jueves, 16 de febrero de 2017

EL TÚNEL





«El túnel», es un articulo escrito por V. Blasco Ibáñez y publicado en 1923, que hoy puede ser recordado como una simple reflexión en torno al homenaje que le se rinde actualmente al escritor.

En Valencia, el 2017 ha sido declarado Año Blasco Ibáñez, en conmemoración del 150 aniversario del nacimiento del escritor. Aunque se podría suponer que el actual intento de homenajear a Blasco es un novedoso movimiento de admiración resucitada por el personaje valenciano y su gloria, en ciertos aspectos recuerda a las conmemoraciones anteriores y su carácter efímero. Restringida a nivel regional e improvisada en corto tiempo, la celebración vuelve a poner a prueba, una vez más, la inventiva y la creatividad de los fieles a la memoria de Blasco, los que siempre han colaborado y han aportado su contribución con la esperanza de lograr rescatar del olvido al valenciano universal.
Después de casi un siglo, aquel personaje impetuoso que en su época había alcanzado la fama internacional y llevaba el nombre de España y su cultura alrededor del mundo, hoy es poco recordado en su país; sigue en la penumbra, sin poder volver al sol de la celebridad histórica.
Blasco Ibáñez fue uno de los afortunados escritores que pudo disfrutar de la celebridad durante la última etapa de su vida, pero también conoció — en vida y tras su muerte — la injusticia, las criticas rabiosas, fue víctima de la envidia, de absurdos rencores y de calumnias e inclusive, le acosaron de plagiario.
Por su rebeldía, por su actividad política o por sus ideales — equivocados o no, pero nunca acordes con las conveniencias políticas nacionales o regionales del momento — la figura de Blasco fue desvirtuada, según interesaba en cada época, y siguio siendo un constante objeto de ataques o disputas, tanto, que hoy su fantasma inofensivo todavía puede incomodar.
Aunque durante su juventud se implicó intensamente en la política valenciana para defender las causas perdidas — que con el tiempo, gran parte de ellas se ganaron — Blasco nunca se consideró un político en el sentido propio de la palabra; el mismo lo afirmó en varias ocasiones: Yo no he sido político jamás; aborrezco la política... Yo he sido agitador (1911). En realidad, su actividad política genero un fuerte republicanismo local que influyó por mucho tiempo a la sociedad valenciana, y que tuvo también un notable eco en el republicanismo español.
Sin pertenecer a un determinado movimiento literario ni a una clase social concreta, permaneció siempre fiel a sus principios, confió en al poder del arte y obedeció a su impulso creativo. Blasco pretendia que la cultura, podía ser la vía correcta para ampliar los horizontes, profundizar la conciencia social y mejorar el futuro. Para el, la literatura necesitaba ganarse el respeto y la gratitud de todos, aportando su influencia al desarrollo de libertad, de la dignidad y el bienestar de los hombre para hacerlos mejores (diciembre de 1927). 
Desde siempre el novelista ha sido etiquetado como “el autor de la Barraca” y por el éxito de 1919 se le asoció la denominación de "el autor del primer best-seller español". Su monumental creación literaria ha sido fragmentada, simplificada y poco estudiada; el autor ha sido rebajado a la condición de escritor menor, según el canon literario español, y actualmente su obra no es considerada meritoria para ser incluida en los planes de estudios de literatura.
Blasco es el español más traducido después de Cervantes, pero nunca ha sido aceptado por los círculos intelectuales, ni por los de la derecha ni por los de la izquierda regionalista, y con el tiempo, el famoso y popular escritor resultó incomprendido, fue sometido a evaluaciones, cuestionado, censurado y silenciado.
Aunque fue uno de los pioneros de la cinematografía, su aporte al séptimo arte es casi desconocido, sus primeras películas se han perdido; su nombre apenas se menciona al recordar las exitosas adaptaciones de Hollywood, pero siempre relacionado a la fama de los actores protagonistas.
En cambio, se han conservado los tópicos y han proliferado las anécdotas — muchas de ellas inventadas — que aprovechadas por los interesados en desprestigiar y difamar al novelista y juzgar al hombre, han permitido a los oportunistas difundir una imagen falsa o incompleta de Blasco. 
En 1924, Francisco de Cossio, uno de los periodistas de la época, que conocía y apreciaba a Blasco, comentaba:
En multitud de libros, folletos y artículos se ha tratado  de  descomponer la vida de Blasco Ibáñez en anécdotas... La vida de Blasco Ibáñez es eminentemente cinemática. Del mismo modo que una cinta cinematográfica, las distintas fotografías  por separado se parecen todas entre sí  y carecen de expresión viva [...], la vida de Blasco Ibáñez carece de interés en los fragmentos; su máxima expresión la hallamos en la película completa.
Actualmente, cuando el acceso a la cultura es libre y al alcance de casi todos, se pueden superar las barreras que impedían conocer la verdadera figura de Blasco Ibáñez, se debe redefinir el valor de su obra literaria, desde los artículos periodísticos y las crónicas de viajes hasta sus últimas novelas históricas, y reivindicar el sitio real del escritor en la cultura española. 

En 1923, cuando se publicaba el artículo «El túnel», Blasco Ibáñez era una celebridad: había alcanzado la gloria literaria y había entrado por la puerta grande en el competitivo mundo del cine norteamericano. 
En su artículo, Blasco expone sus reflexiones sobre la suerte general de los escritores después de morir y tomando como ejemplo a Víctor Hugo — al que profesaba una admiración casi mística — expresa su indignación frente a la escandalosa injusticia aplicada a este célebre francés que con el paso del tiempo fue olvidado, menospreciado, llegando, como mucho otros al túnel que parece tragarse a las celebridades poco después de muertas.
Cinco años más tarde, era el mismo Blasco Ibáñez aquel “escritor glorioso” que acababa de morir y al igual que los demás, sería ignorado, olvidado y finalmente desaparecería en  el túnel del olvido.


EL TUNEL
Un escritor glorioso acaba de morir. 
La muchedumbre se agolpa para contemplar las ceremonias de su entierro. Utilizan los oradores sus clisés más elocuentes lamentando esta "pérdida nacional". Los colaboradores de los periódicos ven en el suceso un tema de artículo y estudian al difunto y sus obras con la rapidez que exige una actualidad, todavía aprovechable, que puede perder su frescura a las pocas semanas.
Muchos leen por primera vez sus libros, considerando necesario tal sacrificio, ya que todos hablan del autor difunto. Otros vuelven a releerlos, lo que les proporciona la alegría del rejuvenecimiento, imaginándose haber retrocedido de un salto a la edad de sus mayores ilusiones. Algunos no leen nada, pero añaden el nombre del muerto a otros nombres que llevan en su memoria como un catálogo de útil repetición en las conversaciones, para que no les crean ignorantes. Poco a poco, este nombre glorioso suena menos. La vida no va a detenerse por la desaparición de un individuo célebre; otros y otros le reemplazarán.
Los libreros empiezan a notar que las obras del ilustre personaje se venden ahora con una inquietante lentitud. Si fué hombre de teatro, sus dramas o comedias pasan meses y meses sin reaparecer en los carteles. Los contemporáneos del maestro se mantienen fieles a su memoria, y cada vez que citan su nombre lo hacen con fervor; pero como conocen todas sus obras, no pueden sentir el atractivo de la curiosidad. En cambio, la juventud que viene detrás de esta generación, los que tenían veinte años al fallecer el insigne autor, son iconoclastas por instinto y necesitan desconsagrar a todo el que estaba en lo alto cuando ellos empezaron a darse cuenta, de que existían. Creen cándidamente que no es posible la vida sin derribar a alguien, o a lo menos, sin mostrar el deseo de echarle abajo. Este deseo lo aprecian como un certificado de superioridad.
Solo cuando entran en años y se aproximan a la muerte, llegan a enterarse de que en la vida sobra espacio para todos, y los estorbos tradicionales son fantasmas inofensivos, fáciles de vencer para el que avanza a impulsos de una energía propia, sin necesitar la cooperación rebañesca, el apoyo mutuo de un grupo de compañeros asociados para el elogio.
Al morir un autor famoso, su gloria se agiganta en una llamarada postrera; luego se extingue repentinamente, y el grande hombre desaparece, perdiéndose en la sombra. La negra boca de un túnel parece tragarse a las celebridades poco después de muertas. Las gentes, cansadas de haber hablado tanto de un mismo personaje, lo olvidan con facilidad.
Este túnel guarda un misterio. Nadie sabe qué leyes caprichosas, o inspiradas por una justicia que va más allá de nuestra inteligencia, rigen la vida de su lobreguez, reteniendo a los más para siempre en el olvido y empujando a unos cuantos para qué vuelvan a la luz. Hay autores que atraviesan el túnel en poco tiempo, saliendo por la boca opuesta al sol de la celebridad histórica; otros necesitan medio siglo o más para volver a la luz; la mayoría queda en el negro pasadizo para siempre.
Muchos escritores que admiramos en nuestra juventud como glorias todavía vivientes, están ahora en el túnel. Algunos son recordados y leídos por el público leal y sincero; pero es de moda que la crítica y los definidores literarios finjan haberlos olvidado. La juventud literaria, que presume en todos los países de liberal e independiente, y, sin embargo, vive esclava de la última moda, siguiendo a ciegas al maestro del momento, se enorgullece muchas veces de no haber leído a los autores recién muertos, juzgándoles despreciables porque conocieron en vida la celebridad. Casi siempre los que llegan a la vida después de la desaparición de un autor célebre lo ignoran o lo menosprecian. Es la generación que puede llamarse "del túnel". La siguiente tal vez llegue a presenciar la reaparición del olvidado por la boca opuesta de dicho túnel, y cree a su vez en lo mismo que admiraron sus abuelos.
Hoy empieza en Francia un movimiento de admiración resucitada por Victor Hugo, algo que puede titularse "la segunda y definitiva época" de su gloria. Los jóvenes verdaderamente jóvenes, los que estudian el siglo XIX como un período lejanísimo, son más justos y serenos en sus juicios que la generación anterior.
Bien sabido es que Víctor Hugo, después de haber recibido en los últimos años de su existencia y en las ceremonias de su entierro honores casi divinos, fué olvidado o menospreciado. El gran poeta no iba a librarse de la suerte general de los escritores. También él entró en el túnel.
Yo he sido siempre un admirador fervoroso de Víctor Hugo, sin desconocer por eso sus defectos, que son verdaderamente enormes. (Todo en él es enorme.) Necesitamos en nuestra existencia, para poseer la fe y el entusiasmo, estas adoraciones que tienen algo de místico. Cuando pienso en Víctor Hugo, recuerdo la frase del violinista Kreutzer: "Creo en Dios y en Beethoven." Yo soy un creyente de la misma especie.
Además, empecé mi vida de lector pocos años antes de la muerte del gran poeta, cuando el mundo entero estaba saturado de su espíritu. Si bien que este mago de las palabras, este cíclope forjador de imágenes no ha creado una docena de ideas que le correspondan por indiscutible derecho de paternidad; pero fué un maravilloso sembrador de ideas de los otros, lanzándolas con su brazo hercúleo, y gracias a él volaron por los cuatro lados del horizonte, cayendo en surcos que nunca hubiesen alcanzado de no ser enviadas por su mano potente. Como dice uno de los críticos, verdaderamente modernos, que empiezan a ocuparse de Hugo resucitado, fué "el padre Nilo que inundó y fecundó con sus aguas los campos llanos y monótonos de la vida moderna".
No hay en la historia de ninguna literatura personalidad tan múltiple, desbordante y avasalladora como la de este célebre francés, que tenía alma de español. Imposible caminar por el parque de las letras sin tropezarse con él; inútil querer volverle la espalda. Al final de todas las avenidas majestuosas surge Víctor Hugo y lo mismo se le encuentra en las revueltas de los más humildes senderos. Todo lo ocupó como suelo propio; sus pies se posaron al mismo tiempo en todas partes, con maravillosa ubicuidad.
La generación inmediata a su muerte, que consideró de buen tono ignorarle, o le llamó con despectiva llaneza "Papá Hugo", como no le había leído, no supo que muchos de los poetas admirados por ella eran simples ecos del maestro difunto, y al extasiarse ante sus obras secundarias rendían inconscientemente un homenaje al gran precursor.
Este nombre, soberano de toda una época, hasta el punto de que muchos pretendieron titular el siglo XIX "siglo de Víctor Hugo", conoció, sin embargo, la injusticia y la calumnia como ningún escritor. Se han podido formar volúmenes enormes con los relatos de las fiestas y glorificaciones dedicadas a su vejez; pero más grandes son todavía los libros en que se hallan compiladas las injurias y difamaciones de que fué víctima.
Nadie como él excitó la bilis de la envidia; nadie quitó tantas veces el sueño a los que sufren la melancolía de la gloria ajena. Vistas ahora serenamente y a distancia las criticas rabiosas contra Víctor Hugo, hacen reir. Resultan cómicas en fuerza de ser incomprensibles y absurdas.
Una de mis "medicinas espirituales" en horas de indecisión y desaliento es leer los artículos y folletos insultantes para Víctor Hugo. Aconsejo este remedio a los escritores que se indignan contra cierta crítica, predispuesta a destruir los libros sin leerlos, o que los hojea ligeramente, con voluntad hostil desde la primera página. Los absurdos rencores, las ciegas envidias que inspiró este hombre-montaña, pueden servir de consuelo y enseñanza a los que vivimos en los valles abrigados por su mole, infundiéndonos una serenidad parecida a su calma majestuosa.
Teniendo Hugo treinta y cinco años, el célebre universitario Nissard demostró con su ciencia de profesor que el poeta estaba completamente agotado y debía retirarse de la literatura, no sin reconocer antes, a guisa de penitencia, que le faltaban dotes para ser un verdadero escritor. Esto no ha impedido que la Sorbona de París se ocupe actualmente en crear una cátedra permanente para la explicación de la obra completa de Víctor Hugo, igual a la que existe en Florencia para comentar al Dante.
Leconte de Lisle dijo de él que era "estúpido como el Himalaya", y Taine le llamó, por sus ideas democráticas, "un guardia nacional en delirio". Para Guizot, la fecundidad de Víctor Hugo fué "la fecundidad del abortamiento", y el paradójico Laurent Tailhade lo trató da "portero sonoro". En 1851, un conde francés que escribía libros, dijo de él que tenía "el orgullo de Satán y el corazón de un trapero", añadiendo que "vivía en una alcantarilla pues sólo gustaba del trato con mujeres de teatro y poetas andrajosos, que le ensalzaban como un dios".
La aparición de cada una de sus obras fué saludada con bramidos feroces de la envidia, como nunca se oyeron. Algunas veces quedó patente que los que atacaban el libro no se habían tomado el trabajo de leerlo. En otras ocasiones le acosaron de plagiario, desfigurando su obra o simplificándola de un modo ridículo para hacer ver de este modo su semejanza con otra obra anterior.
Cuando publico Nuestra Señora de París, el diario francés más importante de la época dijo así "Esta novela no es más que una copia servil de la Mérope de Voltaire. Toda su fabula consiste en que una madre ha perdido su hija y vuelve a encontrarla. Como se ve, no hay nada nuevo en el libro como inventiva”
El arcediano Claudio Frollo, símbolo del hombre atormentado por el deseo de saber; la creación originalísima de Quasimodo, antítesis de la belleza espiritual y la deformidad física, la dulce Esmeralda, las maravillosas evocaciones del antiguo París y las costumbres de la Edad Media; la resurrección de la Catedral, que parece convertir su piedra en carne viva.. ., nada de existe. La novela no es más que la historia de una madre que encuentra a su hija, y eso ya se le había ocurrido antes a muchos otros.
Ningún principiante fué tratado jamás con tan escandalosa injusticia.
VICENTE BLASCO IBAÑEZ 

Articulo publicado en la revista ABC del 30 de marzo de 1923.

Fotografía: Nueva York, diciembre de 1919
- coloreada por Rafael Navarrete 2017

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