en Ilichevsk , un puerto a 40 kilómetros al suroeste de Odessa, hasta el año 2004, cuando fue desguazado.
RMS Franconia (1963-1973), 
como TS Fedor Chaliapin en los años 70, llegando a Sydney después de un crucero.