lunes, 29 de febrero de 2016

Confesiones, 1911- Parte II


...continuando la reproducción del artículo publicado en marzo de 1911, en el número 194 de la revista Por esos mundos, con la entrevista de Enrique González Fiol a V. Blasco Ibáñez.
El novelista había regresado de Argentina por una corta temporada y a finales de marzo, volvía al país sudamericano para continuar con su proyecto de colonizador. Durante su estancia en Europa, realizaba también una visita oficial a Valencia, entre 17 y 20 de febrero de 1911.


IV
Historia de tres fusiles y aventura de un bohemio

Luego fundó una juventud revolucionaria... Como no podía conquistar hombres para sus ideas, se dedicó á reclutar muchachos... Aquellos muchachos de entonces, constituyen la generación actual, y muchos son ó han sido concejales y diputados. Creó una organización revolucionaria al estilo de los carbonarios, pero sin ceremonias, organización militar secreta.

Los afiliados solo le conocían á él y á sus dos ayudantes, que formaban el tribunal, pero entre sí no se conocían. Llegó á reclutar cinco mil hombres armados, mejor dicho que se creían armados, porque... En la calle de Malaenes, en las afueras de Valencia, en el último piso, domicilio de un pintor de paredes, se reunía el tribunal para la admisión de neófitos. Todos llegaban diciendo lo mismo: Bueno. Yo en esta societat no entre,  si no hiá serietat... Y sobre tot, armes. («Yo no entro en esta sociedad si no hay seriedad. Y sobre todo, armas.»  Traducción del autor.). ¿Seriedad? Allí estaba el tribunal más serio que se ha visto jamás. ¿Armas? «Ché, fulano—decía Blasco á uno de sus ayudantes—, baixa un fusil.» Y se le enseñaba un fusil traído de una bohardilla. Bueno, sí, un fusil es ben poc, decía el entusiasta neófito. ¡Che, baixa un atre!, replicaba Blasco. Y se le bajaba otro.

El neófito empezaba a creer en el armamento, pero Blasco, para acabar de convencerle, repetía: Che, baixa un atre. Y se le bajaba otro. Y volvía á repetirse la orden. Pero cuando iban á cumplirla, él decía: Bueno. Ya hay bastantes para convencerse de que no estamos desarmados. No bajes otro, que vamos á acabar por no poder movernos aquí... Y no se bajaba el cuarto fusil, porque no tenían más que tres. Eran tres chassepots, procedentes de los zuavos de Argelia, con la bayoneta ondulada como la espada flamígera de San Elías. A la par que ejecutaba este reclutamiento, echó a la calle un semanario que causó gran sensación: La bandera federal, cuyos lectores eran sus cinco mil reclutas. Blasco solo ha hecho versos amatorios y satíricos. Por entonces le entusiasmaban los yámbicos de Barber. En La bandera federal publicó sus primeros versos satíricos, á estilo de los de Víctor Hugo. A los diez y ocho años fué por primera vez al banquillo de los acusados, ¿por un artículo?
Nó. Por un soneto... Le condenaron a seis meses de cárcel, pero como tenía tan poca edad, se interpuso recurso de casación, y como era ridículo que, por un soneto, se observase tanta dureza, aquí casaron la sentencia. Por entonces, comenzaron sus ganancias en literatura.Era redactor de El Correo donde, por su labor periodística y por hacerse el folletín, le daban ciento cincuenta pesetas mensuales.

A los 18 años llevaba ya escritas 6 ú 8 novelas: Leyendas y tradiciones, El Conde Garci Fernández, Por la patria (Romeu el Guerrillero), El Adiós de Schubert, Mademoisselle Norma, Caerse del cielo, y otras que no recuerdo.
Los escribía al día, es decir las cuartillas necesarias para cada número. Luego se publicaron todas en un tomo. Pero hoy en cuanto ve un ejemplar, lo compra y lo destruye...En medio de esta agitada vida política é intelectual, se licenció. Detalle curioso: tuvo que hacer dos veces el ejercicio de licenciatura. La primera vez, al poco rato de encerrarse en la capilla de la Universidad donde se hacía el ejercicio, entró un ujier á decirle que un coronel había preguntado por él.

Creyendo que era para una asonada se fué en busca del que le demandaba... y luego resultó que era para no sé qué chinchorrería que le retuvo dos horas y le obligó á empezar de nuevo su ejercicio... Siguió la publicación de La Bandera federal, que se me ha olvidado decir antes, que se daba gratis. Sobre aquel periódico llovían las denuncias número sí y número también, y  sobre ni fundador, los procesos. Se pasaba la vida de la redacción á la cárcel y de la cárcel á la redacción, mediante fianza. Su título de abogado, el duro diario de El Correo y sus barbas, hacía que en su casa se le tolerase ya y se le diese mayor libertad...En esto ocurrió la llegada de Cerralbo á Valencia, cuyos sucesos le proporcionaron un nuevo proceso. A consecuencia de un reto que lanzó á Romero Robledo, le incoaron otro. Sumadas las penas que por los procesos pendientes le pedía el fiscal, llegó á verse amenazado con más de setenta años de presidio. En esto, cayó Sagasta y entró Cánovas en el poder. Organizó el primer motín serio, de importancia. Dando la cara, se puso al frente de las masas. Los cargó la caballería, les hirieron á algunos de los suyos y en fin fué la cosa tan gorda que, puesta la ciudad en estado de sitio, la autoridad militar le buscó las vueltas tan seriamente que tuvo que huir de Valencia.
—¿Dónde se refugió usted? le pregunté.
—Primero en una barraqueta de la playa de Nazaret, junto á la Albufera; luego, me recogió una barca de pesca que hacia contrabando, y me llevó á Argel. De allí, me embarqué nuevamente para Marsella y me trasladé á París.

Veleros en el puerto de Valencia, a finales del siglo XIX

—¿Qué edad tenia usted, entonces?
—22 años. Me fui á vivir al barrio Latino. Hoy el barrio latino no es ni sombra de lo que era entonces... Estando allí, me nombraron candidato á diputado a Córtes por Enguera, para ver si al amparo de la inmunidad podía volver, pero me derrotaron.


En París, escribiendo para los editores, ganaba unos 500 francos al mes. Allí era un personaje: un exilé… Gastaba melenas, vestía pantalón á cuadros, chalina flotante, y sombrero de copa de alas planas, como un personaje de Mürger. Primero vivió en la rué des Ecoles, al lado de la Sorbona. Después se mudó á la plaza del  Panteón, al Hotel des grands hommes, llamado así porque estaba en frente del Panteón de los grandes hombres de Francia.
Allí fué el grande hombre número 80 y tantos. D. Nicolás Estévanez, cuando iba á verle, preguntaba por el grande hombre número 80 y tantos. Su cuarto estaba muy alto. Desde él se dominaba todo París.

Panteón y la Rue Soufflot, París, 1905
Vista París, 1890

Paris, 1900. Foto Eugène Atge
Refiero la mudanza, porque fué una nota muy pintoresca. Para ahorrarse gastos, los compañeros quisieron ayudarle á hacerla. En un carrito de mano, colocaron los trastos y los libros. Sus amigas tiraron de él, unos, mientras otros lo escoltaban. Extraña retreta que recorrió varias calles de París, dejando estupefactos a los transeúntes, porque parecía la caravana de la Locura. Delante del carro, iba un amigo con un quinqué encendido. Detrás el carro. Los que tiraban de él, como los que lo escoltaban, todos con sombrero de copa. Detrás, una amiga de ellos, Sara, famosa modelo de la que se han escrito luego algunos libros, cerraba el cortejo, llevando un busto de la República que Blasco tenía siempre en su cuarto. Fué una sinfonía ininterrumpida de escándalo y de silbidos. 
Los grandes hombres del Hotel, eran todos de distintas nacionalidades: sudamericanos, yankees, egipcios con su gorrillo rojo; japoneses, rumanos, turcos; de los Balkanes había bastantes, dos franceses solamente, y algunos españoles, y contrastando con todos y mezclándose en aquellas tertulias, varias estudiantas rusas con su pelo cortado y sus faldas que parecía que iban á volar. 

Bohemios artistas españoles en París, 1890, 
Rusiñol, Canudas, Miguel Utrillo y Clarasó

En las galerías, á donde recaía su cuarto, aprendió á tirar á espada. Todo el lujo de su habitación consistía en el consabido busto de la República, sobre el cual colocaban su sombrero los asociados.
En París, según cuentan, hizo vida bohemia.
Completa. Al hijo de D. Nicolás Estévanez, hoy notabilísimo ingeniero naval en Cherburgo, y á él, que fueron grandes amigos, les dio la ventolera por echárselas de valientes. Creían que, por el hecho de llevar capa y de ser españoles, tenían derecho á meterse en todo lo que no les importaba y los demás el deber de tenerles miedo. ¡Esta fanfarronería les costó cada paliza!... 
Cuéntase que una noche, a la puerta del café rumano de la rué de Saint Michel, había una muchacha, que no la dejaban entrar creo que porque era muy escandalosa. D. Quijote encarnó en ellos, y la entraron a pesar de las protestas do los camareros, y desafiaron á éstos, y al dueño y á los parroquianos, y pegaron... y les pegaron de firme... A Blasco le dieron no sé con qué, pero cosa contundente debió ser, porque tuvo que andar de medio lado no sé cuánto tiempo.

El café-restaurante de la Rotonde n° 88, Boulevard Saint-Michel, ca.1900
Otro de los sitios donde él era muy popular por la vida de polichinela que llevaba, era el baile de Buller, famoso por celebrarse allí los bailes de las Cuatro Artes. Allí tenía fama de terco. Se cuenta que, una noche, se empeñó en saltar á la tribuna por fuera y se agarró á la barandilla y la rompió. La guardia republicana le detuvo y, al igual que por otras tremolinas que armaba, le llevó á In Comisaria. Allí el comisario, que como es sabido, suele ser personaje, ex-diputado ó cosa por el estilo, le hablaba particularmente y le reprochaba aquella vida de Guiñol que estaba llevando, y que convenía según él, perfectamente para estudiantes, pero no para un hombre político, para un exilé como él, que precisamente por estar desterrado y por profesar ideas republicanas estaba más obligado que otros á respetar la libertad y los derechos de todos... Pero para él, el mismo efecto que las coplas de Calaínos. Seguía de noche haciendo esta vida.

París, 1897, Dos instantáneas del Baile de las Cuatro Artes

La Historia de la Revolución española, 
editor Marcelino Bordoy, año 1892
De día trabajaba muchísimo. Escribía La Historia de la Revolución española, para una casa editora de Barcelona. Era una obra enorme de larga. Se vendía por entrega, y tuvo un éxito mayor que todas las publicaciones de entonces. El editor era uno que estuvo empleado en casa de Molinas. Debutaba con esta obra que le dio una ganancia de más de cincuenta mil duros. De esto dio á Blasco seis mil, en los dos años que le costó de escribir. Este éxito fué causa de que todas las casas editoriales le solicitasen. Entonces, escribió La Araña negra. Esta vida de trabajo y de locuras tenía unos paréntesis que producían en su espíritu un efecto sedante.
Durante ellos, se trasladaba al otro lado del rio, y visitaba á Ruiz Zorrilla y al capitán Casero, y á muchos militares emigrados, por lo del 15 de Septiembre, los cuales pasaban de mil. Los primeros días de mes, cuando recibía el dinero do su editor, comía en los grandes restaurants, y se daba vida de hombre de mundo... Pero llegando el día 12, enviaba á la portera á la rotisserie próxima, y compraba treinta céntimos de caldo, y cincuenta, de roastbeeaf, y esa era su comida para toda la jornada. Por cierto que en esta escasez de dinero, le cogió una nevada, la más grande que ha habido en París... La suerte fué que tenía crédito para el carbonero, porque le pagaba á primeros de mes. Aquellos días de nieve hizo subir unas cuantas arrobas de carbón y de leña. Incendió la chimenea tan fieramente que no sé cómo no le pegó fuego al edificio, é invitó á sus amigos. Hacia tanto calor en el cuarto que se quedaron en camiseta, y de esta guisa, presenciaron la nevada á través de los cristales, mientras su habitación echaba bombas...


Enrique Gómez Carrillo (1873 - 1927)
Lo curioso del caso es que todos sus aturdidos y revoltosos compañeros de bohemia, se los ha encontrado, más tarde, en sus viajes, convertidos en graves universitarios en Chile y la Argentina; otros, en ministros y jefes de Gobierno. Era gente culta é inteligente aquellos mozos, á pesar de su turbulencia, que no era después de todo, otra casa que exuberancia de vida. Después de 19 meses de destierro, una amnistía general, puso á Blasco en condiciones de volver á España. Ya se disponía, cuando un día se le entró en su cuarto un amigo, nacido en la América central, y le presentó un muchachito barbilampiño, de unos diez y siete años, de ojos grandes y melancólicos como la boca, de labios sensuales. Aquel muchachito ha recordado siempre que le sorprendió su visita en el momento en que se cosía un botón. Venía á luchar en París, ¡en París! por un nombre literario. Este muchachito fué luego el gran parisién y gran literato Enrique Gómez Carrillo.
Fué amigo de un emperador, sin saberlo. Así lo cuenta el insigne autor de Entre naranjos:
Muchos días, después de almorzar, me iba al jardín del Luxemburgo, y allí sentado en un banco, entre las estatuas leía periódicos valencianos y madrileños. Por delante de mí, solía pasar y repasar un señor muy viejo y muy alto; de barba blanca, muy blanca, que parecía de nieve, y vestido con gabán azul, guantes blancos y sombrero de copa. Iba muy erguido, y era un hombre de una distinción completísima. Tenía un aire paternal que cautivaba. Se detenía á charlar con los niños, y varias veces, se sentó á mi lado. Al ver mis periódicos, me miró con su paternal sonrisa, y empezamos una conversación sobre cosas de Arte y de Literatura. Fuimos muy amigos en el paseo. Me dijo que había estado en Madrid, y que había tratado á Castelar. Se interesaba mucho por las cosas do España. Cuando nos veíamos en las calles del barrio latino, nos saludábamos. Un día en que ocurrió esto, una amiga que iba conmigo, me dijo: Oye, creo que ese señor es alguien muy principal. Le pregunté quién era, pero solo supo decirme que había visto el retrato del elegante y simpático viejo en los luises de oro. Este dato me intrigó mucho, y quise averiguar quién era aquel amable personaje. Por fin supe que era D. Pedro, el emperador destronado del Brasil, que vivía entonces cerca de allí, en el Faubourg Saint-Germain, en el palacio de su pariente el conde de Eu. En París estuvo á punto de truncarse mi vida, y de hacerme cambiar no solo de latitud sino quizás hasta de carácter...


El Parlamento chileno se sublevó contra el presidente de Balmaseda. Todos los estudiantes chilenos que había en el Barrio Latino, hicieron causa común con el Parlamento de su país, y se declararon partidarios de la revolución. El entusiasmo por esta y el odio contra Balmaseda fueron tan grandes que los chilenos llegaron a constituir un club, llamado de la Estrella de Chile. Allí, no podía faltar el joven y romántico revolucionario. Frecuentó el club y pronunció discursos terribles contra Balmaseda. Se adherían á las manifestaciones que ellos iniciaban. Otras veces las organizaba él. Por el boulevard de Saint-Michel y por el Barrio Latino, salían frecuentemente dando gritos do muera Balmaseda. Una locura, porque nadie les entendía, y los transeúntes les tomaban por locos ó por borrachos. Constantemente salían estudiantes chilenos de París, para incorporarse á las filas del ejército revolucionario. Muchos murieron peleando. Varios amigos á quienes profesaba mucho afecto, le tentaron á irse con ellos. Le calentaron la cabeza, diciéndole que le harían oficial y que ascendería muy pronto á los altos puestos de la milicia chilena, cuando la revolución triunfase, que triunfaría según ellos, porque el alzamiento lo secundaba y lo miraba con simpatía y con calor todo el país. Blasco estuvo á punto de decidirse. En esto anunciaron la amnistía que le dejaba volver á su patria, y no pensó más en aquella aventura, sino en reintegrarse á los suyos. «Pero, mire usted, cómo pudo ocurrir que á estas horas estuviera yo de coronel de guarnición en una capital de provincia de Chile, completamente transformado de carácter— me dijo el admirable artista al hablarle yo de esto.
Esta frase final revela la fé que tiene Blasco en su vida. No se le ocurrió añadir:
O mire usted cómo pudo ocurrir que á estas horas estuviera pudriendo tierra con la cabeza hecha cisco…
No recuerdo quien fué el que dijo que todos los que se mueren, es porque ya han cumplido la misión que el destino les impuso al lanzarlos á este mundo. Blasco, en quien más que en ningún otro grande hombre, he visto retratados la alegría de vivir y la fé en si mismo, no podía pensar que su misión hubiese estado concluida al dejar su bohemia parisién.
Después de dedicar un sentido recuerdo al preclaro autor de Los estudios sobre la Edad Media, me dijo:
Por Pí y Margall tuve una grandísima devoción. También él me quería. Y me lo demostró á mi vuelta de París. Había él salido diputado por varios distritos, y me cedió el de Sabadell, por el cual me presenté candidato.
— Es un dato de su vida política que pocos conocen.
Yo fui á Sabadell y empecé á apasionar los ánimos. Los adversarios, no sabiendo cómo deshacerse de mí, me hicieron detener por los sucesos de la peregrinación á Roma, y entre guardias civiles, me llevaron primero á Barcelona, y después á Valencia. En mí ciudad natal, no me soltaron hasta el jueves siguiente al del escrutinio. Como se puede suponer, fui derrotado la única vez que he presentado mi candidatura por un distrito fuera de Valencia.

V

Como nacieron las primeras novelas de Blasco y final de estas confesiones


Valencia, 1890

Al volver a Valencia me dedique a cuerpo y alma á la política.  Allí consumí mis últimas ilusiones de agitador. Todavía esperaba yo influir en la transformación del régimen de gobierno en España... 
Fundé El Pueblo en 1890 (sic...1894). Fué una empresa tremenda, de magnitud que pocos podrán apreciar. Es la temporada más agitada de mi existencia. Cuando no estaba en el terreno del honor, era porque estaba en la cárcel, y si al menos el periódico hubiese cubierto gastos, me habría dado por muy satisfecho. Pero lo peor era que se perdía dinero. En aquella época me casé, y El Pueblo se me llevó el dinero de la herencia de mi madre y el de mi esposa.
No estaba en moda el republicanismo, y El Pueblo tenía pocos lectores y escasísima publicidad. He dicho que he acudido muchas veces al terreno del honor. Diga usted que eso lo cuento como episodio de mi vida, pero nunca como vanagloria, pues yo me río de eso que llaman lances dé honor; además nunca he pensado en ganarme la vida como espadachín, ni creo que el ser valiente sea un mérito sino muy relativo y circunstancial. 
Los artículos de mi periódico me hicieron ir á la cárcel más de treinta veces.

Blasco Ibáñez en la redacción de El Pueblo. (B.V. Nicolau Primitiu)
1903. Fachada de la Redacción del periódico “el Pueblo”, fundado en 1894 por V. Blasco Ibáñez. 
Calle Juan de Austria 14, Valencia.

Un correligionario me había construido una cama de campaña, en la que dormía allí. En la cárcel había una celda que consideraban y consideraba yo como una prolongación de mi casa.
— ¿Le trataban bien á usted?
¡Ptaé! Igual que á cualquier otro acusado por delitos políticos.

Félix Azzati (1874- 1929)
De El Pueblo fué redactor desde el primer día Azzati, hoy diputado. Fué uno de mis correligionarios más fieles y leales. Yo le quería muchísimo. 
Félix Azzati estaba echado de su casa por consecuente. Yo le amparé lo poquísimo que podía entonces. En el caserón de El Pueblo, vivíamos como acampados. En esas circunstancias, azarosas, teniendo que hacer los artículos de fondo, y dirigir el periódico, y algunas veces casi hacérnoslo entre Azzati y yo, pues teníamos contados redactores, escribí Arroz y Tartana para folletín de El Pueblo.

— ¿Qué se lo inspiró á usted?
—No sé. Yo había escrito ya y publicado algunos cuentos valencianos que habían encontrado muy buena acogida, no solo entro los lectores de mi periódico sino también en mis adversarios políticos. En realidad, la base de mi novela regional, fué el cuento Cosas de hombres. Esto me hizo pensar en la novela valenciana. Seguí escribiendo cuentos, y por fin, un día me decidí á construir con todos los recuerdos de mi infancia la novela Arroz y tartana que no es otra cosa que una pintura de la Valencia que yo había visto de niño. Este éxito, porque lo fué, me tentó á escribir Flor de Mayo también para folletín. Estas novelas las escribía á las cuatro de la madrugada, cuando ya había terminado mi labor periodística. Le aseguro a usted que algunas noches caía deshecho en la cama. Calcule usted el desgaste de energía que supone la preocupación de los gastos del periódico, la atención constante á la política, la redacción del artículo de combate, los ataques que había de dirigir y la defensa que tenía que hacer de mis ideales, todo con intervalos en la cárcel, donde las preocupaciones por mi familia y por mi periódico aumentaban puesto que yo no podía atenderlos directamente.

El 1895 estalló una asonada. Hirieron á varios guardias..., y disfrazado de marinero hube de embarcarme para Italia. Antes de embarcarme, estuve escondido en casa de un amigo mío. En aquellas circunstancias, todavía, tuve inspiración para escribir un cuento que me ha dado grandísima popularidad. 
—¿Cuál?
Venganza moruna—y al ver mi gesto de extrañeza, me advirtió —, es que esa Venganza moruna no es el cuento que usted conoce. Era uno que tenía ese mismo título, y que luego apareció con otro.
—¿Con cuál?
— Ya lo sabrá usted á su hora. ¿No hace usted estas interviews á estilo de novela?
—Pues yo me someto á su plan, y por eso solo le diré que el cuento que escribí con el título de Venganza moruna se publicó luego con otro que me hizo célebre, en el extranjero, primeramente, y en España después.
— Escribí aquel cuento y me lo metí en el bolsillo. Momentos antes de embarcar, me acordé de que lo llevaba encima, y se lo entregué á mi amigo, al mismo tiempo que le encargaba que lo enviase á Valencia para que lo publicase El Pueblo. En Italia, escribí mi libro En el país del arte. Me escribieron diciéndome que podía volver, porque el gobierno estaba dispuesto á olvidar mis andanzas revolucionarias, y á no hacerme nada. Regresé á España. Pero, entonces, á unos correligionarios míos, se les ocurrió levantar unas partidas republicanas. Me creyó el gobierno promotor de ellas, y se me formó consejo de guerra. Fué un consejo que no lo olvidaré nunca, porque se celebró de noche y porque fué muy aparatoso y teatral.
— ¿Y le condenaron?
—A seis años de presidio. Entre la cárcel y el presidio, hay una diferencia de cuya enormidad nadie se da cuenta. A los presidiarios no se les permite recibir ni leer periódicos, ni nada. Como benevolencia especial, se me consintió dormir en la enfermería del hospital.
Es este un relato conmovedor.
El vició y la mala alimentación hacían que abundaran enormemente los tísicos. En la misma sala que Blasco dormía, había bastantes. Todos los meses morían dos ó tres. Y como se necesitaba las camas, se les sacaba enseguida de la mortuoria, y se dejaba los cadáveres al pie de ella, y allí pasaban la noche hasta que al siguiente día se los llevaban. De día, pues, tenía siempre el peligro del contagio; de noche, la visión horrible de los cadáveres por el suelo. 
Prefería dormir allí.
Porque al menos tenía un camastro. Los presidiarios dormían en el suelo, sobre un montón de paja unos; otros encima del petate... ¡Oh! Fué otra época bien dura de su vida. Por eso en muchos cuentos suyos asoma la descripción del presidio.
En el presidio, para mortificarle más, cuando se pasaba revista, le hacían estar dos ó tres horas, con la cabeza rapada y descubierta, al sol, al frente de una brigada de ladronea y asesinos, á los cuales inspiraba compasión la dureza con que se Ie trataba... Para sacarle de aquella horrible situación trabajó cerca de Cánovas, Miguel Moya, con todo el ahínco de que es capaz un corazón tan grande como el suyo. También trabajó con mucho entusiasmo é idéntico fin, Amalio Jimeno. Cánovas que tenía muy mala voluntad á Blasco, le dijo á Moya que si se recibía una buena noticia de Cuba, lo indultaría. Pero á pesar de recibirse, no lo indultaron: le conmutaron la pena por la de destierro y confinamiento en Madrid con la obligación de presentarse diariamente en Capitanía general. Así lo hizo, al principio. En Capitanía llegaron ya á tomar como cosa de broma, la frase burlona y un poco gedeónica de vengo á decir que estoy aquí. Luego ya se presentó por meses, y por fin dejó de presentarse... Sus correligionarios consiguieron por fin hacerle diputado. Hay que advertir que él no quería, porque como ya he escrito antes se ha reído siempre de las actas... Ahora mismo, en las últimas elecciones, vino una comisión de correligionarios, desde Valencia, á pedirle que les autorizase para presentar su candidatura nuevamente, y tanto insistieron y tan decididos les vio á presentarla, que hubo de amenazarles con renunciar á su nacionalidad y adoptar la argentina si no desistían.

El Retiro de Madrid, diciembre 1900. Homenaje a Blasco, con Benito Pérez Galdós
V. Blasco Ibáñez en la Asamblea republicana, Madrid, 1905
Al ser diputado, ya no volvió á la cárcel, pero menudearon los duelos. Ha sido herido varias veces, y tiene dos balazos en el cuerpo. Repito que á los duelos ha ido porque si, pero conste que son los episodios que menos le interesan de todos los de su vida.
El desafío más grave fué con un capitán de orden público. Su salvación fué una casualidad inverosímil, verdaderamente inverosímil. Tanto que en el teatro la silbarían y en la novela acusarían á su autor de pobre de recursos imaginativos. La bala no fue á dar en un llavero como se ha dicho. Ni siquiera fué eso. Se alojó en la anilla que tienen los cinturones para enganchar la cadena del reloj. Y un dato curioso. Con este motivo, recibió millares de cartas de católicos—que el agradeció por el interés que le mostraban—, diciéndole que el desenlace increíble de aquel duelo, había sido obra milagrosa, y exhortándole á que meditara el caso. También le escribió en el mismo sentido, el Arzobispo de Granada, un prelado muy bueno y de mucho talento, y  de tan seductor estilo epistolar que Blasco mantuvo correspondencia con él durante largo tiempo.
— ¿Conserva usted alguna de esas cartas?
Nó.
— ¡Qué lástima!—Exclamé yo, pues ellas hubieran sido el reflejo del estado de ánimo en que quedó el gran artista después dé pasar por tan duro trance, y testimonio de la perseverante labor evangelizadora del apóstol.
—Yo no conservo ninguna carta. Dígalo usted. A veces, me han hecho falta algunas, y me ha desesperado su falta. En varias ocasiones, me he propuesto conservarlas. He llegado á reunir algunas. Pero, luego, de pronto, he visto que me ocupaban mucho espacio, y las he quemado.

La Barraca, ed. F. Sempere, 1901, Ilustrador: Fillol 
Siendo diputado ya, reanudó la confección de sus novelas, á altas horas de la madrugada, después del trabajo de El Pueblo. Se me olvidaba referir que, á su regreso de Italia, encontró al pintor su amigo, en cuya casa estuvo oculto antes de embarcarse.  Le preguntó por su cuento Venganza moruna; le contestó que no se había acordado de mandarlo al periódico, y se lo devolvió. Lo leyó otra vez. Siguió gustándole. Mejor dicho, le gustó más, y pensó que allí había materia para hacer una buena novela. Se puso á hacerla y salió... La Barraca.
—¿Qué se la inspiró?
—La realidad. Allí hay más realidad que imaginación. Todo to que describía lo había él visto de mozalbete.  La Barraca es de todas sus obras, la que tiene más historia. A una hermana de Blasco que tenía doce años menos que él la criaba una nodriza huertana. Su madre y él cuando iban á visitarla, á la huerta, veían allá, un poco distante del camino, unos campos llenos de malezas, incultos, en medio de los otros de esmeralda, siempre lozanos y bien trabajados... En medio de aquellos campos de desolación, había unas barracas caídas...
La visión de aquellos campos muertos, le causaba una impresión tristísima; hasta sentía miedo al pasar por allí.

Los tipos son reales.
No me cabe duda de que los había visto en sus correrías por la huerta, acompañado por sus compañeros de Universidad.
El éxito de La Barraca no pudo ser más merecido ni llegar con mayor retraso.
La novela se publicó en el folletín de El Pueblo. Luego se hizo una tirada de quinientos ejemplares... No la compró nadie. Los periódicos dieron cuenta de ella en la sección bibliográfica, con una gacetilla de esas que sirven para todas las novelas: sin darle importancia. Algunos ni siquiera la mencionaron para acusar recibo de los ejemplares que se les había enviado. Mucho tiempo después, Hérelle, célebre literato que ha traducido á D' Anunzzio, al francés, vio, á la salida de los toros, en una librería de San Sebastián un ejemplar de La Barraca. Lo compró y leyó la obra. Lo hizo ambiente en París, y la tradujo al francés. Entonces, El Liberal, la publicó en su folletín y se ocuparon de ella todos los periódicos y le dio tanto nombre que Blasco Ibáñez ha aclarado por ser el autor de La Barraca.
Miramos el reloj…
No quedaba tiempo para terminar su biografía...Por la noche en un coche del expreso, reanudamos nuestra charla.
Le pedí noticias de sus obras.
Flor de Mayo es hija de su afición al mar que ya he manifestado. En sus fuchinas («Fuchina» equivale en valenciano á «hacer novillos» y debe venir de «fuchir», huir, escaparse) de estudiante, ya observó bastante los tipos marítimos. Luego, en su fuga a Argel, hizo la travesía en una barca contrabandista. Cuando se dispuso á escribir estas novelas, hizo por las mañanas frecuentes excursiones al Cabañal, donde tomaba notas, en plena calle ó en plena playa, lo cual fué causa de que las pescadoras le creyeran recaudador de contribuciones, y le miraran con cierta prevención. 
En una de aquellas excursiones, un día, un muchacho que estaba pintando, se volvió a él, y le dijo: «Hombre, usted y yo hemos estudiado juntos en la Academia de San Carlos...» Porque el también empezó á aprender dibujo. Ya no se acordaba de él, pero se hicieron amigos. Aquel jovenzuelo era Joaquín Sorolla; no tenía la fama de hoy; al revés, volvía derrotado de Madrid. Le había dado por el prerrafaelismo, que no le iba ni con mucho con su temperamento... Allí, en la playa, se dio unas borracheras de luz y de Naturaleza, y soltó sus cuadros de pescadores que todos admiramos, y se hizo célebre... Así como á Blasco le llamaban el recaudador, á Sorolla le llamaban el retratero.

Sorolla  en la playa de Cabañal, Valencia


Después de Flor de Mayo, viene La Barraca cuya historia he consignado.
Y detrás de La Barraca, Sónnica la cortesana. No es una obra que le dejara satisfecho totalmente, ni la escribió por alardear de novelista histórico. Nó; agotado el tema de Valencia, quiso describir Sagunto y al mismo tiempo evocar el recuerdo de aquella época heroica. Fué una obra en que el artista y el patriota que lleva dentro Blasco, trabajaron con igual amor. 

Cañas y barro, es una consecuencia de sus frecuentes excursiones á la Albufera. No iba por cazar, pues le repugna matar un pájaro. Recuerda que uno que tuvo la desgracia de matar de un tiro, habiendo disparado en la creencia de no hacer blanco, lo mandó disecar y lo tiene en casa. En aquellas excursiones solía detenerse en una taberna que hay en el Palmar y que se llama de Sucre. A esta taberna, llegó una vez en un momento raro: en una puesta de sol que daba á la taberna aspecto de cuadro velazqueño. El sol en su agonía, inundaba de rayos amarillentos los azulejos de las paredes, de las cuales se destacaban con más firmeza las cabezas tostadas de los pescadores, como nimbadas de chispas de oro viejo... Se acordó dé los pescadores de Galilea, del lago de Tiberiades... y pensó escribir una novela mística: Los pescadores... Inventó el drama... Quiso hacer de Sangonera un símbolo. Pero á medida que avanzaba la obra, ya no hizo lo que quiso, sino lo que le dictaba la inspiración. Para escribirla, estuvo ocho días metido en una barca en medio de la Albufera. En el fondo de la barca, había puesto unos colchones para acostarse. En aquellos días recogió todas las leyendas que quisieron contarle aquellos viejos... Al mismo tiempo se dedicaba á cazar, á pesar de no tenerle afición, pues si lleva escopeta siempre que sale al campo, es porque se siente soldado y no se cansa. En América, no sale nunca al campo sin escopeta, y á ella debe el poder hacer largas caminatas.

V. Blasco Ibáñez por los escenarios de Cañas y Barro, en la Albufera de Valencia
Aunque era diputado empezaba a descuidar la política porque le aburría. La idea de escribir La Catedral se la sugirió una visita que hizo á Toledo en compañía de Mariano de Cávia.
La Argentina y sus grandezas fué un tour de force enorme, inaudito. Durante cinco meses estuvo trabajando más de 18 horas diarias.
Como que estuvo enfermo y todo... Blasco Ibáñez cuando escribe, trabaja por explosión. Al principio, le cuesta trabajo. Se levanta temprano, toma un desayuno fuerte de veras a las nueve, y se sienta á trabajar hasta las cuatro de la tarde. Almuerza y á las seis vuelve á emprender el trabajo hasta las once. A esa hora, come: lee un rato en la cama y se duerme.
Fernando Díaz de Mendoza


No le gusta el teatro. 
Dice que es tal su espíritu realista que nunca entra en situación. Aunque no quiera, ve á los actores y no puede imaginar que sean personajes; las decoraciones siempre son para él decoraciones, pero no le sugieren ni le hacen comprender el paisaje que tratan de representar... En fin, se le antoja todo antinatural, artificioso, y cree ver les ficelles, los hilillos con que el autor mueve á los actores...
A pesar de esto escribió un drama...

El Juez. Wenceslao Bueno que estaba en Apolo le pidió que le hiciese un drama. Por compromiso, lo escribió. Antes había sido un cuento. En él trabajó Díaz de Mendoza, actor desconocidísimo entonces. No ha podido ver nunca su obra representada. Es siempre de mal agüero para él su representación. El día del estreno murió su madre. Por eso no lo presenció. 
Y otra vez que quisieron representarla, le metieron en la cárcel.


V. Blasco Ibáñez con la Legión de Honor
Miré al ojal de la americana de Blasco, y vi en él el botón de la Legión de Honor.
— ¡Es la única condecoración que he admitido! La llevo porque en Francia causa grandísimo respeto quien ostenta este botón. Briand hizo más que esta concesión. Al fundarse las cátedras de idioma español, en todos los Liceos, puso de texto mis novelas para la lectura.


Como iba á partir el tren nos despedimos.
Escritas estas líneas en unas horas, para no demorar su aparición; sin tiempo primeramente para coordinar confesiones y referencias, y sin espacio ahora, para formular un comentario, no pretendo haber hecho un artículo, sino sencillamente publicar unas notas, base y recordatorio para un estudio biográfico detenido y sereno, que estamparé en un libro como merece el gran novelista.
Después de todo, lo que interesará al público es la vida agitada, de incansable y fecunda laboriosidad, de un hombre que como Cervantes, y al revés que muchos novelistas de hoy, que escriben las novelas y luego viven la vida, vive primero intensamente y de vez en cuando, escribe novelas.

Y, en cuanto á Blasco Ibáñez, ¿qué le importan las hojas de laurel que mi admiración por su obra, hubiese querido ofrecerle?
EL BACHILLER CORCHUELO


Artículo publicado en POR ESOS MUNDOS, número 194, marzo deL 1911. 
Reportero:  Enrique González Fiol (El Bachiller Corchuelo) 


sábado, 20 de febrero de 2016

Confesiones, 1911- Parte I


El siguiente artículo presenta una extensa entrevista con V. Blasco Ibáñez, realizada por el reportero Enrique González Fiol (El Bachiller Corchuelo) a principios del año 1911, cuando el novelista recién regresado de Argentina por una corta temporada, se encontraba en Madrid. Durante su estancia en Europa, Blasco visitó Valencia, del 17 al 20 de febrero, y luego, a finales de marzo, vuelve a Argentina para continuar con su proyecto de colonizador.
El artículo fue publicado en marzo del mismo año, en el número 194 de Por esos mundos,  el suplemento de la revista semanal Nuevo mundo.

VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
CONFESIONES DE SU VIDA Y DE SU OBRA

En que con un cuento baturro se retrata al insigne autor de la “Barraca”; se trata de un político á quien no interesa la política, se define cómo debe ser la bohemia de un artista, y se habla de las duras penalidades que cuesta el crear dos pueblos en América, terrible y curioso episodio que verá el lector con sumo interés y emoción.
Estaba un campesino baturro arrodillado ante el Pilar de Zaragoza, cumpliendo una promesa que había hecho. Tenía al hombro, el buen labriego, las alforjas que le servían de despensa ambulante y si no de colchón, por lo menos de cabezal...
Por una boca de las alforjas asomabas unas longanizas bien olientes, su rugoso y grasiento pellejo.
Tentado por la gula, un monaguillo, creyendo extasiado al matraco, tiró de navajeta y con tanta habilidad como disimulo, se dispuso á corlar unos trozos del suculento embutido.
Pero no había hecho más que acercar sus manos pecadoras al cuerpo del delito, cuando el baturro se volvió hacia él, y con toda su socarronería, hubo de decirle:
— T' alvierlo que  estoy con un ojo en la Virgen del Pilar, y el otro en las alforjas.
Este es Blasco Ibáñez: está con un ojo puesto en el Ideal, y el otro en las alforjas. No se descuida.
Y hace bien, y lo hace á sabiendas.
Vicente Blasco Ibáñez
El artista—me dijo á las pocas palabras que cruzamos—debe aspirar á enriquecerse. Cuanto más dinero posea, con más comodidad puede laborar, mayor cultura podrá adquirir, mayores facilidades hallará para buscar impresiones. No hay nada que atrofie tanto la imaginación y aun la retina, como la vida sedentaria, cual es morar siempre en una misma localidad. El artista y particularmente el escritor, debe cambiar frecuentemente de horizontes físicos y sociales. De este modo, impresiones y sensaciones que cuando se permanece en un sitio, no llegan á percibirse, durante la ausencia parece como que se revelan y adquieren relieve y colorido, y al regresar, lo que dejamos tiene algo de novedad é impresiona mejor. Y el viajar cuesta mucho dinero... Eso de la bohemia que predican y celebran algunos, está bien, y casi diré que es necesario en los primeros años de la juventud, porque enseña á vivir. Mi época de bohemio me ha servido para hacer con más facilidad y acierto algunas de mis obras. Pero, luego, la otra bohemia del artista ha de ser muy cara si ha de ser beneficiosa para el artista y para el arte.
Es verdad. Benavente piensa lo mismo; en uno de sus libros, en El teatro del pueblo dice:
«Aunque suele decirse que la necesidad es madre del genio, y la miseria su mayor acicate, voces son que hacen correr cuatro poetas que se embozan en invierno con la lira...
La vida moderna es muy cara, y el adquirir sensaciones de vida, carísimo...
Si ha de leer uno todo lo que hace falta para no dejar enmohecer el espíritu, si ha de vivir uno todo lo que necesita para estudiar costumbres y caracteres de todas clases sociales, es seguro que el coste de producción superará con mucho á los productos.»
Si el dinero tiene la virtud de hacer parecer artistas á escritores extranjeros sin verdadero temperamento artístico, gracias solamente a la cultura y á la afinación de espíritu que dan las lecturas y los viajes, dígaseme qué influencia no podrá ejercer sobre un artista de nacimiento, terminó el famoso novelista, echando la gorra sobre un diván, en un movimiento brusco que fué más bien un manotazo.
—Y ¿cómo le ha ido á usted en estos últimos tiempos por América?
Bien, es decir...
—¿Va usted á fundar dos ciudades?
¡Hombre!—replicó, con ojos asombrados— ¡ciudades!... Eso es cosa de los periódicos. Yo voy á hacer dos pueblos. Los hombres crean los pueblos. Luego, las circunstancias geográficas y políticas los transforman en ciudades... No sé si estos pueblos que tengo en fundación, llegarán á ser ciudades... ¡Puede ser!
—Y ¿cómo se le ocurrió á usted semejante idea?
—Pues, mire usted que, como el personaje del cuento que hablaba en prosa sin darse cuenta de ello, yo me he enterado ahora de que era un gran agricultor. El haber vivido tantos años en Valencia, lugar de mi origen, y país eminentemente agricultor, me ha dado una instrucción agronómica de que yo no me había percatado. Añádase á esto mis aficiones y mis estudios geográficos,—por los cuales traduje á Reclús — y se comprenderá perfectamente que al llegar á América cayera en la cuenta  de que había allí un negocio agrícola de muchísima importancia sabiéndolo llevar.
—¿Lo pasa usted bien en América?
¡Cá, hombre! Todos los comienzos son duros.

Blasco rodeado de indígenas en su colonia Cervantes
Argentina
Y estos míos de ahora, son durísimas... Allí he vivido meses enteros acampados, bajo una tienda de campaña, de lona... Y he pasado mil vicisitudes... Hambre, algunas veces... Porque á lo mejor, se olvidaban de renovar los víveres, y mientras se iba á buscarlos, se tardaba un día, y en ocasiones dos... Hace tres meses caí enfermo. Me llevaron á una choza de unos indios... Allí, en un colchón, me tuvieron no sé cuántos días, con muchos grados de fiebre... Delirando yo, me caían del techo de paja unos bichos, unos escarabajos que allí le llaman benchucas... Estuve sin más cuidados que los de una india fea, que me daba unas medicinas salvajes...

—¿Y, no tiene usted allí, ningún español que le custodie y le cuide?
Sí. Tengo un recomendado de un amigo mío político, que figura mucho: es un excelente hombre del que estoy muy satisfecho.
—Ahora que habla usted de política, ¿qué le parece á usted la del momento?
Volvió su artística cabeza en un movimiento desdeñoso, y contestó despectivamente.
Mire usted, la política no me interesa... Si no me interesaba ni cuando milité activamente en ella!... Nó, nó, créame usted... No me interesó nunca. Yo no he sido político jamás; aborrezco la política... Yo he sido agitador. Yo he nacido para levantar á las masas, para conspirar... ¿Ve usted? ¡Si me llamaran, ahora mismo, para conspirar, lo dejaría todo y volvería á intervenir activamente en la política... Pero así, ¡bah!... Yo no comprendo ni he comprendido nunca que nadie crea que son compatibles las actas de concejal ó de diputado con el espíritu revolucionario... Además, yo soy enemigo del parlamentarismo... Está completamente desacreditado... Bueno, yo en esto tengo unas ideas muy raras... Si las dijera se me reirían... Yo soy partidario de una tiranía, en sentido progresivo...
—Algo de eso lo expuso usted, ya, en una de sus novelas. Creo que es en El Intruso. En boca de uno de sus personajes, me parece que pone usted estas ó semejantes palabras: «No se debe permitir que al amparo de la libertad se predique contra ella. Así como no se tolera que se vendan sustancias tóxicas, sino mediante ciertas condiciones, tampoco debiera permitirse ciertas sollamas contrarias á la verdadera libertad y al progreso.»
Sí, es posible que lo haya dicho, ya, en algún libro…
Y como para visita de cortesía era demasiado el tiempo que había molestado al ilustre novelista, me levanté para despedirme:
—De modo que, ¿cuándo quiere usted que empecemos la encuesta acerca de su vida y de su obra?
Mañana mismo. ¡Contra! Venga usted un poco más temprano, con objeto de que aprovechemos todo el tiempo que podamos, pues dispongo de muy poco... El sábado, por la noche, salgo para París.

Argentina y sus grandezas
1ª edición,  editorial Española Americano,
 Madrid, 1910
— ¿En dirección á América?
Nó. En París, estaré unos días. Voy por asuntos particulares... Dentro de ocho días, estaré aquí devuelta... Me llevaré la familia á Valencia.
—¿Trasladan ustedes la residencia?
Sí. Dejaré el hotel. Traslado la casa editorial á Valencia. Mi hija se casa y se quedará con su madre y con su marido en Valencia... Yo me vuelvo á América á proseguir mi obra de colonizador.
— Habla usted con mucho entusiasmo de América...
¡Sí! Es un magnifico país... Y Buenos Aires es tanto ó más que Paris, con la ventaja para los españoles de que se habla castellano. ¡Oh, es un gran país!
Y de pie me tuvo, más de media hora ponderándome las grandezas y las bellezas de la República Argentina; hablándome de sus proyectos, de sus dos pueblos en fundación.
¡Oh! Es un placer este de construir los pueblos, que no puede comprenderse más que gozándolo. Así como se goza, y yo he gozado mucho, creando hombres en las novelas, es un placer mucho mayor este de crear pueblos, de moldear humanidades á gusto de uno...
Y con ojos de iluminado se quedó unos segundos, mirando hacia su interior, contemplando un mundo que Blasco, el hombre práctico sabría construir, luego, de las ilusiones del hombre soñador...



II
En que se habla de los dulces coloquios que con santos y vírgenes sostenía Blasco Ibáñez en su infancia, y de las pavorosas batallas que libró a pedrada limpia contra los liliputienses defensores del carlismo; se saca á la vergüenza un curioso robo de bujías cometido por un fanático lector, y la dureza de meollo de un gran ingenio, para los estudios matemático, y después de describir las primeras y turbulentas andanzas de un agitador que leía á Homero en las tabernas de la huerta valenciana, se refiere la interesante aparición del Conde Garci-Fernández, curioso personaje del siglo X, que robó á nuestro héroe del seno del hogar paternal, y se lo llevó á Madrid en un día de nieve, entre unos sargentos de la guardia civil… 
Al verme entrar en su despacho, se levantó. Debía hacer un rato que me esperaba, porque se restregó los ojos con los puños apretados, se desperezó con toda su alma, y soltó un descomunal bostezo, como hombre que se aburre esperando sin hacer nada.
— ¿Qué, empezamos?—le pregunté yo.
Cuando usted quiera. Siéntese usted ahí —me dijo, señalándome su amplia mesa de trabajo.
Sentéme en el sillón, entregóme él un paquete de cuartillas, y comenzó enseguida, sin darme tiempo á contestar.
El primer recuerdo que conservo de mi infancia es de cuando tenía dos años; recuerdo vago y confuso como de un mal sueño. Era el año  69, el de la Revolución... Me veo en un subterráneo, en el foco de la insurrección, donde estaba escondido con mi familia... Recuerdo que veíamos pasar por el cielo, unos pájaros de fuego; eran las granadas con que bombardeaban á Valencia... Otra época de agitación y de sobresalto que recuerdo, fué el del periodo del 73.

Valencia, 1869, grabado: El levantamiento de la primera república

Temiendo el vuelo de su memoria, tan lozana y exuberante como su imaginación, le interrumpí para fijar los términos de la encuesta, para llevarle adonde yo le necesitaba, é impedir que el relato de su vida fuese desordenado...
Gaspar Blasco Teruel y Ramona Ibáñez, los padres de V. Blasco Ibáñez
— ¿En qué año nació usted?
El 67.
— ¿Cómo se llamaban sus padres?
El, D. Gaspar Blasco Teruel; mi madre, Doña Ramona Ibáñez. Mi padre era nacido en Teruel; mi madre, en Calatayud.
— ¿Ideas de ellos?
Católicos, muy católicos... Mi educación fué completamente católica. Estudié en el Colegio Valentino, dirigido por sacerdotes. Estaba en la Plaza de la Pelota, hoy de Mariano Benlliure, donde actualmente se halla el café de España...

Plaza de San Gil, 1908,
Falla representado la Fama coronando a las Artes



—¿En qué calle nació usted?
En la Jabonería Nueva. Pero yo apenas conservo memoria de esta calle, en aquella época, porque mi familia se  trasladó muy pronto á la de San Gil. En aquella época de mi infancia, era yo muy delgadito, enfermizo, y místico... Recuerdo que se me aparecían santos y vírgenes, y que me hablaban, rodeados, de aureolas de gloria...

—¿Cuáles eran sus juegos predilectos?
Sobre todo la lectura. Así como había una milicia nacional, á la que pertenecían más de 20.000 hombres, había otra, compuesta de niños. A los siete años, yo salía con los de Valencia, á la Pechina, á la orilla del rio, á hacerles la guerra á los del poblado vecino de Campanar, que eran carlistas... Y nos pegábamos de veras... Una vez volví á casa echando sangre de la cabeza... Aquello empezaba en pedrea de chicos, y muchas veces, lo concluían los hombres a tiros... Mí diversión predilecta era la lectura. En el colegio, robaba las bujías de la cocina, y me servía de ellas para leer por la noche gratas lecturas de libros de viajes. Era en el dormitorio, debajo de la cama, exponiéndome á pegarle fuego al edificio.
Vicente Blasco Ibáñez a los nueve años


En el colegio empecé á sentir, con cierta fuerza, la vocación de escritor. Escribí entonces, mis primeros cuentecitos, leyendas históricas. No estaban mal...
— ¿Conserva usted algún manuscrito de aquella época?
No. ¿Para qué?
Aquellos escritos míos, hicieron que en el colegio empezaran á mirarme con prevención. Entonces, yo escribí algunas sátiras contra mis maestros. Sátiras terribles porque tenían todo el atrevimiento de la inconsciencia, de la ignorancia del verdadero significado de los conceptos que en ellas se vertían... Acabaron por echarme, de muy buena manera. Pero ello fué que me echaron... Ya antes de entrar en el colegio, había yo sentido la vocación de escribir; me la sugirieron las lecturas de los libros de viajes, sobre todo, Los descubridores españoles de Washington Irwing y Los viajes de Colón, de Solis... De entonces data mi tendencia al Nuevo Continente... ¡Ah! Y á la Marina... Porque yo me preparé para marino.
— ¿Y cómo no siguió usted esa carrera?
A pesar mío, pues, le tenía verdadera vocación... Y se la sigo teniendo. Ahora mismo, si puedo trasladarme de un sitio á otro por mar, no lo hago por tierra. . Y aún hoy, envidio á los oficiales de Marina... Pero á pesar, repito, de tan suerte vocación, tuve que dejar esa carrera por el odio que dígalo usted así, tenía á las matemáticas...En geografía, cosmografía, en los estudios de pilotaje y maniobras iba divinamente, pero en llegando á las matemáticas, no me cabía un logaritmo en la cabeza... Y no hablemos del Álgebra ni de la trigonometría... Fueron mi pesadilla de estudiante...
—¿Dónde nos habíamos quedado?
—En que le echaron del colegio.
—Del colegio pasé al Instituto, donde acabé el bachillérato, y de allí á la Universidad, pues, por ser algo, me hice abogado...
El instituto Luis Vives de Valencia donde estudió Blasco Ibáñez
Universidad de Valencia, postal del 1907
Bueno. Allí empezó mi vida de agitador... Yo no entraba en clase más que para armar bronca... Recordando aquella época y relacionándola con otras posteriores de mi vida, acabo por convencerme de que yo he nacido para acaudillar hombres ...Rafael Altamira, hoy Inspector general de Instrucción pública, que fué condiscípulo mío, y yo, acaudillábamos á la juventud liberal universitaria... Yo era revoltoso, de carácter turbulento;  Altamira, era el jovencito grave, el niño viejo: muy joven aún, tenía ya canas.

Rafael Altamira, en 1886, joven estudiante de derecho
en la Universidad de Valencia 
Recuerdo que el bedel cuando veía que yo entraba en clase, decía, con burlesca solemnidad: Los pájaros de mal agüero, cuando aparecen, presagian la tempestad... Y efectivamente, aparecer yo por el claustro universitario, y estallar un nublado, era todo uno... Cuando la tranquilidad se restablecía, ya no volvía á aparecer por la Universidad...
Constantí Llombart (Valencia 1848-1893)
Invertía las mañanas en paseos por nuestra hermosa huerta, ó en excursiones al mar... En estos novillos que yo hacía, me acompañaban José María de Latorre, Trilles, Constantino Llombart, fundador de la literatura lemosina, y otros poetas y artistas que luego conquistaron una reputación.
Llombart era el maestro de todos. Era más viejo que nosotros, pero nos acompañaba porque su espíritu siempre joven, se avenía muy bien con el nuestro. 
Era pobre, y algunas veces su alimentación consistía únicamente en los almuerzos a que nosotros le invitábamos... Nos deteníamos en todas las tabernas de la vuelta, y en ellas, leíamos los grandes poemas de la Humanidad: La Ilíada, La Odisea, La Divina Comedia, todos, todos los grandes poemas. Quince días antes de los exámenes, apretaba y me empollaba las asignaturas..., y algunas veces, inútilmente porque me suspendían... Pero yo no perdí ningún curso, porque últimamente, en Septiembre aprobaba las asignaturas.

Y aquí he de hacer una advertencia:
Como apenas disponíamos de tiempo—él por tener que irse á París, y yo por haber de pergeñar el presente artículo para este número de POR  ESOS MUNDOS, no pudo darme todos los detalles de su vida que yo necesitaba. Tuve que buscarlos rápidamente, y aquí van confundidos los que de él recibí y los que yo obtuve de sus amigos. Empezó á escribir para el público muy pronto, estudiando el segundo curso de derecho.

Manuel Fernández y González, 1855

Su ídolo había sido Fernández y González. También sentía gran admiración por Walter Scott y por Dumas, padre. Esta pasión por dichos maestros, le tentó á escribir una novela histórica: El Conde Garci-Fenández, Crónica del siglo X. En su casa le tenían muy oprimido.
Todo esto le tentaba á emprender el vuelo y á huir de ella. Por otra parte, él tenía el romanticismo de Madrid, creía que esto era un mundo ideal para poetas, escritores y artistas. Su ciudad natal, con su vida provinciana, le aburría. La vida cortesana llamaba á su exaltada imaginación de modo irresistible... Se decidió. Y un día con 20 duros salió de su casa.
Vivió en la calle del Mesón de Paños, una calle cuya existencia conoce poca gente. Pagaba dos reales por dormir. Es decir, los pagó los primeros días. Luego se le acabó el dinero... No se arredró por esto nuestro héroe. Se sostenía de sus ilusiones. ¡Ah! Aquella novela El Conde Garci-Fenández, crónica del siglo X, aquella maravilla que iba á darle la independencia económica tan deseada, y un éxito que haría pensar á sus padres en lo mal que hacían en tiranizar al genio que habían lanzado al mundo, ni más ni menos que como si fuese un mortal cualquiera... Aquel Conde Garci-Fernández iba a abrirle las puertas de la celebridad y antes las de todas las casas editoriales. Y efectivamente se las abrió. Lo malo fué que se volvieron á cerrar, sin que la novela se quedara en manos de ninguno de los grandes editores que entonces había en la corte y que eran más numerosos  importantes que hoy... Se le acabó el dinero... y vino una época que, sin ilusiones, hubiese sido mortal de necesidad...

1860, Madrid visto desde el oeste (BNE)
Cuando se le acabó el dinero no pensó nunca en volver á la casa paterna... Habría sido este pensamiento indigno de hombre que se creía llamado á altas empresas literarias y políticas... Jamás. A casa había que volver triunfador... El recordaba que Lamartine había dado también sablazos de infortunio... Bien es verdad que el poeta pedía que le compraran ejemplares de las obras que tenía publicadas. Peris Mencheta, el gran periodista, le sacó de algunos apuros... Aquellos días fueron eternos para Blasco. Pasó hambre. Tanta, que una tarde al volver del Campo del Moro, que entonces era público, no pudo subir una cuesta, que había, sin detenerse a descansar varias veces, porque se sentía morir de inanición. Por aquellos días se había hecho gran amigo de D. Manuel Fernández y González, el famoso novelista, ídolo suyo...
— ¿Cómo fué ello?—pregunté a Blasco.
—Los editores me habían dicho que don Manuel iba al café de Zaragoza que estaba en la plaza de Antón Martin.

Estaba ya en los últimos tiempos de su ceguera... Recuerdo aquellos ojos grandes, muy abiertos, como inmovilizados por la gota serena; su tipo de moro, su rostro atezado, su frontal tremendo, su capa y su sombrero de copa. Era el hombre de mayor facundia de cuantos he conocido. Se le ocurrían cosas estupendas, maravillosas. Sentado y oyéndolo renegar de toda la generación nueva, de entonces, parecía un león. Yo me presenté á él, diciéndole que mi admiración y mi cariño me habían tentado á conocerle y hablarle. Y aquel león, de quien nadie se acordaba, agradecía mis palabras muy conmovido. Fui su contertulio. El me recomendó á los editores... Cuando se cansaba do morder á todo el mundo, se retiraba al café. Por las noches, yo me iba con él á su casa. Era un hombre teatral, aparatoso, fantástico, mucho más fantástico que Dumas, padre. ¡Ya lo creo!... Algunas veces camino de su casa me convidaba. En su casa pasábamos la noche, escribiendo. El me dictaba, hasta que le rendía el sueño, y entonces, dando cabezadas y bostezos y balbuciendo, me decía: Bueno, Blasquito, continúa tú el capítulo.: Ya sabes, la condesa se desmaya, el otro la roba, y el... Y se quedaba dormido como un santo. Yo seguía escribiendo.
— ¿Recuerda usted alguna de esas novelas en que usted puso mano?
Sí. Una se titulaba La chula sensible; la otra, que era muy linda, El mocito de la Fuentecilla. Esta era una novela preciosa, una joyita.

Madrid, 1915. Calle de Segovia
Mi madre que sabía ya noticias mías por Peris Mencheta, me escribía diciéndome que me volviese á Valencia, y me enviaba dinero para que siguiese su indicación y sus suplicas. Pero yo me gastaba el dinero... Me fui á una casa de la calle de Segovía, una casa de un solo piso, del siglo XV, de techos muy bajos, las puertas con cuarterones. A cada portazo, se caía un pedazo del enlucido de las paredes. Pagaba seis reales diarios, por cama y manutención.

Vino el 11 de Febrero... Aquel año los republicanos hicieron el alarde de organizar banquetes para conmemorar el aniversario de la República. Cánovas, que apretaba entonces, solo permitía doce comensales en cada banquete... Blasco, como gloria del barrio, asistió á uno... Y en el hizo su debut revolucionario. Pronunció un discurso terrible, demoledor... El delegado le hizo callar. ¡Oh! Entonces no se hubiese él cambiado por Castelar... Era un víctima de la tiranía. ¡Qué orgullo!... Pero la suerte le tenía deparada otra sorpresa que había de proporcionarle mayor enojo y mayor orgullo. Porque la verdad, él no salio satisfecho del banquete. Le había hecho callar la autoridad, pero no le había llevado á la cárcel. Todavía no había gozado el martirio por su ideal.

V. Blasco Ibáñez adolescente
A la noche siguiente, cuando muerto de hambre iba á entrar en la boca de lobo de su casa, ve que surgen de la sombra dos tipejos mal encarados y provistos de sendos garrotes, y que se encaran con él, le echan las manazas á los hombros y le preguntan: ¿Es usted D. Vicente Blasco Ibáñez? Sí, señor, les respondió. Pues venga usted con nosotros; somos policías... Estuvo á punto de desmayarse de susto y de alegría, porque se acordó del banquete de la noche anterior y pensó que aquella detención era á consecuencia de su discurso. Salió en esto un zapatero remendón que vivía en el portal de al lado y que también profesaba sus ideas con el mismo entusiasmo que él, y se quedó suspenso y admirado. Con él salieron otros dos amigos suyos y hermanos en el Ideal.
Y adoptando aires de Dantón, Blasco se despidió con toda la solemnidad épica que el caso requería. «¡Adiós amigos míos! No os apuréis por mi suerte. El martirio... la tiranía... ¡Adiós!».  Y en voz muy queda se dijeron al darse la mano: salud y fraternidad, igualdad y libertad.
Los policías le metieron en un coche... Al pronto no se fijó en la dirección que llevaba; pero, luego, vio que se encaminaban al gobierno civil. Preguntó por qué no le llevaban á la cárcel, y lo contestaron que el gobernador había mostrado mucho y cariñoso interés en que le buscasen, pues quería hablarle. Se tragó la partida. El gobierno, asustado de sus prédicas revolucionarias, trataba sin duda de sobornarle... « ¡Jamás!, entró él pensando. Yo no aceptaré nada de los monárquicos. Al formase este pensamiento, el diablo debió sugerirle este otro: «¿Y si me ofrecieran editarme El Conde Garci Fernández, Crónica del siglo X?» 
F. Peris Mencheta en 1914
Tampoco, se contestó, pero ya después de una breve vacilación. Pensando habérselas muy tiesas con el propio gobernador; dispuesto á no claudicar aunque le ofrecieran el oro y el moro, y aunque le amenazaran con terribles castigos, llegó al despacho gubernativo. Lo primero que vio fué á Peris Mencheta con el gobernador. Aquello le extrañó mucho. ¿Cómo podía ser que el gran periodista le hubiese delatado? El y el gobernador le largaron una filípica, hablándole de que era preciso acabar aquella bohemia y aquellas insensateces..., y acabaron diciéndole que creyera á su madre y que se fuera con ella.... que le estaba esperando en un salón contiguo... Abrieron las puertas, y en vez de caer en el camastro de la cárcel, como él creyó al ser detenido, cayó en el amoroso seno de su madre la cual le entrujó á fuerza de abrazos. Su madre le llevó á un hotel, donde le puso ropa nueva y comió admirablemente y mucho... Cosa muy natural dada el hambre que él llevaba atrasada. Y durmió como en el paraíso... Aquel bienestar enervador, contrastando con las penalidades sufridas, le hizo claudicar y volverse á su tierra con El Conde Garcí Fernández... ¡Ah! No se fué sin despedirse del maestro D. Manuel Fernández… Fue una despedida más triste por parte del mozo que por la del viejo, porque este esperaba volver á verle en Madrid y Blasco tenía el presentimiento de que aquel apretón de manos era el último…
Y así fue…
III
Que trata de la primera y terrible aventura revolucionaria de nuestro héroe, y del brillante éxito que tuvo, y se omite la cuenta de los escobazos que recibió por causa del capitán general Salamanca
Poco tiempo vamos á tener para este trabajo—me dijo al siguiente día, cuando fuí á visitarle—y lo siento de veras, créame usted, porque estaba dispuesto á darle más datos que á nadie:  los que yo me reservaba, para cuando se me ocurriese escribir el libro de Memorias de mi vida.
Le dí las gracias por aquella galantería, y le invite á aprovechar el poco tiempo de que disponíamos. Hé aquí mis indiscreciones y mis averiguaciones reporteriles:

Blasco Ibáñez a los 15 años
Al regresar á Valencia, el recuerdo de su fuga hizo que la familia le diese un poco más de libertad, no mucha. Se le permitía salir por las noches, si bien con la condición de recogerse antes de las once. Reanudó sus estudios. Y volvió á sus entusiasmos de agitador. En aquella época, los que eran republicanos lo eran por convicción y defendían el ideal por el ideal, y sufrían persecuciones de la justicia, é ir á la cárcel por sus ideas, era para ellos mejor galardón que un acta de concejal  ó de diputado que tan locos vuelvo á los republicanos de hoy. Tenía Blasco entonces unos 17 años. A esa edad empezó á actuar de Robespierre. En los comités, se hacía pasar como estudiante libre de sus acciones, que tenía la familia fuera. Fué vicesecretario de una de aquellas juntas revolucionarias que se formaban en aquella revuelta época. ¡Lo que le hacía sufrir aquella obligación de retirarse á su casa á las once! Como las juntas se reunían por la noche y no siempre con puntualidad, había que verle apenas oía tocar las diez y media! ¡Qué de sudores! ¡Qué de pretextos inventaba, y qué de excusas tenía que imaginar para ausentarse sin que notaran que aquel joven demoledor, si se descuidaba en volver á casa á la hora ordenada, le iban á dar una paliza...
Y cosa rara, él que temía las iras de sus padres, no vacilaba en jugarse la libertad y aun la piel, por sus ideas. Como le veían tan decidido, sus jefes no desconfiaban de él, y á pesar de sus pocos años, no vacilaban en encargarle comisiones peligrosas. ¡A cuantos militares llevó, á veces cartas y acuerdos de sus jefes, escritos muchas veces en un papelillo que se le entregaba abierto! Y ahora viene su debut de revolucionario de acción... Ruiz Zorrilla tenía en Valencia un general adicto: era el famoso brigadier D. Pablo Mariné.
Aquella noche iba á sacar un regimiento del cuartel para dar el grito... La noticia, aunque confusa, corrió por la ciudad, y sembró la alarma en el vecindario... y la alegría en el alma del joven agitador. ¡Al fin, iba á batirse!.. De pronto una idea turbó su gozo. El alzamiento estaba designado para las doce y media de la noche. Es decir, cuando debía llevar hora y media de reclusión en su casa... ¿Qué hacer?... Lo resolvió enseguida. Como al día siguiente habría triunfado la revolución, ¿qué le importaba ya de los de su casa?... Hecho. A las once se metió en su cuarto, y finjió que estudiaba... Vivía en la plaza de San Gil, en un entresuelo bajo. A las doce de la noche, con toda cautela, se preparó para la rebelión, al modo que había leído en los Girondinos de Lamartine y en la Revolución francesa de Michelet. Todos sus preparativos consistieron en una pistolita de dos cañones que tenía, y en un gorro frigio que le había cosido su criada. Porque él no concebía que se pudiera ser revolucionario sin llevar el gorro frigio... Equipado y armado de esta guisa, salió al balcón y llamó al sereno, el tío Pepe, que era también republicano, y le dijo: «Ayúdame usted á descolgarme de aquí.» «Pá qué?» le preguntó él. «¡Chist! Es que esta noche se arma la gorda. Dentro de media hora, Valencia será nuestras.»
Con ayuda del tío Pepe, saltó á la calle convencido del éxito de su proyecto. Había burlado la autoridad paterna. El sereno era un símbolo; no le cabía duda. Se despidió del tío Pepe como un Dantón, y aquel, enardecido por la arenga que en voz baja le largó, le dio un apretón de manos, y le dijo: «Yo aguardo aquí con el chuzo, para secundar el alzamiento.»

Convento de San Francisco, Valencia
convertido en cuartel en 1835 y derribado en 1891.
Se fué á la plaza de San Francisco, donde estaba el cuartel del que iba á salir el regimiento sublevado. Por las bocacalles próximas había más de 400 hombres embozados como Blasco, y dispuestos á unirse á los sediciosos. Se decía que iban á salir los sargentos ya... cuando llegó el capitán general, Salamanca, entró en el cuartel, apaciguó los ánimos y lo desbarató todo... Muchos se cansaron de esperar...
El nó. El esperó hasta que á las siete de la mañana se pudo convencer de que no ocurriría nada y... Se estremeció al pensar en su vuelta al hogar paterno. Ya no estaba el sereno; tenía, pues, que llamar y despertar á los de su casa... Aguardó á que se abrieran los portales, y después de esconderse la pistola y el gorro frigio, subió. 


Ramona Blasco, la madre de V. Blasco Ibáñez





A la puerta del piso, se detuvo á escuchar. Oyó que barrían, y se le ensanchó el corazón. La criada estaba en pié, y le abriría sin que sus padres, que estaban durmiendo, advirtiesen su trasnochar. Llamó con mucho sigilo y no poca timidez... Se abrió la puerta... y estuvo á punto de desmayarse.  Al lado de la criada, como la estatua de la Justicia, estaba su madre. La cual, creyendo que se había pasado la noche de aventuras donjuanescas, agarró la escoba y le corrió por toda la casa, llenándole de improperios y de escobazos... Y ahí está explicado, cómo un mozo que venía de salvar á la Patria, recibió por todo premio una tanda de palos.