lunes, 12 de febrero de 2018

Recuerdos de 1928

La casa de Vicente Blasco Ibáñez en la Malvarrosa, Valencia.


Al comenzar el año 1928, Vicente Blasco Ibáñez vivía en su villa “Fontana Rosa” de Mentón (Francia). Allá, el 28 de enero, en la víspera de su 61 aniversario, el escritor valenciano fallecía por una bronconeumonía agravada por su diabetes. Fue enterrado en el cementerio local y cinco años más tarde, el domingo 29 de octubre de 1933, sus restos mortales llegaban a Valencia, su ciudad natal.
Pocas semanas después de la muerte de Blasco, el periodista madrileño César González-Ruano había llegado a Valencia para conocer de cerca la realidad de aquel momento: ver el chalet de la Malvarroas— l"casa del artista", tan soñada por Blasco Ibáñez pero hace bastante tiempo, abandonada —, visitar la sede de Prometeo, la editorial fundada en 1914 y cuyo director artístico siempre había sido el novelista, y además para entrevistar a los hijos del desaparecido escritor.
A continuación se reproduce el reportaje publicado el 14 de marzo de 1928, en el periódico Heraldo de Madrid. 
Algunas de las imagenes corresponden al respectivo articulo pero otras han sido adicionadas para complementar la ilustración del texto. 


Cómo viven los hijos de Blasco Ibáñez

Se piensa en la visita a los hijos de Blasco Ibáñez como en la visita a los hijos del héroe muerto. Parece ungirlos la misma grave sombra de saucos funerarios y laureles de gloría.
El mismo himno supersticioso de los hijos del héroe, que habitan el mismo solar donde él abriera un día de golpe las ventanas y asomara sus ojos a la inmensidad de un horizonte, de una baraja de infinitos que para él habían de decir su juego.
Ellos deben estar abrumados ante la muerte del padre, y, mejor aún, sorprendidos e inquietos de ese nuevo viaje emprendido por el padre aventurero y errante.
No vivieron su vida junto a él. Siempre lo recordarán en vísperas de marcharse o en día de llegada, que casi era otro tanto.

V. Blasco Ibáñez con su familia en 1903, en la playa de la Malvarrosa
Muchas veces, después de meses o de años de ausencia, se oía en la Malvarrosa la voz del coloso. 
Venia de las Indias Orientales o de las Occidentales. E iba descargando sus regalos exóticos: sedería y perfumes para Libertad ; idolillos tagalos y tabaco oriental para Sigfrido; un bastón con puño de oro cincelado, con figuras religiosas de un templo de Benarés, para Mario; una cartera y un pisapapeles para Femando Llores, su hijo político, a quien Blasco quería como un hijo de veras.
Y cuando ya les era diaria aquella continua lección de energía, de palabra fluida, de vida intensa — trasnochador y madrugador que había reducido el sueño a cuatro o cinco horas—se volvía a marchar.
Otra vez.

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Sigfrido Blasco, hijo de V. Blasco Ibáñez
SIGFRIDO

Yo no suponía ni remotamente que aquel joven moreno, de perfil acusado, judaico, de frente despejada y ojos tristes, oscurecidos por unas cejas muy pobladas, era Sigfrido Blasco.
Estaba sentado en el mismo rincón del café de la Casa de la Democracia donde yo me había citado con Just el primer día de mi estancia en Valencia.
Iba entrando gente, dividiéndose en dos grupos. Luego supe que eran la tertulia de los escritores y la de los toreros.
A la media hora me vi rodeado por unos ocho o nueve muchachos, que fueron entrando y saludando al joven moreno y enlutado. Hablaban todos en valenciano y yo no entendía más que palabras suelta.
A las tres y media entró Just y comenzó a presentarme a los contertulios. Empezó por él: Sigfrido Blasco...
Hablamos un rato, sin llevar la conversación hacia nada concreto.
—Las obras de mi padre en Valencia son la Casa de la Democracia y Prometeo.
Allí vivimos ahora Mario, Libertad y Llorca, mi mujer y yo. Tengo el coche en la puerta; si usted quiere, vamos.
Casa de la Democracia entre 1911 y 1928, calle A. Calderón 11, (hoy calle Correos);
obra de F. Mora Berenguer, el edificio ha sido derribado en los años 70
Sede de la Editorial Prometeo, calle Germanías 33; construido en 1913-1914, también ha sido derribado.

FERNANDO LLORCA

Fenando Llorca, casado con Libertad Blasco, fué siempre el brazo derecho del gran novelista, su colaborador en la empresa audaz y difícil, su sucesor único, después de la muerte del maestro.  Sigfrido me presento a este gran hombre, cuya simpatía es anterior al conocimiento, y que yo vi bajar por la escalera con dos magníficos perros, como lobos escapados de la literatura de Jack London.
Mario no estaba en casa. Lo conocería al día siguiente. Por de pronto Llorca me muestra la casa de Prometeo. Talleres de maquinaria, encuadernación, almacenes, archivo. Generosamente dice Llorca:
—Todo lo hizo él. Todo... Todo...

En la Editorial Prometeo 
Mario y Libertad Blasco, hijos del novelista, Pilar Tortosa y su esposo Sigfrido Blasco, el hijo menor.
Atrás: Fernando Llorca y César Gonzalez- Ruano (el reportero)

—Pero antes fundó Blasco la editorial de Madrid, ¿no?
—No, no... Hay más historia que ésa. La primitiva editorial valenciana a la que Blasco Ibáñez dio vida entregándole sus primeras novelas fué la de Sempere. Sin embargo, mi suegro quería mayor horizonte, y estando yo de redactor en «El Liberal», de Madrid, pensamos la publicación de «La Novela Ilustrada», donde se dieron a conocer nuestros clásicos españoles, a treinta y cinco céntimos, teniéndolos que alternar con «Rocambole».

Fernando Llorca, socio y
yerno de V. Blasco Ibáñez
—¿ Dónde tenían ustedes los talleres de «La Novela Ilustrada» ?
—Primero en la antigua casa del marqués de Molíns, en la calle del Olmo. Debajo estaba la imprenta de Fernando Fe.
Luego nos trasladamos a la calle de Mesonero Romanos. Muchas de las crónicas de Cavia las escribía allí. Desde «El Imparcial» venía a vernos. Tenía su bock de honor en nuestra imprenta.
—Y las obras de Blasco ¿se hacían en Madrid o en Valencia?
—En Valencia, en Valencia. Para no restar venta a la editorial de Sempere. Y como esta situación era absurda, al regresar del primer viaje de América nos llamó a Sempere y a mí a París. Allí nos expuso su idea de fundir todos aquellos esfuerzos en uno solo. Y decidimos fundar Prometeo bajo su dirección.
— ¿Cuál fué la primera obra que editó Prometeo ?
—«Los argonautas», de mi suegro. E inmediatamente emprendimos la edición de «Las mil noche y una noche», traducida de la edición de Madrus por Blasco y prologada por Gómez Carrillo. Luego, ya usted sabe. Libros y libros; La colección literaria, que tiene cerca de cien volúmenes, y para las que él hacía con sin igual cariño los prólogos, verdaderos estudios críticos, que yo pienso recopilar en un tomo...
¡Ahora se ha perdido la cabeza! Parece que lo estoy viendo, o que espero su carta, siempre llena de fuego y entusiasmo...
¡ Es terrible, terrible !

Y quedamos en que al día próximo Llorca me presentará a Libertad, su esposa, y a Mario.
—i Ah! Y verá usted mi colección de platos valencianos. Y la Malvarrosa por dentro, aunque está muy abandonada...

LIBERTAD
Libertad Blasco, la hija de V. Blasco Ibáñez, en 1936

Al día siguiente, la simpatía de Libertad Blasco, la bella esposa de Llorca e hija del gran novelista, me acoge cordialmente en el «hall» de la casa:
—Mario quiere llevarlo a usted a conocer la Malvarrosa. Fernando y yo pasaremos el día fuera. Llevamos aquí, cerca de Valencia, a mi hijita, que ha quedado delicada del sarampión. ¿Ha visto usted el vaciado de las manos de mi padre ! Pase usted.
Del «hall», un patio de azulejos bajo el cielo azul y purísimo de Valencia, pasamos a un comedor, donde de la colección de cerámica valenciana se extiende por las paredes en una bien nutrida e interesante teoría de platos y fuentes. Libertad Blasco va hacia el aparador y de un cajón saca un envoltorio que pone sobre la mesa. Cuidadosamente lo desenvuelve. Es un magnífico vaciado en yeso de las manos de Blasco Ibáñez, hecho en Mentón después de su muerte. Están cruzadas las dos manos.
—Nos han dicho que se debió de hacer sola la mano derecha; pero es que ignoran esta postura que en mi padre era habitual. Aquí mismo, cuando descansaba después de comer, en la sobremesa, cruzaba las manos sobre el vientre, y al trabajar, cuando dictaba, cruzaba las manos sobre la nuca.
—Sí, sí; yo recuerdo esa postura cuando lo vi en París, y en la fotografía que sirve de portada a «El militarismo mexicano»...

V. Blasco Ibáñez con el presidente Carranza, en el castillo de Chapultepec, en 1920. 
Fotografía para la portada de “El militarismo mejicano” 

—Siempre, siempre...—me dice Libertad.
Ha habido un silencio difícil, evocador, por mí respetado. La gran figura del novelista evocado entre aquellas paredes que le eran familiares, vuelve a tener plasticidad elocuente. Tan inesperada fué su muerte que aún parece que de un momento a otro, como decía Llorca, va a entrar o se va a recibir su carta interesándose por todo con la misma fe y entusiasmo de siempre.

La silueta de Mario aparece en la puerta. Es un joven acaso aviejado por una delgadez exagerada. El luto lo hace aún más demacrado. Su rostro es inteligente, vivo, inquieto, y parece que toda una fortaleza interior, discrepando con lo físico, asoma a sus ojos, que chispean bajo los cristales de las gafas de concha.

Mario Blasco, el hijo mayor de V. Blasco Ibáñez, en 1932
MARIO

Mario me habla de sus proyectos teatrales, a instancia mía.
—Ahora no trabajo nada. El golpe sufrido ha sido espantoso y me ha dejado desorientado. En cuanto me reponga un poco continuaré mi obra empezada.
— ¿Cómo se titula? ¿Qué es?
—«La noche bruja». Una acción misteriosa y extraña en el Gran Chaco. Es la obra del ambiente que Es la obra del ambiente que maneja a los personajes a su antojo. El calor enervante, que se convierte en una obsesión lúbrica para una mujer de fondo honesto, que hace todo lo posible por resistir a la tentación. Los duelos espirituales de los hombres, todo, todo envuelto en la luz intensa, en el calor horrible, en el misterio ambiente del Gran Chaco. Tengo fe en ella.
—Pero usted había cultivado el teatro de ideas, ¿no?
—Sí, sí; ahí tiene usted «La plaga» y «La mala hierba». Esta también obedece en cierto modo al propósito de teatro de ideas que tengo formado. Y hablando de otra cosa, ¿usted quiere conocer la Malvarrosa?
—Encantado.
Entonces Mario Blasco ha mandado traer un automóvil. Mira el reloj.
—Si le parece bien—me dice— comeremos en Las Termas, y desde allí vamos a conocer la casa de mi padre.
Tenemos proyecto de hacer en ella el Museo Blasco Ibáñez. Ahora está desorganizado todo y faltan muchas cosas. Mi padre no se ocupaba ya de su primera villa, después del palacio de Mentón.
—Sin embargo—le digo—, la casa de Blasco Ibáñez será siempre ésta. Aquí es donde ha soñado, aquí donde escribió su primera obra...
—Sí, sí— afirma Mario—; indudablemente. Y él nunca echó en olvido su terraza de la Malvarrosa, donde pensó muchas veces conquistar otras tierras y llevar sus naranjos de Valencia…

LA MALVARROSA

La fachada principal de la casa de V. Blasco Ibáñez,
en la Malvarrosa
Después de almorzar en Las Termas con Mario y el hijo de Llorca y Libertad he visitado la casa del gran novelista, frente al mar.
Entramos en un jardín romántico, descuidado. Faltan en él estatuas que Blasco Ibáñez llevó a Mentón.
En la fachada principal, que da al jardín, Mario me hace notar un curioso detalle:
 —Vea usted repetida la gárgola de Nuestra Señora. El diablo que contempla París, como dominándolo.

Y mientras la guardesa trae las llaves de la casa, yo pienso en la tristeza de este diablo pensador e irónico que tanto amaba Huysmans, y que aquí, en Valencia, en la piedra, tiene un gesto de aburrimiento, porque ni ve el Sena ni el mar de Levante siquiera, relegado a la contemplación eterna de un jardín con demasiada luz, con demasiado paganismo sano y amable, pese a su descuidado aspecto romántico.
—Vamos por aquí...
Subimos la escalinata. Rechina la cerradura. Parece como si entráramos en la casa de Blasco Ibáñez después de quince años de su muerte.
Mario parece adivinar mi pensamiento y me ataja:
—Ya le digo que está todo un poco abandonado. Nosotros sólo venimos algún tiempo en el verano.

La galería frente al mar es magnífica.

V. Blasco Ibáñez, en la galería de su casa de la Malvarrosa
Seguimos recorriendo la casa.
—En el pasillo verá usted algunos cuadros bastante buenos.
Pero el nieto del novelista ilustre —un mocetón de dieciséis años, fuerte como un toro —nos disuade al momento:
—No, tío; se los llevaron ya.
El comedor conserva interesantes platos y piezas de cerámica valenciana.


Es acaso la habitación mejor conservada, porque el despacho...
Los cortinajes del despacho están desprendidos. Las estanterías han desaparecido y algunos libros se apilan cubiertos de polvo en un rincón.
Huele mucho a humedad, a casa abandonada, y una dulce melancolía escarba en nuestro pecho.
—En esta mesa ha trabajado años enteros mi padre. Siéntese en el sillón, verá el mar, sin la playa. Parece enteramente que se va en un barco.
La mesa es enorme y tiene un semicírculo en su parte delantera para poder aproximar bien el sillón y escribir cómodamente.

V. Blasco Ibáñez, en el despacho de su casa de la Malvarrosa

— ¿Qué piensan ustedes hacer con esta habitación ¿— pregunto-
—Pensamos volver a poner las estanterías y en ellas todos los libros de mi padre, las traducciones, los que prologó...
Aquí, ante estos dos grandes testeros vacíos, es donde se piensa en la gran obra de Blasco Ibáñez. La lista de sus obras es enorme, y su traducción está hecha a casi todos los idiomas y de casa todos los títulos. En cuanto a las obras que dirigió y prologó el ilustre novelista...

Ahí está esa admirable colección de «La Novela Literaria». Sus prólogos son verdaderos estudios críticos y acertadas semblanzas sobre escritores, muchos de los cuales él ha descubierto en España.  ¡Y son casi un centenar de volúmenes!
Después de subir a la azotea, donde la vista de Valencia es algo espléndido de luz y de color en la huerta, donde la primavera adelanta su fecha, bajamos para regresar a la ciudad.
— Antes quiero que vea usted—me dice Mario—el busto de la Libertad que mi padre compró en su primer viaje a París. Tiene una historia sentimental...
Y ante un busto de escayola de grandes dimensiones que representa a la Libertad, simbolizada en una bella mujer con el gorro frigio ceñido a la frente, Mario me dice cómo su padre no cenó una noche y esperó todo un día en absoluta penuria hasta resolver su situación por comprar aquella estatua en los años de su bohemia de escritor pobre, cuando casi no sospechaba que un día pudiera sostener tres casas en Europa, y soñaba bellas quimeras de artista en un humilde cuarto del barrio Latino.

La casa de la Malvarrosa, en 1928





Ha sido un poco triste esta visita. La casa donde Blasco Ibáñez garabateó febril las cuartillas por las que fué perseguido y encarcelado tantas veces; la casa donde imaginó una Valencia que nacía en la historia liberal de las germanías; la casa que le oyó soñar en voz alta y le vio partir para la conquista del mundo, es únicamente un reflejo de lo que fué en otros tiempos.
Sólo la energía de su hijo político Femando Llorca, inteligencia vivísima y férrea voluntad, puede, ayudada por Mario y Sigfrido, levantar allí un templo donde se venere el recuerdo del gran escritor.
Un museo, algo así como la casa de Medan de Zola, donde aparezca vivo cuanto recuerde a aquel coloso aventurero, a aquel titán del Levante, de quien un día mediterráneo de estampa se enamoró la muerte, que se había llevado a D'Artagnan—a aquel otro aventurero gentil que fué Gómez Carrillo—como prendada ahora de la masculinidad, de la fuerza y audacia emprendedora de Portos.

DESPEDIDA

V. Blasco Ibáñez viajando entre América y Europa (1910-1914)
Fotografías de Blasco Ibáñez... Evocadoras fotografías que me enseñan Mario, Sigfrido y Llorca. Los originales de las obras inéditas son contemplados y revisados con verdadero amor. Así sus cuadernos de notas, donde tiene apuntadas frases, bocetos, ideas, todo un programa de trabajo en clave que para los demás resulta incoherente e incomprensible. Es una letra clara y uniforme. No se nota cansancio alguno en ella. Hago esta observación y Llorca me dice:
—Es que jamás estuvo cansado de nada. No le he visto nunca aburrido. El día para él tenía pocas horas, y la vida misma le ha resultado corta. Ha muerto sin decir todo lo que tenía que decir, lleno do proyectos de obras que en manera alguna eran de decadencia. Volvía de sus viajes de América sin deseo de descansar, imaginando ya nuevos viajes.
Parece que le estoy viendo en ese sillón hablar y hablar, levantarse continuamente, accionar con todo el cuerpo...
— ¿ Escribía también aquí ?
—Sí; en todos sitios. Llevaba con él los originales y trabajaba continuamente, corrigiendo bastante, porque aunque han dicho que no se preocupaba del estilo, le preocupaba mucho. Y eso que para él escribir era lo de menos. Tardaba mucho en planear una novela. A veces dos años tomando notas, estructurando la obra, y luego dos o tres meses para escribirlas.
Les pido autorización para fotografiar una cuartilla de la obra más interesante que deja Blasco : «El gran Khan», la obra del descubrimiento de América, la historia de la raza española, cuyo fuego él llevaba en el pecho azotado por todos los vientos y batido por todas las inquietudes.

La ultima cuartilla de “En busca del Gran Kan”
 una de sus últimas novelas, publicada póstumamente, en 1929
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Dejo Prometeo, y en la casa a la familia de Blasco, que me ha acogido con una cordialidad sin límites.
El recuerdo del gran novelista muerto está vivo en Valencia. En el café de la Democracia, en la Malvarrosa, en Prometeo, en las calles de la ciudad, siempre señalan un rincón y una anécdota. Allí tuvo el desafío con... Allá dio su primer mitin a los pescadores valencianos...
¡Obra enorme la del escritor y político! Obra principalmente, aparte de su labor literaria, de cultura y caudillaje.
Su figura despertaba apasionamiento y fe.
Con Blasco se ha perdido algo más que un gran escritor: un gran sugerente, un gran espíritu directivo. Lo sabe Valencia, que llora al hijo errante que no ha vuelto de uno de sus viajes.
No se puede decir que ha muerto. Las máquinas de la imprenta siguen repitiendo su nombre y en Valencia se habla de él como de quien un día cualquiera puede volver. Como París ha esperado a Zola hasta hace poco. Como él mismo esperaba a Hugo, el magnífico, cuando en la agonía dijo :
—Que pase... Es Hugo que viene a verme...

César GONZALEZ-RUANO
Año 1928