lunes, 15 de octubre de 2018

La Dama errante



El siguiente artículo es un fragmento de la décima conferencia, la titulada "El misticismo batallador de los españoles", de una serie de conferencias impartidas por Vicente Blasco Ibáñez en Argentina, en el año 1909.

V. Blasco Ibáñez en el Club español de Buenos Aires, en junio del 1909

Señoras y señores:
Lo confieso: jamás he empezado una conferencia con tanta preocupación y tanto miedo. Quizá una gran parte de vosotros venís con el preconcepto de que aprovecharé esta oportunidad para insistir en las ideas en cuya defensa he gastado tanto entusiasmo y tanta energía. No es así. Hablaré de altos personajes históricos que son santos, dejando a un lado mi juicio sobre la santidad, para hablar sólo de sus características humanas y del ambiente en que actuaron.
Otra parte del público pudiera preguntarme por qué he elegido este tema en que hablaré de personas que no se ajustan a las doctrinas de que he sido siempre sostenedor.
Respondo: porque esta conferencia era imprescindible entre las que he venido dando acerca de España, pues hablaré en general del misticismo, una de las germinas manifestaciones del alma española.

Comprendo que esta es, de todos modos, una conferencia de peligro; no saldré incólume, sino como los toreros cuando luchan con un toro superior a sus condiciones. Quedaré «alcanzado», pues me encuentro en esta ocasión entre dos escuelas antagónicas, y aunque pretenda sostenerme en el «justo medio», por no hablar como un predicador, seré atacado por unos;  y por no hablar como un escéptico, seré atacado por otros.
Pero sé también que en la vida de todo pensador, de todo artista, hay algo más repugnante que la adulación, y es la cobardía, y que debe importársele menos del juicio general  que de sus propias ideas, manifestándolas con sinceridad.
Digo, pues, como los creyentes: Suceda lo que Dios quiera ¡ y entro en la conferencia...

***

Para comprender bien a Santa Teresa de Jesús, hay que conocer Ávila, la ciudad en donde vivió, y que tienta a los escritores y artistas. 
Alzase Ávila en una llanura ligeramente ondulada, inmensa, como la pampa argentina, océano de tierra que se besa con el océano del ciclo en los amplios horizontes, sin que la línea oscura de una colina o de una arboleda oculten esa conjunción grandiosa. En tal inmensidad, la distancia, en vez de disminuir los objetos, los agranda: un cordero, en la perspectiva, aparece un caballo, un caballo un elefante, un hombre, un gigante.
Ávila. Vista general, hacia 1900
Esta fantasía óptica contribuye no poco en la imaginación para hacerla creer prodigios, y no deja de ser a la larga una buena escuela para santos. 
Las llanuras inmediatas de Ávila presentan otra particularidad: están  sembradas de  masas de basalto negro, como esos bloques de las pirámides egipcias, y que nadie las creería obra de la naturaleza. Diríase al verlas que una familia de gigantes se ha entretenido en apedrearse con riscos. En su amontonamiento informe, semejan dragones espantosos, seres prehistóricos, rostros de monstruos que asustan al caminante con su mueca espantosa. Esas masas de piedra contribuyen al ambiente de leyenda, y así se comprende que aún hoy, Ávila viva en un ambiente legendario. 
Es esta ciudad una de las pocas de España que conservan su recinto amurallado, circundándola 85 torres con almenas. 

Ávila. Vista general. 1870
El verdadero nombre de Ávila es Ávila de los Caballeros, y esas torres son de palacios señoriales, y véanse coronadas de grifos, de animales heráldicos, de emblemas nobiliarios. Cada palacio es una muralla, un poderoso bastión, que así cada hidalgo contribuía a la defensa de la ciudad. Su misma catedral parece una fortaleza, en donde los muros y hasta las torres están almenadas. Sus adornos inspiran la idea de la leyenda; leones de mármol, con cadenas, y grandes cachiporras, cual la de Hércules, pues Hércules fue quien, según la tradición, fundó esa ciudad.

Libro de caballería del siglo XVI 
Allí, en el siglo XVI, existía un hidalgo llamado Rodrigo de Ahumada, de ilustre nobleza y escasa renta. Su esposa, noble también, y muy devota, cuando no rezaba en la catedral o hilaba en el amplio salón de su casa, alternaba los libros piadosos con los de caballería, y esto indica cuánto en esta ciudad estaban difundidas esas lecturas...
Un buen día, un hermano de Ahumada se sorprendió en la mitad de un camino, al divisar a dos pequeños que marchaban cogidos de la mano, y cuyo continente, a pesar de sus pobres vestidos, revelaba la nobleza de su familia. Avanzó al paso de su caballo y al cruzarse con ellos vio que eran sus sobrinos Teresa y Rodrigo, que iban... ¿A dónde? i A Marruecos, a la capital del rey moro! ¿Para qué?  ¡Con la esperanza de que los sacrificaran por la gloria de Jesús!... Ello no resultaba tan raro en aquella época, cuando los grandes como los pequeños, se ilusionaban leyendo de continuo los libros de caballería. Los niños fueron conducidos por su tío a la casa.
Teresa, aprendió a leer y a escribir, aprendió labores, y quedó aún en su infancia huérfana de madre. En sus libros, la santa ha referido las dudas y vacilaciones que experimentó para, abrazar el estado religioso. Bueno es advertir que nunca fue triste ni melancólica, sino de natural alegría y de alma expansiva.
En medio de su majestad evangélica y triunfal, de fundadora de orden religiosa y tan severa cual de los carmelitas—y las Carmelitas—Descalzas, obsérvanse siempre en ellas dos manifestaciones que recuerdan su infancia: es alegre sin chocarrería y chistosa con elegancia. A pesar de ser monja denota también sus preocupaciones aristocráticas, del abolengo. En algunas de sus cartas, en vez de Teresa de Jesús firma Teresa de Ahumada. 

Convento de la Encarnación, en Ávila
En su primera juventud sintió las tentaciones del mundo, y cuenta en sus autobiografías cómo influyó en su ánimo una prima suya, afanosa de galas y cortejos, y cuánto simpatizó con uno de sus primos. Pero tales influencias fueron pasajeras. Su verdadera afición la llevó a entrar en el convento de la Encarnación, en Ávila, donde los rigores de la vida conventual, las abstinencias y las disciplinas, aunadas a su edad temprana, la abaten en crisis que se ha pretendido explicar equivocadamente.
Usando la palabra que nos sirve para definir ciertas enfermedades que no conocemos, se ha dicho que Santa Teresa era una histérica. No es cierto; los doctos hombres que han investigado luego la vida de la monja, prueban que no es así. Prueban que no era una histérica cuando sufre sus crueles ataques en los que llega a morderse la lengua; no lo es, tampoco, cuando va por toda España, recorriendo sus polvorientas carreteras y llegando a todas las ciudades para fundar conventos.
No es una histérica la que como ella dice á las monjas: seamos mujeres varoniles y luchemos con fe y energía.

San Francisco de Borja (1510-1572)
Influyó mucho en la vida de Santa Teresa, cierta visita que recibió estando en el convento de la Encarnación en Ávila. Fue esta la del que luego había de ser San Francisco de Borja, descendiente de los Borgias, caballero de la Corte de Carlos V, que un día al ver el cadáver de la emperatriz, que él adoró siempre idealmente, comprendió lo deleznable de la vida y se hizo sacerdote.
Esta visita y el contacto con  los jesuitas que se habían establecido en Avila hicieron que Teresa acrecentándose su tesón y fuerza de voluntad, acometiese la gran empresa con que siempre soñara.
Esta monja, de tan soñador espíritu, encontró estrecho su claustro, necesitaba salir de su encierro. Soñó con fundar una orden nueva, soñó que la orden de Carmelitas Calzadas a que pertenecía, no llenaba bien su cometido, quería instituir la de Carmelitas Descalzas y ser ella la fundadora de la orden.
Pero para acometer esta empresa precisábase dinero y ella carecía en absoluto de numerario. Entonces recibió un auxilio con el que jamás contara.
Un hermano suyo estaba en el Perú con destino oficial, había venido a ese rico imperio mandado por sus reyes como persona de confianza, y este hermano le mandó auxilios en metálico que le sirvieran para fundar el convento de San José en Ávila. Esto fue a modo de lo que hoy llamamos en política una disidencia, produciendo en Ávila un verdadero escándalo.

Convento San José, en Ávila, la primera fundación de Santa Teresa
Recordemos aquellos tiempos en que sólo había templos, conventos y oraciones, en que no existía otra distracción que los quehaceres familiares, el rezo, la devoción, en que aún no habían aparecido los teatros, y comprenderemos lo que significaba la creación de un nuevo convento. Formáronse partidarios de uno y otro bando, su nombre empezó a conocerse en Ávila, en Toledo, en Madrid, y poco a poco se fue conociendo por toda España. Cuando hubo fundado el convento, soñó más; Santa Teresa, no era la monja del claustro: se explica su figura diciendo que fue don Quijote con toca, fue la dama errante.

Medina del Campo. Vista general, 1864 (Auguste Muriel)
Así como don Quijote no dormía pensando en los inocentes que necesitaban el auxilio de su brazo. Santa Teresa sólo vivía pensando en establecer templos y templos. Lo dice ella en sus escritos: «cada día que pasa los luteranos nos quitan un templo, yo quiero fundarlo para que no falte la casa de Dios».
Recorriendo siempre España, encuentra en sus excursiones un sacerdote aficionado a sus reglas y su orden que tiene algún dinero, unas «blanquillas» como ella dice, y funda, acompañada de otra monja el convento de Medina del Campo, entrando a la casa en que había de establecerse la nueva fundación religiosa a deshoras de la noche, atravesando caminos y calles medrosas y exponiéndose a una desgracia, pues que en sus alrededores vagaban los toros que habían de lidiarse en la corrida del día siguiente.

Y esta que fue llamada por un nuncio, la monja andariega, de una casucha hace un templo, su compañero coloca en un mal altar el sacramento y a la mañana siguiente los vecinos asombrados se encuentran con un nuevo convento. Convento en el que, como la misma Santa Teresa dice, podían las monjas oír el sacrificio de la misa sin salir de sus celdas y presenciándola por las rendijas y grietas de las viejas paredes y carcomidas puertas.
¡A qué seguir! Podría contaros muchas otras fundaciones hechas por la santa, con las que se demuestra su carácter quijotesco, pero sería repetir episodios y alargar demasiado esta conferencia.

Obras de Santa Teresa, edición del 1674
Hay, sin embargo, algo que contaros y que ella dice en una de sus páginas, describiendo una noche en Salamanca y que hace recordar a Guy de Maupasant.
Va, en efecto, una noche a Salamanca ocultamente, y llega a una casa solamente habitada por estudiantes. El dueño los arroja a la calle pata dar posada a la santa y a una compañera de viaje, y quedan solas las monjas en aquel caserón, palacio antiguo, que hace pensar en cuentos de brujas. En esa página por ella escrita así lo dice.
Metiéronse las pobres mujeres en una habitación donde se habían tendido unos puñados de paja, llenas sus paredes de grietas y sus ventanales rotos, por los que entraba el viento silbando y bramando, haciendo pensar en apariciones de almas y fantasmas. Era la noche de Ánimas; todas las campanas de la ciudad doblaban hiriendo el espacio con sus melancólicos tañidos, llevando el pavor y el miedo a los ánimos más templados. La monja compañera de Santa Teresa pensaba en los estudiantes, en que podían volver, en que quizás las echarían y así lo comunicaba a la Madre Teresa de Jesús; ésta la consolaba, la reducía con sus consejos y su fortaleza;  pero tal era el pavor de aquella monja, que llega a decirle: «Y si yo me muriera, ¿qué harías vos con un cadáver toda la noche?»
Santa Teresa vuelve a sus consejos, y al fin le dice: «Durmamos, hermana, desechad esos temores y que Dios sea con nosotras».

Lo característico de todas estas idas y venidas por las carreteras y caminos de España, de esta monja, es su voluntad de hierro, su fuerza, esa fuerza innata en todas las mujeres, que les hace no tener ni conocer el miedo al ridículo; los hombres sentimos miedo por el ridículo, la mujer no. La mujer sólo teme el qué dirán, cuando pueden atacar a su prestigio de mujer honrada.
Muchas veces en la vida, lo que no hace el marido lo hace la mujer; pues bien, esa era la suerte de Santa Teresa, y por eso recorrió toda la península en aquella época en que los caminos los llenaban hombres de todas clases y, por cierto, no modelos de caballeros honrados y galantes.
Imaginaos los conflictos que tendría que vencer, imaginaos su santa inocencia y sus grandes deseos de fundar conventos y templos donde los hombres adoran a Dios, su amor puro y casto.
Manuscrito de Santa Teresa

En cuanto a Santa Teresa, considerada en su estilo literario, no creáis que ella sea un modelo clásico. Tenía pocas letras. Una vez le escribía la priora de un convento, hablandolo de asilos. Y la fundadora de la orden contestábale: « ¿Qué es eso de asilos? Sea usía menos letrera y dediqúese á cosas convenientes».
No fue en realidad una escritora; escribía lo que pensaba claro, pero de cualquier manera, con una espontaneidad que recuerda a la de Ovidio, cuando, castigado porque hacía versos por el autor de sus días, le contestó en verso, sin querer, que no los haría más. Le ocurría como á Tolstoi, que siempre escribe para maldecir el arte y la literatura, y lo dice en forma admirable. Aborrecía á las mujeres literatas, y las obras que hizo fueron para sus monjas, para doña Luisa Mascareñas y para la duquesa ele Alba. Nunca pensó que sus libros llegaran á imprimirse, y de ahí esa espontaneidad y naturalidad sumas de todos sus escritos, en la prosa como en la poesía. Por especiales circunstancias de la ciudad en que se educó Santa Teresa, y porque la evolución del castellano no se había perfeccionado todavía, su lenguaje, propio de Castilla la Vieja, es diverso al de los autores que residían en Castilla la Nueva, como Cervantes, Lope, Quevedo y otros muchas. Santa Teresa decía naidelicióndispusicióncirimoniatraiga mesmosigurohaiga, palabras hoy no admitidas, pero que le eran en ciertas manera propias. Y le ocurría como al más grande de vuestros escritores, Sarmiento, que no tenía ortografía, pero sabía escribir. Ortografía tienen todos los maestros de escuela, pero no todos son escritores. Algo así ocurrió a Santa Teresa, dando motivo a que fray Luis de León se irritara por las correcciones que las hacían los editores, quitando a sus frases su expresiva sencillez. No era, pues, clásica.
Escribió infinidad de cartas de lenguaje popular, no tabernario, sin duda, pero sí en el castellano rudimentario de los vecinos de Ávila, y en esas cartas, cuando se dirigía a las monjas, hay plebeyismos cual las palabras que he citado, y frases minuciosas como para hacerse entender bien. Pero en sus obras «Camino de Perfección», «Castillo Interior» y otras, su astro se arrebata, se enciende, vuela y resulta en su encantadora espontaneidad una inmensa artista. Tiene toda la gracia de la salud moral en el primer libro que relatando su vida escribió, por mandato de su confesor.

Llamado camino de perfección, edición 1588

Ana de Mendoza y de la Cerda, 
princesa de Éboli (1540 - 1592)
Las señoras de la corte pidiéronle ese libro para conocerlo, y lo prestó ella a la duquesa de Alba y a doña Luisa Mascareñas. Esta lo leía sola; pero había en la corte una dama, la princesa de Evoli, delgada, menudita, fina, movediza, vivaz y graciosísima, que era a la manera de un vistoso colibrí, la única persona que desarrugaba el ceño de Felipe II, llevando como un rayo de sol a aquel carácter lóbrego como una caverna. Y esa señora, al ver que doña Luisa Mascareñas y la duquesa de Alba admiraban a la monja que escribía y que iba de ciudad en ciudad y de aldea en aldea fundando conventos, creyó deber imitar a esas otras damas de la nobleza y se hizo amiga de la fundadora, a quien perturbaba con sus revolteos de faldas y con la mirada brillantísima de sus ojos, que para mayor gracia eran uno azul y el otro negro. Deseó conocer la vida de la santa, que le dio su libro, y a las cuatro o cinco páginas se cansó de la lectura, abandonándolo a los pajes, que se reían del manuscrito. La de Evoli sintió capricho por fundar algún convento ella también, y aunque a Santa Teresa le era poco simpática, accedió a que le ayudara a fundar un convento de su orden en el pueblo de Pastrana. Murió el paciente marido de la de Evoli, llamado Ruy Gómez de Silva, y su viuda se entregó al mayor dolor y entró en el convento. Santa Teresa exclamó: «Monja la princesa, se acabó el convento». La de Evoli púsose ceniza en la cabeza el primer día y lloró desesperada; el segundo se lo pasó en el locutorio, y al tercero ya exigía que las monjas le hablaran puestas de rodillas, porque ella era de alta alcurnia.
Santa Teresa rompió sus relaciones con la de Evoli. Esta, en venganza, la denunció a la Inquisición, culpándola de actos heréticos, y así fue como la mujer más notable que ha tenido la Iglesia católica estuvo sufriendo bajo el poder inquisitorial no menos de nueve años, hasta que por fin reconocieron su inocencia. Había adquirido tanta fama como propagandista, que a tiempo de producirse la lucha entre las carmelitas calzadas y las descalzas, un nuncio, hablando de Santa Teresa, dijo que iba en devaneos por el mundo.

Otro gran amigo de la santa fue San Juan de la Cruz, poeta eminente del catolicismo.
Diré como lo conoció: quería la Madre Teresa hacer una fundación de hombres. Un día se presentaron a ella dos frailes. El uno era grande, alto, fornido, pudiera decirse que gigante de los frailes; el otro, por el contrario, chico y menudo, sonrosado, de rostro soñador. Era aquel fraile grande Eveti; el otro San Juan de la Cruz, y al comunicarles sus deseos, exclamó la santa: «Ya tengo fraile y medio».

San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús

Santa Teresa quería a Juan de la Cruz como madre amantísima, era mucho mayor que él; el fraile la adoraba con pasión férvida, ideal y divina. Y a tal punto, que cuando estaba perseguido y encerrado en los calabozos de la Inquisición de Toledo, recordaba siempre, en medio de sus tormentos, a su santa, y preguntaba si ella había sido también perseguida.

Santa Teresa de Jesús. Óleo siglo XVII,
anónimo (copia de José Ribera)
No creáis en esa Teresa que algunos os han presentado, no; Teresa era alegre, con la alegría sencilla del artista, del escritor que después de su trabajo desea expansión y recreo.
En San José de Ávila se enseñan las castañuelas, panderos y otros instrumentos que ella se complacía en enseñar a tocar a sus compañeras de claustro, en los ratos de ocio. Ella dijo que las almas santas necesitaban santas alegrías. 
Santa Teresa, al hacerse una figura europea, ha pasado por las descripciones de todos los artistas, especialmente de los franceses, que la hicieron una dama medioeval, de cara larga y pálida, de mirar triste, de manos de cera. No es verdad.
Yo estuve en la casa donde se crió la santa, he visto su báculo y, aunque no soy bajo, me queda sobrado. He visto una suela de sus sandalias, y es harto pequeña. Era lo que se llama en castellano una buena moza.
Tengo el retrato que hace de ella el padre Rivera, su contemporáneo, y en que parece verse a la santa: alta, agraciada, de ojos no grandes, pero tampoco pequeños, de sonrosado color y cabello castaño, algo rizado.
El padre Gracián, su confesor, añade que no fue fea y que el único retrato que se conserva de ella lo hizo a los 60 años, y por orden suya, un fraile pintor muy malo que había en un convento de Sevilla y que le llamaban fray Juan de las Miserias. Y aquí una anécdota que demuestra bien a la mujer, aunque sea santa. Cuando Santa Teresa vio su retrato terminado, dijo a fray Juan: «Dios te perdone, hermano, lo que me has hecho sufrir para pintarme fea y legañosa». 
Y es que la mujer, como las bellas artes, deben siempre ser hermosas.

Santa Teresa de  Jesús.
vista por Fray Juan de la Miseria
La fama de Teresa de Jesús se había difundido: ya sabéis lo que sucede a los que quieren sobrevivir. Las grandes figuras no se enteran de que decaen sus facultades, por eso veréis que los últimos días de los grandes hombres son días tristes. El mundo parece harto de su gloria. Después de muerto renace la gloria y el respeto.
Las mismas superioras vivían en continua batalla con esta vieja que se metía en todo y todo quería arreglarlo, y hasta se desataban en improperios. Un confesor la denunció nuevamente, aunque sin resultado, a la Inquisición. Entretanto, Teresa de Jesús, que en una caída se había roto un brazo y seguía, manca y todo, visitando unos y otros conventos, fue enviada, con una compañera, á Alba de Tormes. Durante el viaje sufrió frío, pasó veinticuatro horas sin comer, y al poco tiempo de llegar al convento, se murió. Así terminó su vida la que la Iglesia había de santificar llamando Santa Teresa de Jesús.
Y diré lo que representa para la literatura Santa Teresa. Grandes literatas ha habido, pero las supera esta escritora, por no tener cono ellas ni el artificio de la profesión ni el deseo de renombre. En la inteligencia de esta mujer, quizá la más grande inteligencia de mujer, todo es tan suyo como la vegetación de las montañas. Es inmortal Santa Teresa y se ha difundido su obra, inmortal también, pero que fue tan del momento, tan de la naturaleza, como el canto del ruiseñor, que no sabe siquiera si le oyen; como el aroma de la flor, que lo esparce sin advertir que encanta a quien lo aspira.

lunes, 12 de febrero de 2018

Recuerdos de 1928

La casa de Vicente Blasco Ibáñez en la Malvarrosa, Valencia.


Al comenzar el año 1928, Vicente Blasco Ibáñez vivía en su villa “Fontana Rosa” de Mentón (Francia). Allá, el 28 de enero, en la víspera de su 61 aniversario, el escritor valenciano fallecía por una bronconeumonía agravada por su diabetes. Fue enterrado en el cementerio local y cinco años más tarde, el domingo 29 de octubre de 1933, sus restos mortales llegaban a Valencia, su ciudad natal.
Pocas semanas después de la muerte de Blasco, el periodista madrileño César González-Ruano había llegado a Valencia para conocer de cerca la realidad de aquel momento: ver el chalet de la Malvarroas— l"casa del artista", tan soñada por Blasco Ibáñez pero hace bastante tiempo, abandonada —, visitar la sede de Prometeo, la editorial fundada en 1914 y cuyo director artístico siempre había sido el novelista, y además para entrevistar a los hijos del desaparecido escritor.
A continuación se reproduce el reportaje publicado el 14 de marzo de 1928, en el periódico Heraldo de Madrid. 
Algunas de las imagenes corresponden al respectivo articulo pero otras han sido adicionadas para complementar la ilustración del texto. 


Cómo viven los hijos de Blasco Ibáñez

Se piensa en la visita a los hijos de Blasco Ibáñez como en la visita a los hijos del héroe muerto. Parece ungirlos la misma grave sombra de saucos funerarios y laureles de gloría.
El mismo himno supersticioso de los hijos del héroe, que habitan el mismo solar donde él abriera un día de golpe las ventanas y asomara sus ojos a la inmensidad de un horizonte, de una baraja de infinitos que para él habían de decir su juego.
Ellos deben estar abrumados ante la muerte del padre, y, mejor aún, sorprendidos e inquietos de ese nuevo viaje emprendido por el padre aventurero y errante.
No vivieron su vida junto a él. Siempre lo recordarán en vísperas de marcharse o en día de llegada, que casi era otro tanto.

V. Blasco Ibáñez con su familia en 1903, en la playa de la Malvarrosa
Muchas veces, después de meses o de años de ausencia, se oía en la Malvarrosa la voz del coloso. 
Venia de las Indias Orientales o de las Occidentales. E iba descargando sus regalos exóticos: sedería y perfumes para Libertad ; idolillos tagalos y tabaco oriental para Sigfrido; un bastón con puño de oro cincelado, con figuras religiosas de un templo de Benarés, para Mario; una cartera y un pisapapeles para Femando Llores, su hijo político, a quien Blasco quería como un hijo de veras.
Y cuando ya les era diaria aquella continua lección de energía, de palabra fluida, de vida intensa — trasnochador y madrugador que había reducido el sueño a cuatro o cinco horas—se volvía a marchar.
Otra vez.

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Sigfrido Blasco, hijo de V. Blasco Ibáñez
SIGFRIDO

Yo no suponía ni remotamente que aquel joven moreno, de perfil acusado, judaico, de frente despejada y ojos tristes, oscurecidos por unas cejas muy pobladas, era Sigfrido Blasco.
Estaba sentado en el mismo rincón del café de la Casa de la Democracia donde yo me había citado con Just el primer día de mi estancia en Valencia.
Iba entrando gente, dividiéndose en dos grupos. Luego supe que eran la tertulia de los escritores y la de los toreros.
A la media hora me vi rodeado por unos ocho o nueve muchachos, que fueron entrando y saludando al joven moreno y enlutado. Hablaban todos en valenciano y yo no entendía más que palabras suelta.
A las tres y media entró Just y comenzó a presentarme a los contertulios. Empezó por él: Sigfrido Blasco...
Hablamos un rato, sin llevar la conversación hacia nada concreto.
—Las obras de mi padre en Valencia son la Casa de la Democracia y Prometeo.
Allí vivimos ahora Mario, Libertad y Llorca, mi mujer y yo. Tengo el coche en la puerta; si usted quiere, vamos.
Casa de la Democracia entre 1911 y 1928, calle A. Calderón 11, (hoy calle Correos);
obra de F. Mora Berenguer, el edificio ha sido derribado en los años 70
Sede de la Editorial Prometeo, calle Germanías 33; construido en 1913-1914, también ha sido derribado.

FERNANDO LLORCA

Fenando Llorca, casado con Libertad Blasco, fué siempre el brazo derecho del gran novelista, su colaborador en la empresa audaz y difícil, su sucesor único, después de la muerte del maestro.  Sigfrido me presento a este gran hombre, cuya simpatía es anterior al conocimiento, y que yo vi bajar por la escalera con dos magníficos perros, como lobos escapados de la literatura de Jack London.
Mario no estaba en casa. Lo conocería al día siguiente. Por de pronto Llorca me muestra la casa de Prometeo. Talleres de maquinaria, encuadernación, almacenes, archivo. Generosamente dice Llorca:
—Todo lo hizo él. Todo... Todo...

En la Editorial Prometeo 
Mario y Libertad Blasco, hijos del novelista, Pilar Tortosa y su esposo Sigfrido Blasco, el hijo menor.
Atrás: Fernando Llorca y César Gonzalez- Ruano (el reportero)

—Pero antes fundó Blasco la editorial de Madrid, ¿no?
—No, no... Hay más historia que ésa. La primitiva editorial valenciana a la que Blasco Ibáñez dio vida entregándole sus primeras novelas fué la de Sempere. Sin embargo, mi suegro quería mayor horizonte, y estando yo de redactor en «El Liberal», de Madrid, pensamos la publicación de «La Novela Ilustrada», donde se dieron a conocer nuestros clásicos españoles, a treinta y cinco céntimos, teniéndolos que alternar con «Rocambole».

Fernando Llorca, socio y
yerno de V. Blasco Ibáñez
—¿ Dónde tenían ustedes los talleres de «La Novela Ilustrada» ?
—Primero en la antigua casa del marqués de Molíns, en la calle del Olmo. Debajo estaba la imprenta de Fernando Fe.
Luego nos trasladamos a la calle de Mesonero Romanos. Muchas de las crónicas de Cavia las escribía allí. Desde «El Imparcial» venía a vernos. Tenía su bock de honor en nuestra imprenta.
—Y las obras de Blasco ¿se hacían en Madrid o en Valencia?
—En Valencia, en Valencia. Para no restar venta a la editorial de Sempere. Y como esta situación era absurda, al regresar del primer viaje de América nos llamó a Sempere y a mí a París. Allí nos expuso su idea de fundir todos aquellos esfuerzos en uno solo. Y decidimos fundar Prometeo bajo su dirección.
— ¿Cuál fué la primera obra que editó Prometeo ?
—«Los argonautas», de mi suegro. E inmediatamente emprendimos la edición de «Las mil noche y una noche», traducida de la edición de Madrus por Blasco y prologada por Gómez Carrillo. Luego, ya usted sabe. Libros y libros; La colección literaria, que tiene cerca de cien volúmenes, y para las que él hacía con sin igual cariño los prólogos, verdaderos estudios críticos, que yo pienso recopilar en un tomo...
¡Ahora se ha perdido la cabeza! Parece que lo estoy viendo, o que espero su carta, siempre llena de fuego y entusiasmo...
¡ Es terrible, terrible !

Y quedamos en que al día próximo Llorca me presentará a Libertad, su esposa, y a Mario.
—i Ah! Y verá usted mi colección de platos valencianos. Y la Malvarrosa por dentro, aunque está muy abandonada...

LIBERTAD
Libertad Blasco, la hija de V. Blasco Ibáñez, en 1936

Al día siguiente, la simpatía de Libertad Blasco, la bella esposa de Llorca e hija del gran novelista, me acoge cordialmente en el «hall» de la casa:
—Mario quiere llevarlo a usted a conocer la Malvarrosa. Fernando y yo pasaremos el día fuera. Llevamos aquí, cerca de Valencia, a mi hijita, que ha quedado delicada del sarampión. ¿Ha visto usted el vaciado de las manos de mi padre ! Pase usted.
Del «hall», un patio de azulejos bajo el cielo azul y purísimo de Valencia, pasamos a un comedor, donde de la colección de cerámica valenciana se extiende por las paredes en una bien nutrida e interesante teoría de platos y fuentes. Libertad Blasco va hacia el aparador y de un cajón saca un envoltorio que pone sobre la mesa. Cuidadosamente lo desenvuelve. Es un magnífico vaciado en yeso de las manos de Blasco Ibáñez, hecho en Mentón después de su muerte. Están cruzadas las dos manos.
—Nos han dicho que se debió de hacer sola la mano derecha; pero es que ignoran esta postura que en mi padre era habitual. Aquí mismo, cuando descansaba después de comer, en la sobremesa, cruzaba las manos sobre el vientre, y al trabajar, cuando dictaba, cruzaba las manos sobre la nuca.
—Sí, sí; yo recuerdo esa postura cuando lo vi en París, y en la fotografía que sirve de portada a «El militarismo mexicano»...

V. Blasco Ibáñez con el presidente Carranza, en el castillo de Chapultepec, en 1920. 
Fotografía para la portada de “El militarismo mejicano” 

—Siempre, siempre...—me dice Libertad.
Ha habido un silencio difícil, evocador, por mí respetado. La gran figura del novelista evocado entre aquellas paredes que le eran familiares, vuelve a tener plasticidad elocuente. Tan inesperada fué su muerte que aún parece que de un momento a otro, como decía Llorca, va a entrar o se va a recibir su carta interesándose por todo con la misma fe y entusiasmo de siempre.

La silueta de Mario aparece en la puerta. Es un joven acaso aviejado por una delgadez exagerada. El luto lo hace aún más demacrado. Su rostro es inteligente, vivo, inquieto, y parece que toda una fortaleza interior, discrepando con lo físico, asoma a sus ojos, que chispean bajo los cristales de las gafas de concha.

Mario Blasco, el hijo mayor de V. Blasco Ibáñez, en 1932
MARIO

Mario me habla de sus proyectos teatrales, a instancia mía.
—Ahora no trabajo nada. El golpe sufrido ha sido espantoso y me ha dejado desorientado. En cuanto me reponga un poco continuaré mi obra empezada.
— ¿Cómo se titula? ¿Qué es?
—«La noche bruja». Una acción misteriosa y extraña en el Gran Chaco. Es la obra del ambiente que Es la obra del ambiente que maneja a los personajes a su antojo. El calor enervante, que se convierte en una obsesión lúbrica para una mujer de fondo honesto, que hace todo lo posible por resistir a la tentación. Los duelos espirituales de los hombres, todo, todo envuelto en la luz intensa, en el calor horrible, en el misterio ambiente del Gran Chaco. Tengo fe en ella.
—Pero usted había cultivado el teatro de ideas, ¿no?
—Sí, sí; ahí tiene usted «La plaga» y «La mala hierba». Esta también obedece en cierto modo al propósito de teatro de ideas que tengo formado. Y hablando de otra cosa, ¿usted quiere conocer la Malvarrosa?
—Encantado.
Entonces Mario Blasco ha mandado traer un automóvil. Mira el reloj.
—Si le parece bien—me dice— comeremos en Las Termas, y desde allí vamos a conocer la casa de mi padre.
Tenemos proyecto de hacer en ella el Museo Blasco Ibáñez. Ahora está desorganizado todo y faltan muchas cosas. Mi padre no se ocupaba ya de su primera villa, después del palacio de Mentón.
—Sin embargo—le digo—, la casa de Blasco Ibáñez será siempre ésta. Aquí es donde ha soñado, aquí donde escribió su primera obra...
—Sí, sí— afirma Mario—; indudablemente. Y él nunca echó en olvido su terraza de la Malvarrosa, donde pensó muchas veces conquistar otras tierras y llevar sus naranjos de Valencia…

LA MALVARROSA

La fachada principal de la casa de V. Blasco Ibáñez,
en la Malvarrosa
Después de almorzar en Las Termas con Mario y el hijo de Llorca y Libertad he visitado la casa del gran novelista, frente al mar.
Entramos en un jardín romántico, descuidado. Faltan en él estatuas que Blasco Ibáñez llevó a Mentón.
En la fachada principal, que da al jardín, Mario me hace notar un curioso detalle:
 —Vea usted repetida la gárgola de Nuestra Señora. El diablo que contempla París, como dominándolo.

Y mientras la guardesa trae las llaves de la casa, yo pienso en la tristeza de este diablo pensador e irónico que tanto amaba Huysmans, y que aquí, en Valencia, en la piedra, tiene un gesto de aburrimiento, porque ni ve el Sena ni el mar de Levante siquiera, relegado a la contemplación eterna de un jardín con demasiada luz, con demasiado paganismo sano y amable, pese a su descuidado aspecto romántico.
—Vamos por aquí...
Subimos la escalinata. Rechina la cerradura. Parece como si entráramos en la casa de Blasco Ibáñez después de quince años de su muerte.
Mario parece adivinar mi pensamiento y me ataja:
—Ya le digo que está todo un poco abandonado. Nosotros sólo venimos algún tiempo en el verano.

La galería frente al mar es magnífica.

V. Blasco Ibáñez, en la galería de su casa de la Malvarrosa
Seguimos recorriendo la casa.
—En el pasillo verá usted algunos cuadros bastante buenos.
Pero el nieto del novelista ilustre —un mocetón de dieciséis años, fuerte como un toro —nos disuade al momento:
—No, tío; se los llevaron ya.
El comedor conserva interesantes platos y piezas de cerámica valenciana.


Es acaso la habitación mejor conservada, porque el despacho...
Los cortinajes del despacho están desprendidos. Las estanterías han desaparecido y algunos libros se apilan cubiertos de polvo en un rincón.
Huele mucho a humedad, a casa abandonada, y una dulce melancolía escarba en nuestro pecho.
—En esta mesa ha trabajado años enteros mi padre. Siéntese en el sillón, verá el mar, sin la playa. Parece enteramente que se va en un barco.
La mesa es enorme y tiene un semicírculo en su parte delantera para poder aproximar bien el sillón y escribir cómodamente.

V. Blasco Ibáñez, en el despacho de su casa de la Malvarrosa

— ¿Qué piensan ustedes hacer con esta habitación ¿— pregunto-
—Pensamos volver a poner las estanterías y en ellas todos los libros de mi padre, las traducciones, los que prologó...
Aquí, ante estos dos grandes testeros vacíos, es donde se piensa en la gran obra de Blasco Ibáñez. La lista de sus obras es enorme, y su traducción está hecha a casi todos los idiomas y de casa todos los títulos. En cuanto a las obras que dirigió y prologó el ilustre novelista...

Ahí está esa admirable colección de «La Novela Literaria». Sus prólogos son verdaderos estudios críticos y acertadas semblanzas sobre escritores, muchos de los cuales él ha descubierto en España.  ¡Y son casi un centenar de volúmenes!
Después de subir a la azotea, donde la vista de Valencia es algo espléndido de luz y de color en la huerta, donde la primavera adelanta su fecha, bajamos para regresar a la ciudad.
— Antes quiero que vea usted—me dice Mario—el busto de la Libertad que mi padre compró en su primer viaje a París. Tiene una historia sentimental...
Y ante un busto de escayola de grandes dimensiones que representa a la Libertad, simbolizada en una bella mujer con el gorro frigio ceñido a la frente, Mario me dice cómo su padre no cenó una noche y esperó todo un día en absoluta penuria hasta resolver su situación por comprar aquella estatua en los años de su bohemia de escritor pobre, cuando casi no sospechaba que un día pudiera sostener tres casas en Europa, y soñaba bellas quimeras de artista en un humilde cuarto del barrio Latino.

La casa de la Malvarrosa, en 1928





Ha sido un poco triste esta visita. La casa donde Blasco Ibáñez garabateó febril las cuartillas por las que fué perseguido y encarcelado tantas veces; la casa donde imaginó una Valencia que nacía en la historia liberal de las germanías; la casa que le oyó soñar en voz alta y le vio partir para la conquista del mundo, es únicamente un reflejo de lo que fué en otros tiempos.
Sólo la energía de su hijo político Femando Llorca, inteligencia vivísima y férrea voluntad, puede, ayudada por Mario y Sigfrido, levantar allí un templo donde se venere el recuerdo del gran escritor.
Un museo, algo así como la casa de Medan de Zola, donde aparezca vivo cuanto recuerde a aquel coloso aventurero, a aquel titán del Levante, de quien un día mediterráneo de estampa se enamoró la muerte, que se había llevado a D'Artagnan—a aquel otro aventurero gentil que fué Gómez Carrillo—como prendada ahora de la masculinidad, de la fuerza y audacia emprendedora de Portos.

DESPEDIDA

V. Blasco Ibáñez viajando entre América y Europa (1910-1914)
Fotografías de Blasco Ibáñez... Evocadoras fotografías que me enseñan Mario, Sigfrido y Llorca. Los originales de las obras inéditas son contemplados y revisados con verdadero amor. Así sus cuadernos de notas, donde tiene apuntadas frases, bocetos, ideas, todo un programa de trabajo en clave que para los demás resulta incoherente e incomprensible. Es una letra clara y uniforme. No se nota cansancio alguno en ella. Hago esta observación y Llorca me dice:
—Es que jamás estuvo cansado de nada. No le he visto nunca aburrido. El día para él tenía pocas horas, y la vida misma le ha resultado corta. Ha muerto sin decir todo lo que tenía que decir, lleno do proyectos de obras que en manera alguna eran de decadencia. Volvía de sus viajes de América sin deseo de descansar, imaginando ya nuevos viajes.
Parece que le estoy viendo en ese sillón hablar y hablar, levantarse continuamente, accionar con todo el cuerpo...
— ¿ Escribía también aquí ?
—Sí; en todos sitios. Llevaba con él los originales y trabajaba continuamente, corrigiendo bastante, porque aunque han dicho que no se preocupaba del estilo, le preocupaba mucho. Y eso que para él escribir era lo de menos. Tardaba mucho en planear una novela. A veces dos años tomando notas, estructurando la obra, y luego dos o tres meses para escribirlas.
Les pido autorización para fotografiar una cuartilla de la obra más interesante que deja Blasco : «El gran Khan», la obra del descubrimiento de América, la historia de la raza española, cuyo fuego él llevaba en el pecho azotado por todos los vientos y batido por todas las inquietudes.

La ultima cuartilla de “En busca del Gran Kan”
 una de sus últimas novelas, publicada póstumamente, en 1929
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Dejo Prometeo, y en la casa a la familia de Blasco, que me ha acogido con una cordialidad sin límites.
El recuerdo del gran novelista muerto está vivo en Valencia. En el café de la Democracia, en la Malvarrosa, en Prometeo, en las calles de la ciudad, siempre señalan un rincón y una anécdota. Allí tuvo el desafío con... Allá dio su primer mitin a los pescadores valencianos...
¡Obra enorme la del escritor y político! Obra principalmente, aparte de su labor literaria, de cultura y caudillaje.
Su figura despertaba apasionamiento y fe.
Con Blasco se ha perdido algo más que un gran escritor: un gran sugerente, un gran espíritu directivo. Lo sabe Valencia, que llora al hijo errante que no ha vuelto de uno de sus viajes.
No se puede decir que ha muerto. Las máquinas de la imprenta siguen repitiendo su nombre y en Valencia se habla de él como de quien un día cualquiera puede volver. Como París ha esperado a Zola hasta hace poco. Como él mismo esperaba a Hugo, el magnífico, cuando en la agonía dijo :
—Que pase... Es Hugo que viene a verme...

César GONZALEZ-RUANO
Año 1928

lunes, 29 de enero de 2018

«La Senyera» de Blasco


Hace 90 años, el 28 de enero de 1928, a las tres de la madrugada, en Mentón (Francia) finalizaba una «vida de novela», la vida Vicente Blasco Ibáñez.
Tres meses antes, el 26 de octubre de 1927, el escritor valenciano enviaba una carta a Eduardo Sanchis, un reputado fabricante de tejidos de sedas de Valencia, con quien, a través de correspondencia epistolar, continuaba una vieja amistad. Blasco apreciaba mucho el trabajo de su amigo y conciudadano, considerándolo un verdadero artista, y según parece, le encargaba la elaboración de alguna pieza especial; de esa vez, había sido una capa. Hacia el final de la carta mencionaba:
También me gusta lo de la Señera valenciana, y arreglare aquí un salón para tenerla bien a la vista. Tal vez me servirá de sudario cuando me entierren.1 
Además de esta carta — entregada a la prensa por Dolores Vidal, la esposa del fabricante, en los últimos días de enero del 1928, después de la muerte de Blasco   no hay otros datos que confirmen un compromiso firme por parte de E. Sanchís para la rápida entrega de la enseña valenciana. 
Obviamente, el precipitado fallecimiento del novelista no le permitió terminarla a tiempo y según parece, los parientes del escritor conocían su deseo y también la promesa del fabricante. 
Aquel sábado 28 de enero, a pocas horas después de la muerte del novelista, sus hijos — recién llegados a Mentón  enviaban un telegrama a Eduardo Sanchis: 
El martes por la mañana el entierro de papa en Mentón. Por voluntad expresa suya le rogamos que traiga la Señera, envuelto en la cual ha querido ser enterrado el papa. – Hijos de Blasco Ibáñez.2
El siguiente día, el periódico El Pueblo dedicaba casi todas sus paginas a la perdida inesperada de su fundador; en uno de los artículos, titulado "A Blasco Ibáñez se le enterrará envuelto en la Señera valenciana", se relataba:

Publicidad del año 1921
Uno de los íntimos amigos de Ibáñez, don Eduardo Sanchis, reputado fabricante de sederías, estaba tejiendo una reproducción de la Señera, obra maravillosa de sus artífices, para adornar uno de los salones de la residencia del Maestro en Mentón.
Una  de estas  reproducciones  de la Señera, terminada ya por el señor Sanchis, le había sido regalada a nuestro amigo queridísimo Muñoz Carbonero médico de la familia de dicho inteligentísimo industrial...
Anoche mismo salió para Mentón el señor Sanchis, pero como la Señera tejida para Blasco no está aún terminada, llevóse la reproducción que posee el doctor Muñoz Carbonero, para que pueda cumplirse la voluntad de Vicente Blasco Ibáñez, indicadora de la ternura con que amó a su tierra.2
Para el fabricante valenciano — aquel viaje inolvidable, sin atreverse a dormir por miedo a perder la caja en que llevaba la Senyera, bajando con ella a los restaurantes del tránsito, atravesando bajo la lluvia, un andén de Marsella a Carcassone, con la caja bajo el gabán...3 — sería el ultimo largo viaje de su vida. Eduardo Sanchís Romero falleció diez meses más tarde, en diciembre del mismo año, pero sin antes terminar de tejer la seda para otras Señeras más, tres de ellas, consideradas hoy, las hermanas gemelas de la que llevaba aquel día a Mentón.

La prensa española, manifestación infalible de la opinión, tuvo en los días que siguieron a la muerte del maestro un período de actividad febril. Páginas enteras se llenaban con detalles y recuerdos del gran novelista, con anécdotas de su vida y con biografías copiosas...
Fué el homenaje de España entera. Aun los diarios enemigos de él, en convicciones y en ideas, reconocieron, gallardamente, que con su muerte se perdía la figura que representaba mejor a la literatura española en el extranjero.
El pueblo español, noble siempre, tributaba al muerto glorioso el galardón que merecía, buscando con avidez los periódicos, que ansiosamente devoraba, en busca de noticias y detalles que saciaran su deseo.4

Los periodistas de Madrid  representados por Mariano Benlliure y Tuero, hijo del escultor valenciano Mariano Benlliure —, escritores y camaradas de Blasco Ibáñez, unidos a él por la más profunda admiración5— expresaron públicamente el deseo unánime de que la inhumación se lleve a cabo en tierra española.

Según la prensa, ese mismo deseo lo manifestaron también la mayoría de los valencianos. Todos recordaban la ultima visita oficial de Blasco a Valencia, en 1921, y aquel anhelo que él había expresado durante su discurso en el Cabañal:
Si me enterrasen en país lejano moriría para siempre,… yo quiero que me traigan aquí, junto al Mediterráneo, y así no moriría nunca porque mi cuerpo vendrá a confundirse con esta tierra de Valencia que inspiró mis obras más amadas6.
Pero en Mentón, sus familiares ya habían tomado una decisión:
Por deseo expreso del difunto su cadáver no será trasladado por ahora a Valencia por motivos de índole delicada y personalísima. Será por tanto inhumado en Mentón y sus restos mortales envueltos en una reproducción exacta de «La Senyera» de Valencia que hace tiempo tenia encargada5
El lunes, 30 de enero, el periódico El Pueblo publicaba la respuesta oficial, reproduciendo el telegrama7 enviada desde Mentón por Sigfrido, el hijo menor de Blasco, el que ya firmaba con los dos apellidos del padre.

Traslado a la biblioteca. Mentón, 30 de enero de 1928. 
Domingo  el día anterior  había llegado en aeroplano a Mentón, Campúa, el conocido fotógrafo de Prensa Gráficapara captar las primeras imagenes, las que han quedado como el mejor testimonio gráfico de aquellos momentos.
…obtuvo numerosas fotografías del cadáver, como también del acto del traslado desde el lecho mortuorio a la capilla ardiente.8 
Con sus fotografías no solamente consiguió enseñar el rostro del novelista muerto y a los que allá reunidos, participaron en el acontecimiento, sino que también lograba revelar el ambiente que había rodeado al escritor valenciano en sus últimos momentos de vida: la villa Fontana Rosa con su jardín,
...trozo de España, donde tan bellas páginas había trazado con su pluma, gastada de tanto seguir los dictados de su genio grandioso y de su corazón. El hijo del mar había cerrado sus ojos para siempre, frente a aquel «Mare nostrum» cuyos misterios seculares él se llevaba para siempre, encerrados en el fondo de su imaginación portentosa.4
Además, la cámara de Campuá captó las escenas más elocuentes de los actos y las ceremonias organizados para aquel imprevisto acontecimiento. 

En el jardín de Fontana Rosa. 

El jardín de Fontana Rosa, 29 de enero de 1928. (Foto: Campúa)

Un rincón del jardín de Fontana Rosa, 29 de enero de 1928. (Foto: Campúa)
Estudio-biblioteca de V. Blasco Ibáñez en  la Fontana Rosa, 29 de enero de 1928. (Foto: Campúa)
La villa Fontana Rosa, donde V. Blasco Ibáñez había vivido en los últimos años.

En la mañana del lunes 30 de enero, llegaron los comisionados valencianos:
Julio Giménez, redactor de El Pueblo, presidente de la Asociación de la Prensa de Valencia y representante de la de Madrid y de la Federación de Prensa Española, Julio Just, delegado del Partido Republicano de Valencia, de la Casa de la Democracia y de El Pueblo, el letrado Álvaro Pascual Leone en representación del Circulo de Bellas Artes y el comerciante Eduardo Sanchis.
Eran portadores de la Señera fabricada por el señor Sanchis.8

Eduardo Sanchis, Álvaro Pascual, Julio Giménez y Julio Just 
La Comisión legada expresamente a Mentón desde Valencia, portadora de la Señera valenciana
 y de un puñado de tierra del pueblo natal, para enterrar con ello a Blasco Ibáñez

Los familiares habían trasladado el féretro al despacho-biblioteca, el sitio de trabajo del novelista, y allá fue instalada la improvisada capilla ardiente. 

Los comisionados valencianos,...desde la estación se trasladaron seguidamente a Fontana Rosa, penetrando en la biblioteca, donde estaba ya depositado el cadáver, envolviendo éste con la Señera valenciana de que eran portadores y cubriéndolo con flores y encajes de plata.9

La capilla ardiente improvisada en la biblioteca. Fontana Rosa, Mentón, 30 de enero de 1928.

Los comisionados valencianos y familiares de Blasco Ibáñez. Mentón – Francia, 30 de enero de 1928 (Foto: Campúa)
Julio Just, allá presente, recordaría — unos meses más tarde  aquellos momentos y la compaña de Eduardo Sanchis … aquel amanecer tardío y lluvioso en que él, Julio Giménez, Pascual Leone y yo, penetramos en la sala de trabajo del maestro y le vimos por postrera vez, con los anchos hombros apretados por las paredes del ataúd, sordo y ciego para siempre, y le extendimos sobre el busto y los pies la gloriosa enseña de la ciudad natal, y le coronamos de flores, como a un dios antiguo, haciéndole ofrenda de unos puñados de tierra de la huerta de Vera por cuyas sendas habían caminado las gentes de su Barraca, a la busca de la Ermita, con su soportal de redondos y gruesos pilares o de alguna alquería de las que hay por allí, con ventanas de rejas inclinadas, puerta redonda y alegre emparrado.3

Capilla ardiente instalada en el despacho de V. Blasco Ibañez. Mentón, 30 de enero de 1928
La Señera valenciana que acompaño al valenciano para siempre.
Junto al ataúd, el fabricante del tejido de seda y portador de la Señera, contaba las presillas o asas del pendón, que tenían que haber servido para colocarlo de los muros, con manos temblorosas y mientras por sus mejillas se caían gruesas lágrimas.3
El periódico valenciano El Pueblo mantenía informado al publico sobre todos los acontecimientos del evento a partir de datos fiables, obtenidos directamente de Mentón, por vía telefónica y telegráfica. 
Continuando con el día 30, relataba:
A las cinco de la tarde de hoy se ha celebrado la ceremonia de cerrar el féretro que contiene los restos del ilustre escritor. El acto, que resultó conmovedor, fue presenciado por la viuda e hijos del finado, los periodistas Espía y Giménez, el escritor Joaquín Belda, Just y algunos íntimos.
El cadáver de Blasco Ibáñez ha sido cubierto totalmente por la Señera, habiéndose depositado también dentro del féretro la tierra de la huerta valenciana, traída exprofeso por los comisionados de su país natal.
La caja mortuoria ha sido llenada igualmente de flores valencianas.9
El martes 31 de enero, era el día del entierro del novelista en el Cementerio de Mentón-Garaván, un entierro provisional hasta que se decidiese trasladar sus restos mortales a Valencia. En aquellos momentos, los parientes y algunos de sus correligionarios, consideraban inoportuno traerlas a su ciudad natal; incluso, había los que decían que Blasco no deseaba regresar a España "ni vivo ni muerto" hasta que no se instaure la República. 
En las primeras horas de la mañana, se colocó bien la Señera, se derramó la tierra de Valencia por la almohada; sobre la que descansaba Blasco, se cerró el féretro y se soldó. Sobre la tapa del féretro se colocó una placa de plata con esta inscripción: "Vicente Blasco Ibáñez. 1867-1928".10
A las 10, el cortejo partía desde la villa Fontana Rosa.
Así llegó la hora del entierro. Blasco Ibáñez, sacado en hombros por sus familiares se despedía para siempre de Fontana Rosa, la mansión de sus ensueños y de sus amores...
Una compañía de Cazadores Alpinos tributó al cadáver los honores que le correspondían como perteneciente a la legión de Honor. La comitiva atravesó las calles de Mentón hasta el Cementerio comunal. Allí habían de quedar sepultados los restos del hombre que llenó todo un período de la literatura española.4

La salido del féretro de V. Blasco Ibáñez de la villa Fontana Rosa, Mentón, 31 de enero de 1928

En la plaza situada frente al Cementerio de Mentón se pronunciaron varios discursos. 
Julio Giménez, decía en el suyo: Blasco Ibáñez ha vivido la vida de dos pueblos. Blasco sentía iguales afectos por España que por Francia. La última, prueba de estos dos grandes afectos, ahí la tenéis: ha sido envuelto su cadáver en la Señera valenciana y recibe ahora sepultura su cadáver en tierra francesa.11


Julio Just pronunciando su discurso. Mentón, 31 de enero de 1928
Al terminar los discursos todos los acompañantes desfilaron ante el féretro.10  Luego ha sido depositado en una cripta situada en lo alto de una montaña desde la que se divisa el mar11; y aunque estaba cerca al Mare Nostrum, no era el sitio que Blasco había elegido...
¡Cómo iba a pensar él, cuando en sus años mozos atravesaba España en triunfo, que iba a dormir su sueño definitivo en el humilde Cementerio de Garaván, tan lejos del pueblo que le viera nacer!...
Envuelto su cuerpo en la señera valenciana, expresión postrera de su patriotismo, fué encerrado en la fosa.4
El féretro de caoba con fondo metálico soldado, preparado para el futuro traslado a Valencia, fue depositado en una cripta frente al mar pero no se le dio tierra.
En aquella manifestación de duelo, donde Francia rindió máximos honores al Blasco Ibáñez muerto, la representación oficial de España no se hizo presente, a pesar de que habían pasado más de tres años desde la campaña mediática internacional del escritor republicano contra el monarca Alfonso XIII y la dictadura Primo de Rivera. Probablemente, muchos se preguntaban: 
¿Acaso no había conservado Blasco Ibáñez, durante toda su vida su nacionalidad española? 
¿No era también uno de los escritores más eximios de la lengua de Cervantes? ¿No se proclamaba así por el mundo entero?4
* * *
Al mismo tiempo que en Mentón de celebraba el entierro de Blasco, en Valencia, en la Fábrica de tejidos de seda de Eduardo Sanchis se colocaba una ofrenda al Maestro Blasco Ibáñez. Pocos días más tarde, la prensa publicaba una carta12 de pésame firmado por todo el personal de la empresa, y con ella, la fotografía de aquel singular homenaje: flores, libros, el retrato del escritor y una Señera... ¿La «Senyera» de Blasco? 
O no...
Ofrenda a V. Blasco Ibáñez.
Fabrica de tejidos de seda de Eduardo Sanchís.
Valencia, 31 de enero de 1928
En realidad, al montarse la ofrenda, fueron colgadas tres piezas de seda, de las que se tejían en la fabrica para la confección de Señeras valencianas; colocadas una encima de la otra, fueros dispuestas según el diseño original para la representación simbólica de una Señera.
Parece que en enero del 1928, la única bandera de este tipo de la que se podía disponer así como se hizo, era la del doctor Muñoz Carbonero, y es la que Eduardo Sanchís había llevado a Mentón.
No obstante, existía una más, que igual a esa, representaba la réplica de la Real Senyera  el antiguo estandarte valenciano venerado por varios siglos por su simbolismo histórico ; era la de Lo Rat Penat. Esta sociedad cultural, fundada en 1878 y dedicada a la promoción y difusión de la lengua y cultura valenciana, tenia su propia Señera desde 1923 pero es imposible establecer algo en común respecto al origen de la fabricación de las dos banderas. 

La Senyera de Lo Rat Penat - 1923  (Barberá Masip) 
En 1927, pocos meses antes de que Blasco hubiera expresado su deseo de tener una Señera fabricada por Eduardo Sanchis, el Consistorio de Valencia había decidido restaurar la antigua Real Senyera, la del 1545, para guardarla en el Archivo Municipal, y confeccionar otra nueva, copia exacta del original, para poderla llevar a los actos que se considere conveniente, sin necesidad de tocar la histórica y venerada enseña.13

16 de diciembre de 1927. El Ayuntamiento de Valencia entregando a la Casa de Beneficencia, la Real Senyera para su restauración
Según la prensa de la época, el Ayuntamiento designó “…una Comisión, integrada por concejales y funcionarios, para que entendiera en todo lo referente a la confección de un facsímil de la Real Señera, copia exacta de la auténtica y con materiales de la mejor calidad.14  
Fue Eduardo Sanchez el encargado de realizar, la tela de seda y el tisú de oro14 para la confección de la nueva enseña. Esto le permitía al fabricante acceder a la antigua Señera y copiar el diseño, si no tuviese desde antes. A partir del modelo original, Sanchís reproduce en sus talleres de la calle de Quart el singular tejido y probablemente, la primera bandera confeccionada con esta tela fue la del doctor Muñoz.  
Ya para finales de enero del 1928  cuando fallecía Blasco  la fabrica valenciana había recibido el encargo de realizar al menos dos banderas: una, la que el novelista mencionaba en su carta de octubre de 1927, y la otra, la del Ayuntamiento, que había sido solicitada oficialmente en diciembre del mismo año. Es imposible saber si ambas banderas fueron confeccionadas al mismo tiempo, o seguidamente; luego, una vez terminadas, es difícil de conocer cual de las dos llegaba al Ayuntamiento y cual se le entregaba al doctor Muñoz a cambio de la suya, la que él había devuelto a E. Sanchís para el entierro de Blasco. Obviamente, las dos piezas eran idénticas y fue decisión del fabricante la prioridad en la entrega de cada una.
Lo que sí, está claro es que la primera copia exacta de la Real Senyera, realizada con la tela de seda tejida en los talleres de Eduardo Sanchís, llegó a Mentón el 30 de enero de 1928, para cumplir el deseo del novelista valenciano; cubrió su cuerpo sin vida, acompañándole para siempre.

La Señera encargada por el Ayuntamiento costó 9634 pesetas15 y fue entregada ocho meses más tarde, el 25 de septiembre del mismo año. Confeccionada por las Hermanas de la Caridad de la Casa de Beneficencia con el tejido fabricado por E. Sanchís, la nueva enseña valenciana fue expuesta al público en el salón del Ayuntamiento a la espera de la “festa de Sant Donís”, para ondearla por las calles, después de que haya sido bendecida en la Catedral.16 

9 de octubre de 1928: “El Arzobispo de Valencia, doctor Melo, bendiciendo la nueva Senyera valenciana”
9 de octubre de 1928: “La nueva  Senyera , despúes de ser bendecida, 
a su paso por la Glorieta para dirigirse al Parterre.”

Carlos Sousa, Marquez de Sotelo
(Valencia 1862 – 1937)
 
El 9 de octubre del 1928, en conmemoración del VII centenario de la conquista de Valencia por Jaime I y celebrando la fiesta tradicional de San Dionisio, la nueva Señera  destinada desde entonces a los actos públicos salía por las calles de Valencia en su primera procesión cívica. Cumpliendo con las ceremonias previstas, la bandera fue bendecida en la Catedral y acudió al Parterre para el homenaje al rey Jaime I. De regreso a la Casa Consistorial, el alcalde de entonces, Carlos Souza, marqués de Sotelo, desde el balcón expresó su gratitud por el homenaje tributado a la Señera y al Rey Conquistador, y al final añadió:
He nacido en Valencia y en Valencia quiero morir; y será mi mayor satisfacción, el merecer que mi cadáver sea envuelto con la Señera.17 
Parece que el ejemplo de Blasco había dejado precedente pero el marques no gozaría de aquel privilegio. En 1930, cuando cayó la dictadura de Primo de Rivera, el alcalde dimitió y tras la proclamación de la II República Española, fue encarcelado por un tiempo. Moría en 1937, durante la Guerra civil española.


* * *

En 1933, se decide traer los restos mortales de Blasco a Valencia.
Su hijo mayor, Mario Blasco, entrevistado por la prensa, decía: Mi padre expresó en repetidas ocasiones su deseo de que sus restos sólo se llevasen a Valencia en caso de proclamarse la República.18 
En España, desde hace más de dos años, ya se había instaurado la II República y aunque el traslado fue acordado oficialmente en mayo del 1931, no se realizó sino cuando los comprometidos en llevarlo a cabo consideraron oportuno.
El 24 de octubre de 1933, el féretro de Blasco fue retirado de la cripta del Cementerio de Mentón y llevado nuevamente a la Fontana Rosa; recibido entre las filas de los cazadores alpinos franceses, y cubierto por la bandera tricolor, era colocado al pie del busto del escritor, emplazado en el jardín de la villa. Las tropas rindieron honores y luego, el ataúd se instaló en uno de los salones convertido en la capilla ardiente, en espera del traslado al buque que había de conducirlo a España. 

El 34 batallón de cazadores alpinos rinde honores al féretro de Blasco Ibáñez, 
situado ante el busto del mismo, en los jardines de Fontana Rosa. 24 de octubre de 1933.

Dos días más tarde, el ataúd fue introducido en un arcón de roble tallado con aplicaciones de oro y representando un libro que se sustentaba sobre seis más, en cuyos cejudos se leían los títulos de otras tantas novelas de Blasco Ibáñez19, y se traslada a la capilla ardiente del Ayuntamiento de Mentón para la entrega oficial a la representación española. Una vez finalizadas las respectivas ceremonias, los restos mortales de Blasco Ibáñez, a bordo del acorazado español Jaime I - en buque designado para el traslado partían hacia Valencia.

La capilla ardiente del Ayuntamiento de Mentón. 26 de octubre de 1933
La entrega oficial a la representación española, en el Ayuntamiento de Mentón. 26 de octubre de 1933
En Mentón, no hubo Señeras; la protagonista era la bandera republicana. 
En Francia, V. Blasco Ibañéz era recordado como el exitoso novelista español, el gran amigo del país vecino y el fervoroso republicanoLa prensa resaltaba que su muerte había sucedido en el exilio y además, afirmaba que el novelista fijaría su residencia en Francia por motivos políticos, aunque era bien sabido que Blasco había decidido establecerse en París diez años antes de emprender la campaña contra el rey Alfonso XIII, y lo hizo por voluntad propia. 
En España, después de muerto Blasco, sus antiguos correligionarios valencianos, idealizaban la figura del carismático líder y personaje político, mitificando su personalidad y su obra. Sus acciones y sus principios fueron moldeados para construir la ideología del nuevo modelo político emergente; sus aportaciones fueron reinterpretadas e insertadas dentro del nuevo discurso del Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA) - fuerte agrupación política de aquel momento, de ámbito exclusivamente valenciano.
…hablar del republicanismo histórico de Valencia es hablar de Blasco Ibáñez. Al conjuro de su nombre, de su palabra… surgieron las huestes republicanas más activas, más luchadoras, más avanzadas y anticlericales de España. 
...el blasquismo no es una concepción ni un partido ni una agrupación de hombres avanzados y libres, sino una religión con sus adeptos... Él (Blasco) y sólo él nos enseñó en sus obras, en sus gestas y en sus gestos políticos.  Así consiguió que se adueñara de nuestro ser el odio a aquella vergonzosa Monarquía y el amor a Valencia. Aquel odio y este amor son el nervio de nuestro temperamento y el norte de nuestra actuación política20.

Mentón, 1932. Comisiones valencianas ante
el túmulo de Blasco Ibáñez.
A finales de enero, se organizaban viajes a Mentón, verdaderas peregrinaciones cívicas de caracter casi religioso, para conmemorar y rendir honras al novelista republicano. 
Se llegó al extremo de idolatrar al fundador del partido que llamaban blasquista, y mistificar su obra intelectual, dándole atributos netamente religiosos; había que ser un apóstol, y así se presentaba en la prensa:
Esa visita colectiva tendrá algo de peregrinación religiosa. En el alma de todos habrá la unción que debe haber cuando se visita la tumba de un gran apóstol.21  
Esta misma posición mantenían los dirigentes, y así la presentaron en los discursos pronunciados a la llegada de los restos de Blasco a Valencia, diciendo:
Su espíritu nos dice cerca de nuestro corazón las palabras del Evangelio: "Cuando os reunáis en mi nombre mi espíritu estará con vosotros." Efectivamente, en todas las reuniones en que invoquemos su nombre, él vendrá y dejará sobre nuestros corazones la llama divina de su espíritu universal.22 

Con el traslado del cuerpo de Blasco a Valencia, el culto a su figura y la religión blasquista culminaban. Se había decretado que los honores concedidos al novelista serían equivalentes a los de un ministro civil fallecido en el ejercicio de su cargo.
En la mañana del 29 de octubre de 1933, una inmensa multitud había invadido el Puerto de Valencia para asistir al espectacular recibimiento organizado por el nuevo régimen y cuyas autoridades estaban allá presentes.
Aquella movilización popular masiva no era el simple resultado generado por la convocatoria de la clase dirigente a un evento donde se debía rendir homenaje a un antiguo republicano, en reconocimiento a sus aportes políticos. Fue el encuentro de miles de españoles que, independientemente de su credo político o religioso, se sentían orgullosos de la fama internacional alcanzada por V. Blasco Ibáñez como novelista; acudían para presenciar la repatriación del cuerpo del que había sido su mejor embajador, y así expresar su gratitud por representarlos ante el mundo través de la cultura.
A las ocho de la mañana se paralizó totalmente el tránsito rodado en los muelles, y la circulación de peatones era ya poco menos que imposible. Iban llegando las sociedades, círculos, corporaciones y elementos oficiales de Valencia y resto de España adheridas al acto.23 
A las nueve y cuarto la agitación y el clamor de la muchedumbre anuncian que el acontecimiento esperado comienza a producirse.25 
Puerto de Valencia. 29 de octubre de 1933
Puerto de Valencia. 29 de octubre de 1933

Nunca antes, esa gente, llegada de varios sitios y concentrada frente a mar, había visto semejante ceremonia. El buque Jaime I, en formación con los barcos de la escuadra francesa y con los españoles, entraba en el puerto escoltado por las embarcaciones de la Marina y las del Progreso Pescador de Valencia.
En el aire, …sobre el vapor volaban también los aviones e "hidros" que de toda España habían llegado para asistir a la ceremonia. Los aviones volaron muy bajos sobre el público de los muelles, siendo ovacionados por la multitud.23 
También, estaba presente un equipo de filmación que inmortalizó aquellos momentos.
Los muelles y tinglados estaban engalanados con banderas, gallardetes y colgaduras de los colores españoles. También las embarcaciones estaban adornadas con les colores nacionales y regionales. Las barcas de pesca estaban llenas de público para presenciar la llegada. El espectáculo era grandioso.
A las nueve y cuarto el buque Jaime I va aproximándose lentamente.
La escuadra, desde el faro, entró en línea recta. En aquel instante empezaron a sonar las sirenas de todos los buques, y el público prorrumpió en aclamaciones frenéticas. También empezaron a hacer las salvas reglamentarias los buques de guerra. El estruendo fue ensordecedor y el momento indescriptible.23


La llegada del buque Jaime I en el Puerto de Valencia, 29 de octubre de 1933.
La llegada del buque Jaime I en el Puerto de Valencia, 29 de octubre de 1933.
Recibimiento del cuerpo de V. Blasco Ibáñez en el Puerto de Valencia . 29 de octubre de 1933
La tripulación del “Jaime I” custodiando los restos 
de Blasco Ibáñez, momentos antes de ser desembarcados. 
Valencia, 29 de octubre de 1928 (Foto: Alfonso)

En medio de profundísimo silencio, y próximamente a las once, los marinos del "Jaime I" en número de16, transportaron el féretro al lugar más adecuado del buque para realizar el desembarque. A partir de este momento, una batería del 15 Ligero de Artillería hizo las salvas de ordenanza, consistentes en 21 cañonazos, repetidos tres veces, desde que el féretro fue elevado por la grúa hasta que tocó tierra valenciana. En este momento aparecieron, procedentes del aeródromo de Castellón, 22 aparatos de caza, que completaban la escuadra de 108 aparatos, y el ruido del vuelo de estos aviones se confundió con el sonido de la banda del regimiento de Infantería número 13, que tocaba en honor de Blasco Ibáñez el Himno de Riego.23

Desembarco del féretro de Blasco Ibáñez en el Puerto de Valencia. 29 de octubre de 1933

A las diez y treinta, terminado el desembarco de los restos, los timbaleros y clarines de Valencia interpretaron el himno a la ciudad, al mismo tiempo que diferentes bandas dejaban oír los acordes del Himno de Riego y la banda de cornetas le rendía honores. La marinería dio tres vivas a la República.24
Al tocar la tierra valenciana las cenizas de ilustre español se dio suelta a 20.000 palomas de todas las sociedades colombófilas de España. Los aviones se internaban en Valencia, anunciando la repatriación del hijo inmortal a su tierra. El momento fue de indescriptible emoción.23

Desembarco del féretro de Blasco Ibáñez en el Puerto de Valencia. 29 de octubre de 1933

Durante todos aquellas ceremonias fúnebres y los solemnes actos celebradas en Francia parece que todos habían olvidado la Señera, el simbólico estandarte valenciano que tan importante había sido para Blasco.
Pero en Valencia, no...
El 29 de octubre, cuando llegaba el buque con los restos mortales del novelista en el puerto de su ciudad natal, todas las banderas de múltiples Comisiones y Círculos se hallan plegadas; pero hay una que no debe estarlo y no lo está. La Señera del Ayuntamiento de Valencia flamea gallarda25.
Después del espectacular recibimiento en el Puerto de Valencia, en el muelle de Caro se realizó la entrega de los restos de Blasco Ibáñez al alcalde de Valencia y seguidamente se organizó la comitiva.26  
A las once menos diez se ponía en marcha el cortejo que se dirigió por la Avenida del Puerto al recién inaugurado Puente de Aragón, acompañado por la representativa Señera.

Valencia, 29 de octubre de 1933. La llegada del cortejo al Puente de Aragón
Durante el trayecto por la zona marítima, el féretro fue llevado por marineros valencianos. Desde la entrada de la avenida de los Aliados (la actual Avenida del Puerto) lo fue por obreros de distintas sociedades republicanas, en equipos de veinte hombres, que se relevaban cada 100 metros, y que lo transportaron hasta La Lonja.23  
Aquel arcón que encerraba el ataúd con los restos mortales del novelista pesaba cerca de 700 kilos y fue transportado por 52 equipos de 20 personas. La prensa lo describía con detalles:

El féretro trasportado a hombros, por los valencianos. 29 de octubre 1928
Sobre tres fuertes barras de madera va sujeta una amplia tabla formando un anda. Otra de iguales dimensiones, y de unos doce centímetros de grueso, lleva labrados unos preciosos ramos de naranjas pintadas con oro, en representación de la obra «Entre naranjos», palabras que  aparecen grabadas también en letras doradas en dos extremos de la misma. Entre ambas tablas, y sujetos a la segunda, hay seis tomos, distribuidos en dos grupos de tres a cada lado, representando «Los cuatro jinetes del Apocalipsis», «Flor de Mayo», «La catedral», «La barraca», «Mare nostrum» y «La horda»;  estos títulos también están en letras doradas. Sobre esta última tabla descansa la caja donde reposan los restos, y como remate del arcón, en forma de libro con el lomo hacia arriba, y todo a base de madera de caoba artísticamente labrada, cubre el cuerpo de la caja el título de su otra obra «Los muertos mandan».26 

En el Puente de Aragón se encontraban el jefe del Gobierno, las autoridades locales y nacionales, y varios familiares de Blasco, a la espera de incorporarse a a marcha... hasta que un punto de clarín anuncio que el cortejo fúnebre se acercaba.26 Fueron organizadas las cuatro presidencias y volvió a formarse la nueva comitiva, de esta vez, encabezada por las autoridades del Estado. Después del féretro llevado a hombros,  marchaba un armón de artillería cubierto con un paño negro, sobre el cual se había colocado la bandera española.24 


Valencia, 29 de octubre 1933. El cortejo con el féretro de Blasco Ibáñez, entrando en la Plaza de Tetuan
El paso del féretro por las calles constituyó una imponente manifestación de duelo. Se advertía en muchos momentos en la multitud el deseo de exterior su entusiasmo, unas voces con aplausos y otras con vítores pero en seguida se imponía el silencio como respeto a la memoria del glorioso novelista. 
Cien bandas de música que de distintos pueblos habían acudido a Valencia estaban situadas de trecho en trecho durante todo el recordó, a unos cien pasos una de otra, de tal forma, que no se habían extinguido las notas graves de la una, cuando la otra comenzaba a tocar una marcha fúnebre o un nocturno.27

Valencia, 29 de octubre 1933. La primera presidencia de la comitiva a través de las calles de Valencia; 
tras del armón que conduce el ataúd, el Presidente de la República.

La multitudinaria manifestación recorrió lentamente el trayecto establecido hasta el Ayuntamiento situado en la Plaza Emilio Castellar recién reformada y la que Blasco no había conocido. 
La Casa Consistorial, inaugurada tres años antes, ostentaba en su fachada principal la Señera, su Real Senyera que según la tradición valenciana, es la única bandera que “no se inclina ante nadie ni ante nada”.
Al llegar el cadáver frente al Ayuntamiento se repitieron las salvas. Los aviones volaban muy bajo, divididos en tres grupos.27 
Valencia, 29 de octubre 1933. El cortejo con el féretro de Blasco Ibáñez llegando al Ayuntamiento
En este punto del trayecto las presidencias oficiales se retiraron para presenciar el desfile organizado en su honor y el respectivo banquete del Palacio Municipal; el resto de la comitiva siguió el recorrido hasta La Lonja. 
En La Lonja de la Seda  el emblemático edifico del centro histórico de Valencia, con más de cuatro siglos de antigüedad, situado en la plaza del Mercado, donde Blasco había pasado toda su infancia y la adolescencia, y frente a la Iglesia de los Santos Juanes, donde el escritor había sido bautizado  allá, el Salón de Columnario había sido transformado en capilla ardiente.
... sobre un rico tapiz levantado en un basamento de mármol fue colocado el féretro; a la cabecera del túmulo hay una alegoría de la Republica (león, matrona y pirámide. Desde que el féretro fue colocado allí  comenzó el desfile no interrumpido en ningún momento.
De tres a cuatro de la tarde desfilaron mil banderas de otras tantas agrupaciones, todas las cuales se colocaron en la Lonja en rededor de las esbeltas columnas salomónicas.28
En este mismo Salón había recibido Blasco la medalla de la ciudad38, en mayo del 1921, durante su última visita oficial a Valencia.   

Túmulo, con el féretro de V. Blasco Ibáñez, Salón Columnario de La Lonja. Valencia, 29 de octubre de 1933

El féretro permaneció en La Lonja por una semana, hasta el domingo 5 de noviembre, cuando fue trasladado al Cementerio Municipal de Valencia para un nuevo entierro provisional, de esa vez, a la espera de construirse un imponente mausoleo que estaba proyectado. 
Era el último viaje por las calles de Valencia, y durante el largo trayecto la Señera acompañó desde muy cerca el féretro llevado a hombros. 
Aquel día, según lo comentaba la prensa, era un día en que apenas lució el sol, un día gris y tristón.
Otra nota tuvo la jornada, y fué la de su intimidad, pues así como la del domingo pasado concentró en Valencia la representación de toda España y aún la del extranjero, en ésta diríase que el duelo era más próximo, más valenciano, más exclusivo de la ciudad, y quizá por ello más silencioso y más reconcentrado.29
La comitiva se puso en marcha a las diez en punto. El primer equipo que llevó el féretro fue el de la Federación de Juventudes Republicanas.

El féretro de V. Blasco Ibáñez, saliendo de La Lonja. Valencia, 5 de noviembre de 1933
Abría la marcha la Guardia municipal montada. A continuación iban las agrupaciones femeninas republicanas, luego los portadores de las coronas y otras ofrendas seguidos por la Banda Municipal.
Tras dos filas de alguaciles, iba el armón de Artillería, al que seguía el féretro, flanqueado por los maceros de la Diputación y del Ayuntamiento y seguido por la Senyera de la Diputación y ordenanzas de esta Corporación vestidos de gran gala.29 
La comitiva con el féretro de V. Blasco Ibáñez, seguido por la Senyera. Valencia, 5 de noviembre de 1933
La primera presidencia de la comitiva la formaban los familiares y el alcalde; seguían los concejales del Ayuntamiento, las personalidades de la Diputación, y luego, la presidencia de autoridades que reunía a representantes de las instituciones valencianas. 
...frente al Ateneo Mercantil, la banda de música de la Casa de la Misericordia interpretó una marcha fúnebre al paso de la comitiva.29 
La primera presidencia de la comitiva frente al Ateneo Mercantil. Valencia, 5 de noviembre de 1933.

Luego, el cortejo continuó su marcha por la calle de Don Juan de Austria donde los portadores del féretro se detuvieron ante la redacción de «El Pueblo». Fué uno de los momentos más emocionantes del recorrido. Algunos redactores no pudieron contener las lágrimas. En él testero del arcón se colocó con rapidez una hermosa placa de plata, con letras de oro, rodeada de una palma también de plata. La inscripción dice: 
«A Blasco Ibáñez, el personal de talleres, redacción y administración de «El Pueblo».29 


Ante la redacción de «El Pueblo», calle de Don Juan de Austria. Valencia, 5 de noviembre de 1933.

Ante la redacción de «El Pueblo», calle de Don Juan de Austria. Valencia, 5 de noviembre de 1933.

La comitiva siguió por la plaza del Pintor Pinazo, calle de Játiva y Avenida de Guillen de Castro. A pesar de la amplitud de estas vías, se hallaban llenas de público que asistía silencioso y respetuosamente al triste desfile.29

El desfile de la comitiva por las grandes avenidas de Valencia, 5 de noviembre de 1933
El desfile de la comitiva por las grandes avenidas de Valencia, 5 de noviembre de 1933

Poco después de entrar el féretro en la calle de Jesús, los portadores se detuvieron ante la casa número 6, desde cuyo piso primero, domicilio de don Miguel Aléis, fué arrojada sobre, la caja mortuoria una gran cantidad de rosas y crisantemos.29

Ante la casa de la calle Jesús, numero 6.  Valencia, 5 de noviembre de 1933 
Finalmente, el cortejo fúnebre llagaba al Cementerio Municipal; la muchedumbre que se había estacionado en los alrededores de la necrópolis, era inmensa.
Los últimos portadores del féretro fueron el alcalde y los concejales, que lo entraron sobre sus hombros hasta el antiguo vestíbulo, acondicionado para cámara funeraria.29
Según la prensa, de esta vez también, los restos mortales de Blasco serán inhumadas provisionalmente en tanto que se construye el mausoleo proyectado para conservarlas.33 
A la una de la tarde del 5 de noviembre de 1933, el féretro de V. Blasco Ibáñez quedaba en aquella cámara donde permanecerían por un largo periodo de tiempo, hasta que una nueva decisión cambiase su destino.

1933. Entrada del Cementerio Municipal de Valencia y pabellón del vestíbulo 
en donde fueron inhumadas, provisionalmente, las cenizas de Blasco Ibáñez, en noviembre.
1934. El féretro que contiene los restos de Blasco Ibáñez, expuesto en una de las salas del Cementerio,
con el motivo del VI aniversario de la muerte del escritor.
 
* * *
Pasaron tres años y medio; el mausoleo proyectado no se lograba construir y la situación política y social de España había cambiado notablemente. En 1931, al instaurarse la Segunda República, en Valencia, el Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA) —formación creada en 1908, cuando Blasco se retiraba de la política—tenía importante participación en el gobierno municipal, pero había adoptaba un programa orientado a la derecha del anterior republicanismo y se había vinculado al Partido Radical; su líder era Sigfrido Blasco, el menor hijo del escritor. Aunque durante aquella época Valencia era considerada una ciudad blasquista, gobernada por varios de los correligionarios del escritor, en 1934 en el PURA se produce una importante escisión y finalmente, este partido valenciano fracasa; en 1936 perdió las elecciones. En el verano de aquel mismo año se iniciaba la Guerra Civil y en noviembre  mientras el bando franquista, protagonista del golpe de Estado, asediaba Madrid el Gobierno Republicano con su presidente se traslado a la capital del Turia; durante once meses Valencia fue la capital de España. 
En ese periodo, a finales de mayo de 1937, el periódico El Pueblo que ahora se subtitulaba "incautado y editado por sus obreros", informaba sobre un nuevo traslado del féretro de Blasco:

Traslado de los restos de Blasco Ibáñez 
desde el vestíbulo del cementerio. 
Valencia. 23 de mayo 1937
Sin más aviso que una simple comunicación oficial de la Presidencia del Consejo municipal, el domingo último se llevó a efecto el acuerdo de trasladar los restos del insigne novelista valenciano y fundador de EL PUEBLO, don Vicente Blasco Ibáñez, para depositarlos, provisionalmente, según el precitado acuerda en un sencillo nicho del Cementerio Civil.30; dos meses más tarde, aquel periódico que Blasco había fundado en 1894, pasaba a ser el diario del partido sindicalista dirigido por Ángel Pestaña 31

Efectivamente, el domingo 23 de mayo de 1937, se retiraba aquel fastuoso féretro que había trasportado el ataúd original desde Mentón, y lo había custodiado durante los últimos años en el vestíbulo del Cementerio de Valencia; así, los restos mortales del novelista pudieron ser depositadas en el modesto nicho de la tumba familiar.
De esta vez, la difusión del acontecimiento fue casi nula y las notas de prensa mínimas. Según se menciona en uno de los pocos artículos publicados 30, la comitiva estuvo presidida por el Ayuntamiento en corporación, y dos de los hijos de Blasco, con sus familiares.

Familiares y amigos en el entierro de Blasco Ibáñez,
Valencia, 23 de mayo 1937





En otro articulo se comentaba que al acto han asistido —con el pueblo, siempre reconocido al que fue iniciador de sus libertades en Valencia— los viejos republicanos que fueron hermanos de lucha del gran demócrata,  y juntos a éstos, los valores nuevos del republicanismo valenciano, varios periodistas y amigos.32
Fue un acto sencillo, sin personalidades muy relevantes ni ilustres representantes, sin honores militares ni bandas de música y según parece, sin la Señera; nadie la menciona ni aparece en las fotografías.
Hubo dos discursos: el de Julio Just Gimeno — el mismo que, muchos años atrás, había pronunciaba su discurso frente al ataúd de Blasco, en el Cementerio de Mentón, y el de Domingo Torres, alcalde popular de Valencia. Ese último, terminaba su discurso
...asegurando que los grandes hombres de España como Blasco Ibáñez, no necesitan mausoleos que perpetúen su memoria. Al igual que en otros países son hijos de la nación y a su juicio deben ser todos exhumados en el mausoleo nacional.30
Momento de ser introducido el ataúd en el nicho. Valencia, 23 de mayo de 1937 
Aquí terminaba la peregrinación de los restos mortales de Blasco, de aquel hombre que durante su vida había emprendido muchas aventura; abrió nuevos caminos y soñó con otros, viajó y vivió en países lejos al suyo, dio la vuelta al mundo, pero para el final había deseado regresar a su tierra natal.  
Quiso una Señera valenciana, para tenerla bien a la vista… pero el tiempo no se lo permitió. En cambio, al mencionar “Tal vez me servirá de sudario cuando me entierren” fue interpretado como una gran ilusión, y los que conocían su patriotismo y su amor por Valencia la hicieron realidad.


La otra gran ilusión de Blasco, y la que había expresado públicamente, fue una conmovedora petición dirigida a su pueblo, pero tuvieron que pasar más de nueve años desde su muerte para que le fuese concedida; todos la recordaban entonces, y hoy, todavía se sigue evocando. Fue en un discurso pronunciado durante su última visita oficial a Valencia; en el Cabañal, frente al mar, Blasco decía:
 «Quiero descansar en el más modesto cementerio valenciano, junto al Mare Nostrum que llenó de ideal mi espíritu; quiero que mi cuerpo se confunda con esta tierra de Valencia, que es el amor de todos mis amores».

Era el día martes, 17 de mayo de 1921, cuando en el antiguo barrio de pescadores se celebraba la "Fiesta de la Barraca" en honor al novelista. Se habían reunido cientos de valencianos que, orgullosos de su afamado compatriota, participaban con la acostumbrada alegría y sus típicas tradiciones; allá, entre la multitud que escuchaba emocionada el discurso de Blasco, allá estaba la Señera...
Probablemente, esta era una reproducción de la antigua Real Senyera, acompañando el evento. 

Dos días antes, Blasco, como un gran triunfador había entrado en su Valencia con La Senyera...
En aquel momento el escritor valenciano sí, era un auténtico triunfador. Su enorme éxito internacional como novelista lo había convertido en el valenciano más importante de la época. Por eso, sus conciudadanos quisieron rendirle una semana de homenajes y lo hicieron de manera espectacular.
Antes de emprender su viaje, Blasco insistió en que se le ha de considerar absolutamente alejado de la política, y que el recibimiento ha de ser afectuoso, como literato y como paisano34, y así se hizo. 
Había viajado desde París a Madrid, y en la noche del 14 de mayo, salia para Valencia; le acompañaban el alcalde, varios concejales y también, el doctor Muñoz PérezEn el coche-salón en el que el escritor valenciano realiza el viaje va colocada la célebre e histórica “Señera” de Valencia, que el alcalde ha traído a Madrid35.
Aunque los datos de la prensa son confusos, ya que alguno menciona que fuese un facsímil de la histórica Real Senyera, la del 1538, parece que en realidad, era la autentica. En aquella época, Blasco era apreciado por muchos de sus conciudadanos como el ilustre escritor, gloria de ValenciaEn la reunión que el alcalde había convocado un mes antes de la visita, para tratar del homenaje que la Corporación municipal, en nombre de Valencia, deseaba rendirle, se solicitaba la cooperación de avanzados y retrógrados, de derechistas e izquierdistas, de los buenos valencianos. El novelista era considerado merecedor del máximo reconocimiento por ser el hijo ilustre de la ciudad, que merced a su talento ha paseado en triunfo por Europa y América la gloriosa Señera Valenciana37.  
Fue el último viaje oficial de V. Blasco Ibáñez a Valencia y el único hecho en compañía de «La Senyera».

Unos años más tarde, el histórico estandarte valenciano haría también su último viaje; no lo hizo con Blasco pero sí, en parte lo hizo por él.
Fue el día 21 de enero de 1925, cuando la Real Senyera valenciana llegaba a Madrid para participar en los actos nacionales organizados en la capital pero además, su presencia allá representaba un gesto de desagravio al Rey Alfonso XIII por la campaña de Blasco contra el monarca. Según la prensa,
El 23 de enero, el santo de Alfonso XIII, y en desagravio por la campaña de difamación hecha en el extranjero contra el Rey, numerosos alcaldes y otras autoridades de todo el país se trasladaron a Madrid. De Valencia viajaron comisiones de la Diputación y el Ayuntamiento... La novedad del viaje fue el traslado de la Senyera
Al final de la ceremonia, frente al Palacio Real, se detuvo para saludar a los monarcas. Recibió el homenaje del rey Alfonso XIII, en presencia de Primo de Rivera y los Cardenales valencianos Reig y Benlloch.
La enseña fue devuelta el 25 de enero, y depositada en el Archivo Municipal36
Fue el último viaje de la histórica Real Senyera... Luego, restaurada, se guardó en el Archivo, reemplazandose por la replica confeccionada en 1928, con el tejido de la fabrica de Eduardo Sanchís. 

1925. Valencia Momento de ser devuelta al Archivo Municipal la gloriosa insignia por el alcalde de Valencia, acompañado de la Corporación y las autoridades
Aunque han pasado muchos siglos de historia con sus conflictos y las guerras,  se han sucedido muchos gobiernos cada uno con su ideología y la interpretación propia del pasado, han cambiado las normas y muchos valores, el mundo ha cambiado progresivamente, la Real Senyera sigue venerada y respetada, y permanece como símbolo central de la identidad valenciana. 
Así lo había sentido Blasco Ibáñez y así lo sienten hoy, los valencianos.


* * *
Nota adicional
Con el paso del tiempo, a partir de suposiciones equivocadas o debido a simples confusiones, se han creado varios mitos y legendas, respecto a la historia de la Senyera de Blasco. 
Aunque finalmente el deseo del escritor había sido cumplido de forma improvisada, dadas las circunstancias – lográndose llevar a Menton, en 1928, una Señera valenciana que le acompañase para siempre, la que él había encargado fue confeccionada, pero se quedó en Valencia para acompañar a las futuras generaciones como símbolo de respeto por la historia y las tradiciones.
Según la prensa reciente, en el año 1944, uno de los descendiente del doctor Ricardo Muñoz entregaba la Señera que poseía a la Unión Valenciana, y luego, en el 2009, esta formación política la donó al Consistorio. 
El 29 de enero de 2010, cuando se cumplían 143 años desde el nacimiento de Blasco Ibáñez, se realizaba la entrega de aquella Señera al Ayuntamiento de Valencia. La pieza de seda estaba bastante deteriorada pero afortunadamente fue restaurada y desde 2014 se encuentra exhibida al púbico en la Casa-Museo Blasco Ibáñezconservada con el respeto que se merece la memoria del ilustre embajador de la cultura valenciana.


28 enero 2014. Representantes del Ayuntamiento y familiares del escritor entregando la Real Senyera a la “Casa Museo V. Blasco Ibáñez” de Valencia.


Al lector:
Cualquier lector del blog, si lo desea, puede colaborar aportando documentación concreta o datos confiables para aclarar dudas o corregir algún error cometido.

Fuente e imagenes: Archivo del autor.


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Nota adicional. 2 de marzo de 2023
La Señera custodiada en la Casa-Museo Blasco Ibáñez ha sido trasladada –según un pequeño cartel informativo– ha sido trasladada al Palau del Marqués de Scala, de la Deputació de Valéncia (Plaza de Manises, 3).

También la prensa anuncia el evento pero, desafortunadamente, se sigue informando –igual que en 2014…– que se trata de la Real Senyera que cubrió el féretro del célebre escritor, periodista y político valenciano en su traslado a la ciudad desde tierras francesas...

¿Por qué se insiste en difundir datos incorrectos, cuando no existe documentación que lo confirme? En las fotos de aquella época no aparece ninguna Señera cubriendo el féretro y la prensa de entonces tampoco lo menciona.

¿Son errores voluntarios o involuntarios? Desconozco la respuesta  pero lo cierto es que, con el propósito de encontrar la verdad sobre la figura de Blasco, seguiremos corrigiendo cualquier dato erróneo, aportando la documentación correspondiente.