«El
túnel», es un articulo escrito por V. Blasco Ibáñez y publicado en 1923, que hoy puede ser recordado como una simple reflexión en torno al homenaje que le se
rinde actualmente al escritor.
En Valencia, el 2017 ha sido declarado Año Blasco Ibáñez, en conmemoración del
150 aniversario del nacimiento del escritor. Aunque se podría
suponer que el actual intento de homenajear a Blasco es un novedoso movimiento de admiración resucitada por
el personaje valenciano y su gloria, en ciertos aspectos recuerda a las conmemoraciones anteriores y su carácter efímero. Restringida a nivel
regional e improvisada en corto tiempo, la celebración vuelve a poner a prueba, una vez más,
la inventiva y la creatividad de los
fieles a la memoria de Blasco, los que siempre han colaborado y han aportado su contribución con la esperanza de lograr rescatar del olvido al valenciano universal.Después de casi un siglo, aquel personaje impetuoso que en su época había alcanzado la fama internacional y llevaba el nombre de España y su cultura alrededor del mundo, hoy es poco recordado en su país; sigue en la penumbra, sin poder volver al sol de la celebridad histórica.
Blasco Ibáñez fue uno de los afortunados escritores que pudo disfrutar de
la celebridad durante la última etapa de su vida, pero también conoció — en
vida y tras su muerte — la injusticia,
las criticas rabiosas, fue víctima de la
envidia, de absurdos rencores y de calumnias e inclusive, le acosaron de plagiario.
Por su rebeldía, por su actividad
política o por sus ideales — equivocados o no, pero nunca acordes con las conveniencias políticas nacionales o regionales del momento — la figura de Blasco fue desvirtuada, según interesaba en cada época, y siguio siendo un constante objeto de ataques o disputas, tanto, que hoy su fantasma inofensivo todavía puede incomodar.Sin pertenecer a un determinado movimiento literario ni a una clase social concreta, permaneció siempre fiel a sus principios, confió en al poder del arte y obedeció a su impulso creativo. Blasco pretendia que la cultura, podía ser la vía correcta para ampliar los horizontes, profundizar la conciencia social y mejorar el futuro. Para el, la literatura necesitaba ganarse el respeto y la gratitud de todos, aportando su influencia al desarrollo de libertad, de la dignidad y el bienestar de los hombre para hacerlos mejores (diciembre de 1927).
Desde siempre el novelista ha sido etiquetado como “el autor de la Barraca” y por el éxito de 1919 se le asoció la denominación de "el autor del primer best-seller español". Su monumental creación literaria ha sido fragmentada, simplificada y poco estudiada; el autor ha sido rebajado a la condición de escritor menor, según el canon literario español, y actualmente su obra no es considerada meritoria para ser incluida en los planes de estudios de literatura.
Blasco es el español más traducido después de Cervantes, pero nunca ha sido aceptado por los círculos intelectuales, ni por los de la derecha
ni por los de la izquierda regionalista, y con el tiempo, el famoso y popular
escritor resultó incomprendido, fue sometido a evaluaciones, cuestionado,
censurado y silenciado.
En cambio, se han conservado los tópicos y han proliferado las anécdotas — muchas de ellas inventadas — que aprovechadas por los interesados en desprestigiar y difamar al novelista y juzgar al hombre, han permitido a los oportunistas difundir una imagen falsa o incompleta de Blasco.
En 1924, Francisco de Cossio, uno de los periodistas de la época, que conocía y apreciaba a Blasco, comentaba:
En multitud de libros, folletos y artículos se ha tratado de descomponer la vida de Blasco Ibáñez en anécdotas... La vida de Blasco Ibáñez es eminentemente cinemática. Del mismo modo que una cinta cinematográfica, las distintas fotografías por separado se parecen todas entre sí y carecen de expresión viva [...], la vida de Blasco Ibáñez carece de interés en los fragmentos; su máxima expresión la hallamos en la película completa.
Actualmente, cuando el acceso a la cultura es libre y al alcance de casi todos, se pueden superar las barreras que impedían conocer la verdadera figura de Blasco Ibáñez, se debe redefinir el valor de su obra literaria, desde los artículos periodísticos y las crónicas de viajes hasta sus últimas novelas históricas, y reivindicar el sitio real del escritor en la cultura española.
Cinco años más tarde, era el mismo Blasco Ibáñez aquel “escritor
glorioso” que acababa de morir y al igual que los demás, sería ignorado, olvidado y finalmente desaparecería en el
túnel del olvido.
EL TUNEL
Un escritor glorioso acaba de morir.
La muchedumbre se
agolpa para contemplar las ceremonias de su entierro. Utilizan los oradores sus
clisés más elocuentes lamentando esta "pérdida nacional". Los
colaboradores de los periódicos ven en el suceso un tema de artículo y estudian
al difunto y sus obras con la rapidez que exige una actualidad, todavía
aprovechable, que puede perder su frescura a las pocas semanas.
Muchos leen por primera vez sus libros, considerando
necesario tal sacrificio, ya que todos hablan del autor difunto. Otros vuelven
a releerlos, lo que les proporciona la alegría del rejuvenecimiento,
imaginándose haber retrocedido de un salto a la edad de sus mayores ilusiones.
Algunos no leen nada, pero añaden el nombre del muerto a otros nombres que
llevan en su memoria como un catálogo de útil repetición en las conversaciones,
para que no les crean ignorantes. Poco a poco, este nombre glorioso suena
menos. La vida no va a detenerse por la desaparición de un individuo célebre; otros
y otros le reemplazarán.
Los libreros empiezan a notar que las obras del ilustre
personaje se venden ahora con una inquietante lentitud. Si fué hombre de
teatro, sus dramas o comedias pasan meses y meses sin reaparecer en los
carteles. Los contemporáneos del maestro se mantienen fieles a su memoria, y
cada vez que citan su nombre lo hacen con fervor; pero como conocen todas sus
obras, no pueden sentir el atractivo de la curiosidad. En cambio, la juventud
que viene detrás de esta generación, los que tenían veinte años al fallecer el
insigne autor, son iconoclastas por instinto y necesitan desconsagrar a todo el
que estaba en lo alto cuando ellos empezaron a darse cuenta, de que existían.
Creen cándidamente que no es posible la vida sin derribar a alguien, o a lo
menos, sin mostrar el deseo de echarle abajo. Este deseo lo aprecian como un
certificado de superioridad.
Solo cuando entran en años y se aproximan a la muerte,
llegan a enterarse de que en la vida sobra espacio para todos, y los estorbos
tradicionales son fantasmas inofensivos, fáciles de vencer para el que avanza a
impulsos de una energía propia, sin necesitar la cooperación rebañesca, el
apoyo mutuo de un grupo de compañeros asociados para el elogio.
Al morir un autor famoso, su gloria se agiganta en una
llamarada postrera; luego se extingue repentinamente, y el grande hombre
desaparece, perdiéndose en la sombra. La negra boca de un túnel parece tragarse
a las celebridades poco después de muertas. Las gentes, cansadas de haber
hablado tanto de un mismo personaje, lo olvidan con facilidad.
Este túnel guarda un misterio. Nadie sabe qué leyes
caprichosas, o inspiradas por una justicia que va más allá de nuestra inteligencia,
rigen la vida de su lobreguez, reteniendo a los más para siempre en el olvido y
empujando a unos cuantos para qué vuelvan a la luz. Hay autores que atraviesan
el túnel en poco tiempo, saliendo por la boca opuesta al sol de la celebridad histórica;
otros necesitan medio siglo o más para volver a la luz; la mayoría queda en el
negro pasadizo para siempre.
Muchos escritores que admiramos en nuestra juventud como
glorias todavía vivientes, están ahora en el túnel. Algunos son recordados y leídos
por el público leal y sincero; pero es de moda que la crítica y los definidores
literarios finjan haberlos olvidado. La juventud literaria, que presume en
todos los países de liberal e independiente, y, sin embargo, vive esclava de la
última moda, siguiendo a ciegas al maestro del momento, se enorgullece muchas
veces de no haber leído a los autores recién muertos, juzgándoles despreciables
porque conocieron en vida la celebridad. Casi siempre los que llegan a la vida
después de la desaparición de un autor célebre lo ignoran o lo menosprecian. Es
la generación que puede llamarse "del túnel". La siguiente tal vez
llegue a presenciar la reaparición del olvidado por la boca opuesta de dicho
túnel, y cree a su vez en lo mismo que admiraron sus abuelos.
Hoy empieza en Francia un movimiento de admiración
resucitada por Victor Hugo, algo que puede titularse "la segunda y
definitiva época" de su gloria. Los jóvenes verdaderamente jóvenes, los
que estudian el siglo XIX como un período lejanísimo, son más justos y serenos
en sus juicios que la generación anterior.
Bien sabido es que Víctor Hugo, después de haber recibido en
los últimos años de su existencia y en las ceremonias de su entierro honores
casi divinos, fué olvidado o menospreciado. El gran poeta no iba a librarse de
la suerte general de los escritores. También él entró en el túnel.
Yo he sido siempre un admirador fervoroso de Víctor Hugo,
sin desconocer por eso sus defectos, que son verdaderamente enormes. (Todo en
él es enorme.) Necesitamos en nuestra existencia, para poseer la fe y el
entusiasmo, estas adoraciones que tienen algo de místico. Cuando pienso en
Víctor Hugo, recuerdo la frase del violinista Kreutzer: "Creo en Dios y en
Beethoven." Yo soy un creyente de la misma especie.
Además, empecé mi vida de lector pocos años antes de la
muerte del gran poeta, cuando el mundo entero estaba saturado de su espíritu.
Si bien que este mago de las palabras, este cíclope forjador de imágenes no ha
creado una docena de ideas que le correspondan por indiscutible derecho de paternidad;
pero fué un maravilloso sembrador de ideas de los otros, lanzándolas con su
brazo hercúleo, y gracias a él volaron por los cuatro lados del horizonte,
cayendo en surcos que nunca hubiesen alcanzado de no ser enviadas por su mano
potente. Como dice uno de los críticos, verdaderamente modernos, que empiezan a
ocuparse de Hugo resucitado, fué "el padre Nilo que inundó y fecundó con
sus aguas los campos llanos y monótonos de la vida moderna".
No hay en la historia de ninguna literatura personalidad tan
múltiple, desbordante y avasalladora como la de este célebre francés, que tenía
alma de español. Imposible caminar por el parque de las letras sin tropezarse
con él; inútil querer volverle la espalda. Al final de todas las avenidas
majestuosas surge Víctor Hugo y lo mismo se le encuentra en las revueltas de
los más humildes senderos. Todo lo ocupó como suelo propio; sus pies se posaron
al mismo tiempo en todas partes, con maravillosa ubicuidad.
La generación inmediata a su muerte, que consideró de buen tono
ignorarle, o le llamó con despectiva llaneza "Papá Hugo", como no le
había leído, no supo que muchos de los poetas admirados por ella eran simples
ecos del maestro difunto, y al extasiarse ante sus obras secundarias rendían
inconscientemente un homenaje al gran precursor.
Este nombre, soberano de toda una época, hasta el punto de
que muchos pretendieron titular el siglo XIX "siglo de Víctor Hugo",
conoció, sin embargo, la injusticia y la calumnia como ningún escritor. Se han
podido formar volúmenes enormes con los relatos de las fiestas y glorificaciones
dedicadas a su vejez; pero más grandes son todavía los libros en que se hallan
compiladas las injurias y difamaciones de que fué víctima.
Nadie como él excitó la bilis de la envidia; nadie quitó
tantas veces el sueño a los que sufren la melancolía de la gloria ajena. Vistas
ahora serenamente y a distancia las criticas rabiosas contra Víctor Hugo, hacen
reir. Resultan cómicas en fuerza de ser incomprensibles y absurdas.
Una de mis "medicinas espirituales" en horas de
indecisión y desaliento es leer los artículos y folletos insultantes para Víctor
Hugo. Aconsejo este remedio a los escritores que se indignan contra cierta crítica,
predispuesta a destruir los libros sin leerlos, o que los hojea ligeramente, con
voluntad hostil desde la primera página. Los absurdos rencores, las ciegas
envidias que inspiró este hombre-montaña, pueden servir de consuelo y enseñanza
a los que vivimos en los valles abrigados por su mole, infundiéndonos una
serenidad parecida a su calma majestuosa.
Teniendo Hugo treinta y cinco años, el célebre universitario
Nissard demostró con su ciencia de profesor que el poeta estaba completamente
agotado y debía retirarse de la literatura, no sin reconocer antes, a guisa de
penitencia, que le faltaban dotes para ser un verdadero escritor. Esto no ha
impedido que la Sorbona de París se ocupe actualmente en crear una cátedra
permanente para la explicación de la obra completa de Víctor Hugo, igual a la
que existe en Florencia para comentar al Dante.
Leconte de Lisle dijo de él que era "estúpido como el
Himalaya", y Taine le llamó, por sus ideas democráticas, "un guardia
nacional en delirio". Para Guizot, la fecundidad de Víctor Hugo fué
"la fecundidad del abortamiento", y el paradójico Laurent Tailhade lo
trató da "portero sonoro". En 1851, un conde francés que escribía
libros, dijo de él que tenía "el orgullo de Satán y el corazón de un
trapero", añadiendo que "vivía en una alcantarilla pues sólo gustaba
del trato con mujeres de teatro y poetas andrajosos, que le ensalzaban como un
dios".
La aparición de cada una de sus obras fué saludada con
bramidos feroces de la envidia, como nunca se oyeron. Algunas veces quedó
patente que los que atacaban el libro no se habían tomado el trabajo de leerlo.
En otras ocasiones le acosaron de plagiario, desfigurando su obra o
simplificándola de un modo ridículo para hacer ver de este modo su semejanza
con otra obra anterior.
Cuando publico Nuestra
Señora de París, el diario francés más importante de la época dijo así
"Esta novela no es más que una copia servil de la Mérope de Voltaire. Toda
su fabula consiste en que una madre ha perdido su hija y vuelve a encontrarla.
Como se ve, no hay nada nuevo en el libro como inventiva”
El arcediano Claudio Frollo, símbolo del hombre atormentado
por el deseo de saber; la creación originalísima de Quasimodo, antítesis de la
belleza espiritual y la deformidad física, la dulce Esmeralda, las maravillosas
evocaciones del antiguo París y las costumbres de la Edad Media; la resurrección
de la Catedral, que parece convertir su piedra en carne viva.. ., nada de
existe. La novela no es más que la historia de una madre que encuentra a su
hija, y eso ya se le había ocurrido antes a muchos otros.
Ningún principiante fué tratado jamás con tan escandalosa injusticia.
Ningún principiante fué tratado jamás con tan escandalosa injusticia.
VICENTE BLASCO IBAÑEZ
Articulo publicado en la revista ABC del 30 de marzo de 1923.
Fotografía: Nueva York, diciembre de 1919
- coloreada por Rafael Navarrete 2017
¡¡Brillante y agudo!!
ResponderEliminar¡¡Brillante y agudo análisis!!
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