En 1920, cuando V. Blasco Ibáñez realizó su gira de conferencias
por los Estados Unido, la Casa The Athenaeum Presse - Ginn & Company de Boston publicó un inédito libro titulado «Visitas Sudamericanas». La edición a cargo de Carolina Marcial Dorado — catedrática de lenguas romances y literatura en la Universidad de Columbia — es un libro de caracter principalmente didáctico para optimizar el aprendizaje del español, e incluye varias ilustraciones con dibujos de Leon D´Emo y fotografías de la época, cedidas por la Unión Pan-Americana.
Una vez más, Blasco, convertido en la voz de la hispanidad artística y defensor de la cultura española, demuestra su permanente interés por difundir la literatura clásica y moderna de su país y promover la universalidad de la lengua española.
En un fascinante recorrido resume la historia y la geografía
de los países visitados, sitúa con rigor los hechos, describe sus gentes y su
cultura, y con sus grandes dotes de observador, pero según su punto de vista, establece comparaciones con
otros lugares.
En el presente post se reproducen el prologo dedicado Al lector y el tercer capitulo, titulado «Trozos inéditos sobre la América Española» con las correspondientes imagenes publicadas en el libro.
Además, se adicionan imagenes complementarias para mejor la ilustración.
Una vez más, Blasco, convertido en la voz de la hispanidad artística y defensor de la cultura española, demuestra su permanente interés por difundir la literatura clásica y moderna de su país y promover la universalidad de la lengua española.
La obra es una aportación más del novelista a la literatura
de viajes, género que Blasco siempre cultivó, y además frecuentemente lo entrelazo en muchas de
sus novelas, donde el viaje testimonial es reflejo de una época y forma parte
del esquema narrativo.
El autor presenta una interesante recopilación de
impresiones y conclusiones, según su experiencia personal, sus amplios conocimientos
y como resultado de lo visto y lo vivido durante su estancia anterior y sus
incursiones en el continente sudamericano.
En el presente post se reproducen el prologo dedicado Al lector y el tercer capitulo, titulado «Trozos inéditos sobre la América Española» con las correspondientes imagenes publicadas en el libro.
Además, se adicionan imagenes complementarias para mejor la ilustración.
Blasco Ibáñez en Estados Unidos, en 1920.
En el célebre colegio de Bryn Mawr, Universidad de mujeres, cerca de
Filadelfia,
después del desfile a caballo con que le recibieron las estudiantes.
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AL LECTOR
Una de las mayores satisfacciones que llevo experimentadas
al visitar los Estados Unidos es el ver con qué interés la juventud
norteamericana se dedica al estudio de la lengua española.
Al hacer esto, no sólo aumenta valiosamente el caudal de sus
conocimientos, sino que contribuye también al aumento de la grandeza moral y
comercial de su patria.
Antes de 1914, fué motivo de asombro la rapidez con que
Alemania extendió su comercio y su influencia por todas las repúblicas
hispanoamericanas. En menos de diez años los alemanes se apoderaron de los principales
mercados de la América del Sur, batiendo en muchos de ellos a sus competidores
los ingleses.
El principal motivo de este éxito fué que conocían el español,
y procuraron amoldarse a las costumbres y preocupaciones tradicionales de cada
país, en vez de querer imponerles las suyas y su propio idioma.
Es indudable que así como vaya aumentando en los Estados
Unidos el estudio del español, se irán acrecentando su comercio y sus
relaciones morales con el resto del hemisferio americano. Dejando aparte una
sola excepción, el Brasil, que habla el portugués, todo el enorme continente
americano, o sea la mitad de la tierra, está representado por dos idiomas
únicos; el inglés al Norte y el español al Sur.
Diez y ocho naciones, diez y ocho repúblicas que suman
muchos millones de habitantes y aumentan anualmente su población de un modo rápido,
hablan el noble y sonoro idioma de los antiguos descubridores y conquistadores
salidos de las costas de España.
La importancia comercial del español es indiscutible. Tal
vez no existe idioma alguno con un porvenir tan inmenso, Pero esta importancia
es causa de un grave error para muchos, que cortos de vista o con voluntaria mala
intención suponen que el español sólo tiene una importancia puramente
comercial, y únicamente debe ser estudiado como un buen medio para realizar
negocios.
Significa una ignorancia vergonzosa el sostener este
absurdo. La lengua en que Cervantes escribió «Don Quijote», Lope de Vega y
Calderón su famoso teatro y tantos y tantos grandes escritores sus obras
famosas, las cuales influyeron durante siglos en casi todas las literaturas de
Europa, ha servido, sirve, y servirá para algo más que para redactar cartas
comerciales.
Hoy mismo la literatura contemporánea española, sí no es la
primera del mundo, tampoco figura entre las segundas. No podrá creerse única y
superior a todas como en otros siglos, pero sigue dignamente en primer término
sin perder terreno, al lado de las literaturas más brillantes y progresivas.
El presente libro está compuesto de fragmentos de mis dos
novelas «Los Argonautas» y «Los cuatro jinetes del Apocalipsis», que tratan de
la América de origen español, de su pasado, su presente, y su porvenir. También
figuran en sus páginas muchas impresiones literarias, escritas directamente
para que sirvan de complemento al volumen y que son a modo de ecos de mis
viajes y mis lecturas.
He procurado que el estilo de este libro sea fácil y claro,
por tratarse de una obra de enseñanza y estar sus lectores poco familiarizados
todavía con el uso del español. Me he preocupado de la sencillez del lenguaje
antes que de la pompa literaria.
Solo aspiro, como premio de mi trabajo, a que este libro
sirva para que las dos Américas se conozcan mejor; la América de los ingleses
no nacidos en Inglaterra, y la América de los españoles no nacidos en España.
VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
Nueva York
Trozos inéditos sobre la América Española
LA ARGENTINA
La llegada de V. Blasco Ibáñez a Buenos Aires, el 6 de junio
de 1909.
Había salido el 20 de mayo de Lisboa a bordo del vapor alemán Cap Vilano,
haciendo escalas en Canarias
y Montevideo.
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De todas las naciones sudamericanas la más parecida a los Estados Unidos es la República Argentina.
Tienen iguales productos como base principal de riqueza
(trigo, ganadería, lanas); su desarrollo económico ofrece también mucha semejanza.
Algunos escritores han comparado la Argentina a los Estados Unidos de a
mediados del siglo XIX, cuando la inmigración europea no había aumentado aún
gigantescamente la masa de su población, y sólo empezaban a ser explotadas
ligeramente sus riquezas naturales.
En una palabra, la República Argentina es para muchos como
unos Estados Unidos del Sur de América que marchan detrás de los Estados Unidos
de la América del Norte, con un retraso de cincuenta años.
Esto se debe principalmente a su situación geográfica, lejos
de Europa en el extremo más remoto del hemisferio opuesto; ha recibido por lo
tanto con gran retraso la corriente civilizadora del viejo mundo.
Buenos Aires. Una
sección de la Avenida de Mayo.
Imagen:
«Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Buenos Aires. Teatro
de Colón. Imagen: «Argentina y
sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Palacio del Gobierno. Foto:
Unión Pan-Americana
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Aun en el presente, a pesar de los progresos de nuestra
época, resulta sensible este alejamiento. El europeo, que sólo necesita seis
días de viaje para trasladarse a los Estados Unidos, tiene que contar con diez
y ocho días o más para ir a Buenos Aires.
A pesar de este obstáculo que opone la distancia, la
inmigración afluye a la Argentina con preferencia a otras naciones de la
América del Sur.
Como explica el gran geógrafo Eliseo Reclús, la República Argentina, que materialmente es uno de los países sudamericanos más alejados de Europa, resulta por su constitución física el más cercano a ella. «A despecho — dice — de las apariencias y hasta del testimonio del mapa, las riberas del Plata son en toda la costa sudamericana las que ejercen una influencia más poderosa sobre Europa, atrayendo sus buques y sus emigrantes.»
Vista de Buenos Aires
desde el río. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente
Blasco Ibáñez, 1910.
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Vista general del
Hotel de emigrantes. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente
Blasco Ibáñez, 1910.
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Una familia de
inmigrantes españoles a los pocos años de residir en Argentina. Imagen:
«Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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En un «conventillo» de
Buenos Aire. El abuelo inmigrante y el
nieto argentino.
Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco
Ibáñez, 1910.
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Calle antigua en
Buenos Aires - dibujos de Leon D´Emo
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La producción de otros países sudamericanos es más
esplendorosamente rica que la de la Argentina, pero no tan útil y necesaria. El
tabaco, el café, la goma y otros artículos preciosos no son necesarios para la
existencia. En cambio Argentina es la segunda nación productora de trigo en
todo el mundo (la primera es los Estados Unidos) y la primera productora de
carne.
Y el pan y la carne son artículos que nunca pasarán de moda.
Graneros en el muelle
de Buenos Aires. Foto: Unión
Pan-Americana
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Buenos Aires:
elevadores de trigo en Puerto Madero. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente
Blasco Ibáñez, 1910.
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Buenos Aires:
desembarcadero en el puerto. Imagen:
«Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Puerto de Colastiné.
Sacos de trigo en el muelle.
Foto: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco
Ibáñez, 1910
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Argentina, aunque menos extensa que los Estados Unidos, es también de una enorme grandeza geográfica.
España o Francia son menos extensas que algunas provincias
argentinas. Dentro del territorio de esta república caben desahogadamente la
mayor parte de las naciones de Europa.
Tres millones de kilómetros cuadrados suma aproximadamente
la extensión de este país; y sin embargo su población apenas llega a siete
millones de habitantes. De éstos hay que descontar cerca de millón y medio que
constituyen el vecindario de Buenos Aires. ¿Que queda para el campo y las
poblaciones de las provincias? Puede calcularse que Argentina, descontando el
gran amontonamiento humano de su capital, sólo tiene en el campo un habitante y
medio por kilómetro cuadrado.
Y con tan reducida población, proporciona al mundo una suma de productos (trigo y carne) superior a la de otros estados que cuentan con muchos millones de habitantes.
Y con tan reducida población, proporciona al mundo una suma de productos (trigo y carne) superior a la de otros estados que cuentan con muchos millones de habitantes.
Una trilladora
trabajando. Imagen: «Argentina y sus
grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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Un prado argentino. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de
Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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Su extenso territorio es utilizable casi por completo. Son muy contados los pedazos de su suelo que resultan inútiles para la labor. Todo él ofrece cómoda vivienda a una parte enorme de la humanidad.
Cuando tenga la misma población por kilómetro cuadrado que
cualquier estado importante de Europa, será uno de los pueblos más grandes de
la tierra.
Si llega a poseer como Francia 73 habitantes por kilómetro
(lo que no es mucho, teniendo en cuenta la riqueza del suelo argentino) su
población será de 219 millones. Cuando en un día no lejano alcance a tener 9
habitantes por kilómetro como Suecia y Noruega, su población constará de 27
millones. Y si con menos de siete millones de habitantes produce tanto su suelo
¡cuán grande no será su riqueza con una población de 27 millones!
El crecimiento de la República Argentina ha sido rapidísimo
en los últimos años. La guerra europea de 1914 lo paralizó cuando estaba
tomando unas proporciones vertiginosas.
Mientras Australia desarrollaba su población anualmente en
un 18 por 1000, y los Estados Unidos en un 20 por 1000, la República Argentina
iba creciendo todos los años a razón de 30 por 1000 y en algunos hasta 50 por
1000.
La Argentina es dueña de una gran parte de los Andes, pero los habitantes de Buenos Aires y de muchas provincias viven y mueren sin haber visto una montaña. La vida más intensa de la nación se desarrolla en las infinitas llanuras, limpias de ondulaciones.
Preparándose para «El
Pericón». Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez,
1910.
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Una tertulia en la
pampa. Imagen: «Argentina y sus
grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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La Argentina es dueña de una gran parte de los Andes, pero los habitantes de Buenos Aires y de muchas provincias viven y mueren sin haber visto una montaña. La vida más intensa de la nación se desarrolla en las infinitas llanuras, limpias de ondulaciones.
Por esto muchos viajeros que al visitar la Argentina sólo
ven las regiones del litoral y del centro, donde están las mayores ciudades, se
llevan al regresar a su país la imagen de una tierra lisa, y sin alturas.
En todas partes al hablar de la República Argentina, la gente ve con su imaginación la pampa, una llanura igual y sin límites como el mar, en la que pacen miles de animales y en la que corren los gauchos a todo galope de sus caballos.
Error. Este país es de llanuras en su parte central, pero al norte y al oeste posee las montañas más altas de toda América, y las mayores del mundo después de los picos del Himalaya. Las cumbres del Tupungato y el Aconcagua miden más de 7000 metros de altura y están en su territorio.
En todas partes al hablar de la República Argentina, la gente ve con su imaginación la pampa, una llanura igual y sin límites como el mar, en la que pacen miles de animales y en la que corren los gauchos a todo galope de sus caballos.
Junto al pozo, en la
pampa. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente
Blasco Ibáñez, 1910.
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Paisaje argentino.
Imagen:
«Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Un rebaño de la
Argentina Austral. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente
Blasco Ibáñez, 1910.
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Error. Este país es de llanuras en su parte central, pero al norte y al oeste posee las montañas más altas de toda América, y las mayores del mundo después de los picos del Himalaya. Las cumbres del Tupungato y el Aconcagua miden más de 7000 metros de altura y están en su territorio.
La enorme muralla de los Andes forma también en la vertiente
argentina una serie de lagos, de gran belleza, entre ellos el Nahuel-Huapi
vecino a Chile.
El Aconcagua visto
desde la Argentina. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente
Blasco Ibáñez, 1910
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Panorama del lago Nahuel-Huapi,
visto desde la Península de San Tadeo.
Imagen:
«Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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Nahuel-Huapi - El lago
argentino y sus ventisqueros.
Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente
Blasco Ibáñez, 1910
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Navegando por el Nahuel-Huapi
Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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En el tesoro geográfico de la Argentina la principal riqueza
son los ríos. Las costas de tierra adentro tienen una extensión mayor que las
costas marítimas; sus puertos más importantes, Buenos Aires y Rosario, no dan
al mar, pues están en el río de la Plata y el río Paraná.
Otros cursos fluviales de importancia ayudan poderosamente al desarrollo del país, poniendo en comunicación directa con el mar sus ciudades del interior.
Otros cursos fluviales de importancia ayudan poderosamente al desarrollo del país, poniendo en comunicación directa con el mar sus ciudades del interior.
Una de las curiosidades hidrográficas es el famoso salto del
Iguazú, en el alto Paraná.
Esta catarata es mucho mayor que la del Niágara, y de
aspecto más imponente.
Vista del Alto Paraná.
Imagen:
«Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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La gran catarata del Niágara mide cerca de 49 metros de
caída en su punto más alto; y su anchura máxima, incluyendo la isla de las
Cabras que queda entre las dos secciones de la gran sábana de agua, es de 1600
metros.
El Iguazú tiene 60 metros de altura en los dos saltos
seguidos que dan sus aguas (cada uno de 30 metros), y el desarrollo total de su
anchura es de 4000 metros. Resulta de esto que el Iguazú aventaja al Niágara en
11 metros de altura y 2400 metros de anchura; o lo que es lo mismo, que la gran
cascada argentina tiene media legua más de ancho que la de los Estados Unidos.
Pero el Niágara puede visitarse con gran facilidad y en
cualquier época del año, mientras que para ir al Iguazú hay que hacer un viaje
de doce o quince días desde Buenos Aires, con escasas comodidades. Además,
cuando llega el verano resulta imposible ir hasta allí, a causa de los insectos
y de los peligros que ofrece en tal época la selva tropical.
Sin embargo la gran catarata argentina ofrece el atractivo
de mantenerse en su estado natural, rodeada de bosques, casi lo mismo que era
cuando lo vieron por primera vez los descubridores españoles.
Yo he explicado en otro libro cómo la grandeza de la República Argentina se realizó rápidamente casi en nuestros días, gracias a cuatro factores; el riel de ferrocarril, el buque de vapor, el fusil Remington y el alambre.
Cataratas del Iguazú. Imagen:
«Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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Yo he explicado en otro libro cómo la grandeza de la República Argentina se realizó rápidamente casi en nuestros días, gracias a cuatro factores; el riel de ferrocarril, el buque de vapor, el fusil Remington y el alambre.
Las diversas provincias argentinas llevaron una existencia
aislada entregándose cada una a una serie de revoluciones interiores hasta el
punto de que la república como estado homogéneo fuese una mentira geográfica.
Vista desde fuera presentaba el aspecto de una nación;
interiormente sólo era un conglomerado de estados inquietos, un hervidero de
ambiciones y odios provinciales. El Gobierno central se veía desobedecido y
vejado continuamente.
El día en que los ferrocarriles se extendieron por la Argentina, la unidad nacional empezó a ser algo positivo. Escasearon las guerras civiles y ya no fueron posibles las insurrecciones de provincias. Ciudades que estaban situadas a dos meses de marcha de la costa quedaron a una distancia de veinticuatro horas.
Al terminar las guerras civiles acabó la tiranía de los
caudillos provinciales auxiliados por la barbarie de los gauchos y la rapacidad
de los indios.
El día en que los ferrocarriles se extendieron por la Argentina, la unidad nacional empezó a ser algo positivo. Escasearon las guerras civiles y ya no fueron posibles las insurrecciones de provincias. Ciudades que estaban situadas a dos meses de marcha de la costa quedaron a una distancia de veinticuatro horas.
Ferrocarriles
argentinos. Un tren expreso. Imagen:
«Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Buenos Aires. Un tren
sobre los techos. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco
Ibáñez, 1910
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Puente sobre el río
Cosquín (Provincia de Córdoba). Imagen: «Argentina y sus grandezas» de
Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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La vida comercial experimentó también una gran
transformación. La Argentina, a pesar de sus riquezas naturales, vivía en la
mayor pobreza hasta que la locomotora, viniendo de las llanuras del interior,
se detuvo en la orilla de los ríos, junto al buque trasatlántico que lo
esperaba echando humo.
Antes que la Argentina conociese el ferrocarril y el buque
de vapor, sus llanuras resultaban un pudridero de carne inservible. Los cuervos
y demás aves de presa eran los únicos que prosperaban con este despilfarro. Se
sacrificaban centenares de miles de toros para aprovechar únicamente sus
cueros. Se mataba una vaca para guisar su lengua, dejando abandonado el resto.
El comercio sólo podía traficar con las pieles y el sebo de los anímales, artículos que por su volumen podían ser transportados en carretas, y aun esto sólo lograba hacerse a corta distancia de los lugares de embarque para obtener un buen resultado.
Descanso en la pampa. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de
Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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El abuelo «gringo» y el nieto argentino. «Argentina y sus
grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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El comercio sólo podía traficar con las pieles y el sebo de los anímales, artículos que por su volumen podían ser transportados en carretas, y aun esto sólo lograba hacerse a corta distancia de los lugares de embarque para obtener un buen resultado.
Además, la dificultad en las comunicaciones mantenía a las
provincias sin otros brazos que los que se proporcionaban con el crecimiento
vegetativo de su población.
Los emigrantes escasos y desconfiados se quedaban en los
puertos por miedo a las aventuras de un viaje al interior. La agricultura era
imposible por la escasez de trabajadores.
El ferrocarril cambió mágicamente esta situación. La pampa
salvaje, con sus matorrales espinosos y sus blancas osamentas de animales, se
convirtió en un campo inmenso de trigo. Hubo agricultura desde el momento en
que fué posible la exportación de las cosechas. El arado despertó el suelo
dormido desde el principio de la vida del planeta. El estanciero pudo ser un
productor de carne en vez de un simple vendedor de pellejos.
Los propietarios de leguas y leguas de desierto que habían vivido hasta entonces en miserable rusticidad, pasaron de golpe a la opulencia del multimillonario. Los hombres pudieron ir de un lado a otro de la república, trabajando y realizando sus negocios sin necesitar más del caballo. Dulcificándose las costumbres y ya no fueron precisos para la vida el puñal llamado facón, las rudas botas, el poncho burdo y el alimento de carne sanguinolenta.
Un ferrocarril
argentino (Provincia de Córdoba). Imagen:
«Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Campo argentino. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910 |
Rebaño con establo en
una estancia. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez,
1910
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V. Blasco Ibáñez en Argentina con vicuñas
de las antiplanicies andinas (Provincia de Jujuy).
Imagen: «Argentina y sus
grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Los propietarios de leguas y leguas de desierto que habían vivido hasta entonces en miserable rusticidad, pasaron de golpe a la opulencia del multimillonario. Los hombres pudieron ir de un lado a otro de la república, trabajando y realizando sus negocios sin necesitar más del caballo. Dulcificándose las costumbres y ya no fueron precisos para la vida el puñal llamado facón, las rudas botas, el poncho burdo y el alimento de carne sanguinolenta.
Así quedó vencido y muerto por el ferrocarril el demonio de
la distancia.
Otra influencia nefasta fué durante siglos la de la falta de
población.
Los buques de vela, en sus tardos y pesados viajes, sólo
aportaban algunas docenas de nuevos pobladores a las riberas del Plata.
Pero cuando el riel del ferrocarril hubo pacificado y
unificado la tierra argentina, se presentó inmediatamente el buque de vapor,
poniendo las riberas del Plata a veinte días de Europa,
La población de la República ha avanzado desde entonces a
saltos. La carne se convirtió en un
artículo tan precioso como el oro; ya no se derrochó ni se perdió. El
frigorífico y la nave de vapor consolidaron la riqueza nacional.
Los trasatlánticos, al remontar los ríos con más facilidad
que los veleros, prolongaron el mar muchas leguas tierra adentro, hasta el
corazón de la República, convirtiendo en puertos oceánicos a muchas ciudades
del interior.
Puerto Madero: dique
número 2. Imagen: «Argentina y sus
grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Puerto Ingeniero
White. Elevadores flotantes de granos, atracados a los vapores de carga.
Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente
Blasco Ibáñez, 1910.
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Interior de un
frigorífico. Imagen: «Argentina y
sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Un vapor fluvial de Mihanovich. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de
Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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Vendedora indígena
- dibujos de Leon D´Emo
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El fusil Remington, primera arma de repetición, fué un instrumento de progreso en las llanuras platenses. Gracias a él se amansó el indio y pudo avanzar el blanco, convirtiendo el desierto en campos de cereales y frescas praderas.
Hasta que no fué adoptado el Remington en 1873, la lucha con
el enemigo cobrizo resultó insegura y las más de las veces inútil.
Antes de esto los soldados de Buenos Aires, usando el fusil que se cargaba por la boca, sólo podían hacer uno o dos disparos. Los jinetes indios caían sobre ellos y el combate se proseguía cuerpo a cuerpo, usando la lanza como arma principal y fiándolo todo a la fuerza del brazo.
El gobierno tenía que transigir y pactar muchas veces con los jefes de las tribus.
Pero un día las masas de indígenas a caballo vieron avanzar
a pie a los cristianos armados de un fusil que disparaba y disparaba
incesantemente.
¡ No más combates de jinetes ¡ ¡No más choques de lanzas y encuentros singulares como en las guerras de la edad media! Una lluvia de proyectiles detuvo en su carrera veloz a la horda cobriza y galopante, apagando sus aullidos.
Se acabaron desde entonces las terribles correrías de los indios llamadas «malones»; las tolderías o campamentos indígenas fueron pasto de las llamas, y las tribus, deshechas para siempre, las repartió y disgregó el gobierno en los territorios más lejanos.
¡ No más combates de jinetes ¡ ¡No más choques de lanzas y encuentros singulares como en las guerras de la edad media! Una lluvia de proyectiles detuvo en su carrera veloz a la horda cobriza y galopante, apagando sus aullidos.
Se acabaron desde entonces las terribles correrías de los indios llamadas «malones»; las tolderías o campamentos indígenas fueron pasto de las llamas, y las tribus, deshechas para siempre, las repartió y disgregó el gobierno en los territorios más lejanos.
Trabajadores indios de
un ingenio del norte. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco
Ibáñez, 1910
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V. Blasco Ibáñez en
Argentina, en una toldería de indios matacos.
Imagen: «Argentina y sus
grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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V. Blasco Ibáñez con indios
chunapis.
Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez,
1910
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La vida en la pampa.
Una moza ofreciendo el «mate» a un gaucho «guitarrero»
Imagen: «Argentina y sus grandezas» de
Vicente Blasco Ibáñez, 1910.
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La mujer blanca pudo vivir tranquila en su casa del campo, sin miedo a verse esclava de un indio ebrio y feroz. No se repitió más la vergüenza de que algunas damas de excelente educación y honrosa cuna fueran a acabar su triste vida en un campamento de salvajes, embrutecidas por el dolor y la afrenta.
Los fortines que servían para contener los avances del indio
se transformaron en ricas ciudades. Detrás del soldado avanzó el colono tomando
posesión de 20,000 leguas cuadradas de terreno que hasta entonces habían
existido en poder del salvaje, inútiles para la civilización. El arado rasgó el
suelo y los cereales extendieron su oleaje de oro sobre la antigua tierra
maldita.
En otros tiempos todo era camino en la República Argentina.
El gaucho tomaba su rumbo en la pampa lo mismo que el piloto en alta mar. Las
caravanas abrían en sus viajes nuevos senderos; el jinete hacía correr a su
cabalgadura por esta inmensidad sin cuidado alguno; los rebaños casi salvajes
galopaban con la cabeza baja y la ceguera del vértigo, seguros de que ningún
obstáculo cortaría su paso en la llanura igual e infinita, sin una depresión,
sin una cumbre.
Hoy no ha cambiado el aspecto de este mar de tierra. Es la
misma llanura sin término: el mismo horizonte sin fondo. Pero el viajero marcha
siempre teniendo a su vista hileras de postes de los que pende algo sutil,
brillante bajo el sol; algo semejante a los hilos de plata que babea la araña.
Es el alambre que limita las propiedades, que marca los
caminos y ha modificado profundamente el campo argentino.
Un coral en el campo. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de
Vicente Blasco Ibáñez, 1910
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Un coral en una
exposición agrícola. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco
Ibáñez, 1910
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La agricultura se desarrolla más esplendida al otro lado de
estos hilos casi invisibles, que dejan pasar el aire y la luz, pero detienen el
paso a los hombres y las bestias.
El alambre ha contribuido casi tanto como el riel a suprimir
las guerras civiles, modificando la vida en las campiñas y acabando para
siempre con el gaucho errante y bandolero. Al cerrar los campos ha creado el
camino, y donde hay camino y el jinete no puede marchar a su antojo, es
imposible la vida de bandolerismo con sus escapadas y sorpresas, así como las
interminables guerras civiles.
Las naciones europeas, especialmente Inglaterra, han
invertido enormes capitales en las industrias agrícolas y ganaderas de la
Argentina. Los Estados Unidos figuran en un lugar muy secundario si se les
compara con los países europeos que explotan los ferrocarriles de la Argentina,
la exportación de sus cereales y de sus carnes. Solamente algunas casas de
Chicago intervienen en la elaboración de carnes en conserva.
Buenos Aires. Una fábrica
de cerveza. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco Ibáñez,
1910
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Talleres del
ferrocarril del sur. Imagen: «Argentina y sus grandezas» de Vicente Blasco
Ibáñez, 1910
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La cantidad de toneladas de cereales y de carnes que proporciona la Argentina al consumo del mundo es enorme y cada vez va en aumento.
La nación argentina como casi todas las del continente
americano sólo tiene un siglo de existencia.
Este siglo, aprovechado únicamente en su último tercio, ha
sido el de la ganadería y la agricultura por extensión; viviendo confiado el
hombre a la magnanimidad del suelo y a la oportunidad de la lluvia.
El segundo siglo, que ahora empieza, va a ser el del cultivo
intensivo y el del riego generosamente propagado.
V. Blasco Ibáñez durante su proyecto agrícola en
Argentina (1910-1912)
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V. Blasco Ibáñez en Argentina, durante los trabajos de
bombeo en su colonia Cervantes (1910-1912)
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Hasta el presente la escasez de población ha permitido vivir
a la buena de Dios, pues por poco que se trabajase, la riqueza natural daba con
creces para el progreso del país. Pero su población aumentará cada vez más y lógicamente
la actividad humana acudida de todos los extremos de la tierra se verá forzada
a repetir los mismos milagros que se realizaron en los Estados Unidos hace
medio siglo.
CHILE
Blasco Ibáñez con Pedro Montt, el presidente de Chile, en
diciembre de 1909
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En la historia política de las repúblicas hispanoamericanas,
Chile figura como una excepción.
Todos estos pueblos antes de llegar a constituirse pasaron
por largas y dolorosas crisis, que han retardado su desarrollo. Algunos todavía
a estas horas no han salido del período de revoluciones y guerras civiles.
Chile en todo un siglo no ha tenido más que una revolución,
la que arrojó del poder al presidente Balmaceda; y este suceso más que
revolución fué una guerra civil.
Lo que ha distinguido pues a Chile de los otros países del
mismo origen es su vida ordenada, su horror a la política de antagonismos
personales; una tendencia especialísima a mantener la disciplina nacional y
cierta separación entre las diversas clases sociales.
Algunos tienen a Chile por una oligarquía, que durante un
siglo desde los tiempos de la independencia ha sido gobernada por unas cuantas
familias.
Aristocracia chilena en 1915 |
En realidad es una república aristocrática. Apenas si existe
en ella la clase media. Los individuos de esta clase de origen reciente son
designados con el apodo de siúticos. La
gran masa del pueblo ostenta con orgullo en las ciudades el apodo que se ha
dado a sí misma.
A semejanza de los antiguos holandeses que adoptaron por
altivez el título de mendigos que les
daban sus enemigos, los hombres del pueblo en Chile se llaman los rotos.
La aristocracia, o
sea los caballeros, está formada por
las familias procedentes de la época colonial.
Hay que reconocer que estas familias conservadoras y
tradicionalislas se han mostrado dignas del poder que vienen ejerciendo durante
un siglo. De su seno han salido los gobernantes que engrandecieron el país, los
agricultores y los industriales que han creado su riqueza, los generales que
aumentaron sus territorios.
Además, estos gobernantes que pudiéramos llamar de casta
resultan respetables por su estrecha moralidad. No existe en la historia de
Chile un solo presidente de la república, un solo ministro que haya sido
tachado de ladrón ni aún por sus mayores enemigos.
Grupo de diplomáticos y autoridades chilenas en 1914
|
Los ha habido de carácter tiránico, de procedimientos
arbitrarios, de espíritu exageradamente estrecho y tradicionalista; pero en
punto a moralidad y a sentir interés por la grandeza de su patria todos han
sido iguales. A ello se debe indudablemente el que esta aristocracia se haya
mantenido siempre en el poder, aunque sea con diversos títulos políticos, y
conservando su popularidad.
Un individuo de familia antigua y conocida ejerce allí una
verdadera influencia social aunque se haya empobrecido. En cambio los «nuevos
ricos», los millonarios improvisados, tardan mucho en abrirse paso a través de
los prejuicios nacionales. Sólo sus hijos o sus nietos llegan a conseguir una
categoría social.
El roto y el caballero marchan juntos con una
simpatía que data de los tiempos coloniales. El habitante del campo, llamado huaso, tiene los mismos sentimientos que el roto;
los dos son la base del ejército chileno que los inteligentes en la materia
consideran el mejor de la América del Sur y uno de los más interesantes del
mundo.
No hay en toda la esfera terrestre un pueblo cuya
configuración geográfica se asemeje ni remotamente a la de Chile.
Estrecho y larguísimo, su territorio evoca la imagen de una
acera que se extendiese frente al Océano Pacífico, a lo largo de la cordillera
de los Andes que equivale a una hilera de edificios.
V. Blasco Ibáñez en la frontera andina entre Argentina y Chile, en 1909 |
Los Andes. Peones
limpiando el camino entre Argentina y Chile.
Imagen: «Argentina y sus grandezas»
de Vicente Blasco Ibáñez, 1910
|
En algunos lugares la estrechez de Chile es tal que un
viajero puede abarcar con su vista el espacio entre la cordillera y el mar. En
cambio su longitud resulta enorme. Si se colocase Chile sobre el viejo mundo se
extendería desde las regiones más septentrionales de Europa hasta el centro de África.
Chile es simplemente una costa; todas sus ciudades
importantes, a excepción de la capital Santiago, están sobre el mar.
Es por lo tanto la primera nación marítima de la América del Sur, y sus navegantes están reputados como los más audaces y duros para el trabajo. Muchos de ellos se dedican a la caza de la foca y de la ballena en los mares australes y los restantes hacen la navegación de cabotaje a lo largo de toda la costa del Pacífico.
Vista parcial de Santiago de Chile desde Santa Lucia, la
antigua fortaleza. Foto: hacia 1900
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El puerto de Valparaíso, Chile en 1914
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Es por lo tanto la primera nación marítima de la América del Sur, y sus navegantes están reputados como los más audaces y duros para el trabajo. Muchos de ellos se dedican a la caza de la foca y de la ballena en los mares australes y los restantes hacen la navegación de cabotaje a lo largo de toda la costa del Pacífico.
Esta nación tan extensa que posee la tierra del Fuego,
límite del mundo habitado, se prolonga hasta el trópico y conoce todos los
climas y todos los cultivos.
La gran cordillera de los Andes, que es como su madre, le
proporciona las inmensas riquezas de sus entrañas. Las minas de cobre de Chile,
famosas desde los tiempos de la colonización española, están hoy en plena
explotación y figuran entre las más ricas del mundo.
Además otra de sus fuentes de riqueza es la explotación del
salitre en la parte norte de la república, que ha adquirido las proporciones de
un comercio de importancia universal.
La industria del salitre en Antofagasta, Chile |
Mineros de la pampa salitrera de Chile, 1906 |
Un error corriente en los Estados Unidos y en gran parte de
Europa es imaginarse a los países de la América del Sur poblados por gentes de
diversos colores, en su mayor parte negros.
En cualquiera calle de Nueva York se pueden ver mayor
cantidad de negros que en toda la Argentina, y más especialmente que en todo
Chile.
Se cuenta en Buenos Aires que cuando llegó cierto personaje
de los listados Unidos y salió al balcón del palacio del presidente de la
república, para saludar al público que le aplaudía, exclamó asombrado al
fijarse en los rostros de la inmensa masa popular
— ¡Pero todos son blancos!
Efectivamente a la Argentina se importaron negros en otros
siglos, pero hoy no queda rastro de ellos, pues desaparecieron hace años. Sólo
por una tradición los más humildes empleados de la Cámara de Diputados y del
Senado Argentino pertenecen a la raza africana. Estos son los únicos negros que
existen en Buenos Aires. Todas las gentes del país son de pura raza blanca en
su gran mayoría, con una minoría de mestizos indios productos de antiguos
cruzamientos de los españoles con las indígenas.
En Chile ni siquiera hay negros para el servicio de los
diputados. Cuando por casualidad aparece un negro en las calles de Santiago
llama más la atención y excita más la curiosidad de los chiquillos que en una
capital europea.
El chileno del campo es a veces mestizo y ostenta históricos y sonoros apellidos de la época de la colonización española.
Muchos de ellos
son descendientes ilegítimos de los héroes de la conquista que llegaron solos
de España. Pero los blancos forman la gran mayoría del país y muchos son rubios
y con ojos azules por proceder sus abuelos de las vascongadas y otras provincias
del norte de España.
El chileno del campo es a veces mestizo y ostenta históricos y sonoros apellidos de la época de la colonización española.
Habitantes típicos de Chile en 1914 |
Campesinos chilenos |
Chile debe su grandeza y su prosperidad al propio esfuerzo.
No ha necesitado de la inmigración europea, como la Argentina, para su desarrollo y su
progreso. Por esto las colonias extranjeras residentes en Chile son poco
numerosas. El comercio pertenece a los extranjeros, en gran parte; pero la
agricultura, la ganadería, la industria están en manos de los hijos del país,
que muestran una gran afición al trabajo y un espíritu progresivo. La
agricultura chilena rivaliza con la de los Estados Unidos. Sus sistemas de
irrigación son notables y los ha construido el hijo del país desde hace muchos
años.
El chileno es un trabajador incansable y con grandes
iniciativas. Su audacia no reconoce obstáculos. Estas mismas virtudes de su
enérgica personalidad le hacen resultar sobradamente atrevido y algo peligroso
para los que están en contacto con él.
Todos los pueblos de la América del Sur son belicosos; pero
el único pueblo verdaderamente militar es Chile.
En las otras repúblicas el campesino muestra con frecuencia
cierta predilección por las revoluciones y las luchas civiles, haciendo la
guerra en bandas que cambian de jefe y no reconocen una disciplina seria.
El chileno sólo comprende la guerra a estilo de soldado,
vistiendo un uniforme, aleccionándose en un cuartel, obedeciendo ciegamente a
sus superiores.
Tal vez este espíritu militar y disciplinado es una herencia de sus abuelos españoles.
Tal vez este espíritu militar y disciplinado es una herencia de sus abuelos españoles.
España sólo tuvo guerras en América durante los primeros
cincuenta años posteriores al descubrimiento. Luego envió a los países
conquistados mercaderes, agricultores, mineros y religiosos, limitándose a
mantener la seguridad de sus colonias al otro lado del mar con milicias locales
y escasos contingentes de tropas de la península.
El único país americano donde no cesó nunca la guerra fué
Chile. Los indomables indios araucanos mantuvieron su resistencia durante tres
siglos y únicamente en el segundo tercio del siglo XIX la república chilena consiguió
dominarlos para siempre.
Indios chilenos |
Indios Selknam del sur de Chile |
A causa de esto, durante todo el período de la colonización
España estuvo enviando soldados a Chile para que guarneciesen y defendiesen la
frontera con el valle del Arauco. Producto del cruzamiento de estos soldados de
los tercios españoles nobles y aventureros con las indígenas del país son en
gran parte los mestizos actuales, que muestran una predisposición especial a la
vida militar y su disciplina.
La mujer chilena ha merecido siempre grandes elogios de todos los que visitaron el país.
Las chilenas son por lo general de un tipo de belleza criolla, con la tez pálida, los ojos y la cabellera negros, y una gran distinción en sus maneras suaves y graciosas.
La mujer chilena ha merecido siempre grandes elogios de todos los que visitaron el país.
Las chilenas son por lo general de un tipo de belleza criolla, con la tez pálida, los ojos y la cabellera negros, y una gran distinción en sus maneras suaves y graciosas.
Mujer chilena joven: Elena Ortúzar
Fue la segunda esposa de
V. Blasco Ibáñez
|
Pero también se ven entre ellas
muchas rubias de ojos azules por ser de origen vasco-español o hijas de matrimonios
de ingleses con damas del país.
De todas las mujeres de la América del Sur, la chilena es la
que se asemeja más por su modo de vivir a las americanas del norte.
Guarda de las costumbres tradicionales todo lo que puede
embellecerla, proporcionándole el atractivo del misterio. Por las mañanas va a
la iglesia envuelta en el famoso «manto» negro, especie de mantilla que le
cubre la cabeza y el busto, arreglado en artísticos pliegues, y que realza los
encantos de su belleza criolla.
Pero aquí termina su adhesión a las antiguas costumbres
coloniales. Las jóvenes se educan en liceos que han sido organizados desde hace
muchos años por profesoras norteamericanas. Rompiendo con una preocupación que
es casi general en la América del Sur, las señoritas van solas por las calles.
Muchos empleos en las oficinas públicas, el servicio de los
tranvías y otras funciones están confiados a las mujeres, que pueden de tal
modo ganar su vida con cierta independencia. Esta relativa emancipación femenil
es desconocida en las otras repúblicas hispanoamericanas.
La mujer se interesa con más asiduidad que el hombre por la
literatura y las artes lo mismo que ocurre en los Estados Unidos.
El chileno robusto, vigoroso, parco en palabras y
generalmente serio, sólo piensa en su
trabajo, con centrando en él todas sus energías.
La mujer lee por él en la mayor parte de los casos y
embellece la vida del hogar con sus conocimientos y sus gustos artísticos.
LA AMÉRICA ESPAÑOLA
Calle de 25 de Mayo,
Montevideo. Foto: Unión Pan-Americana
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Serían necesarios muchos volúmenes para describir las
diversas fisonomías de tantas repúblicas americanas de origen español.
Hay que darse cuenta de la variedad y la importancia de tan
numerosos y diversos pueblos: el Uruguay de dilatadas llanuras cubiertas de
rebaños, con su capital Montevideo de refinada civilización; el Paraguay de
bosques paradisíacos; Bolivia, llamada en otro tiempo el alto Perú, que posee
minas de casi todos los metales conocidos y tiene sus ciudades en alturas donde
parece imposible que pueda vivir el hombre normalmente; el Perú que fué en los
tiempos de la colonización española el centro de toda la vida de la América del
Sur, que poseyó riquezas incalculables y llama la atención de todos los que le
visitan por la aristocracia de sus costumbres, la elegancia de sus mujeres y la
distinción de sus familias, restos históricos de un pasado glorioso; Ecuador con
su gran puerto de Guayaquil en plena zona tórrida y su capital Quito en una
altura fría, más arriba de las nubes; Colombia, la docta, patria de
universitarios; Venezuela, la cuna de la libertad hispanoamericana; las seis
repúblicas que forman la América Central; Cuba y Puerto Rico emergiendo sobre
el mar de las Antillas como dos jardines de riqueza eternamente renovada; y
Méjico, que a pesar de los conflictos e incidentes de su desarrollo político,
tiene una vida industrial semejante a la de las naciones más civilizadas y un
porvenir económico halagüeño y seguro.
Plaza Cagaucha,
Montevideo. Foto: Unión Pan-Americana
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Palacio del presidente.
Foto: Unión Pan-Americana
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Palacio del gobierno,
Bogotá, Colombia. Foto: Unión Pan-Americana
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Todos estos pueblos son comparables a los hijos de una misma
familia que no pueden tener nunca una edad igual ni encontrarse en un estado
idéntico de desarrollo.
Los mayores han llegado ya a la madurez de una existencia
próspera y tranquila; los menores están aún en las crisis de la pubertad, en el
desequilibrio del crecimiento.
Llegará un día en que igualándose todos alcanzarán una
existencia armónica y regular, y la llamada América española obtendrá el mismo
grado de progreso que ha obtenido desde hace muchos años la América del Norte.
Los países hispanoamericanos necesitan gente. «No será el
humo de las batallas — dijo el argentino Alberdi — sino el humo de las
locomotoras el que liberte a Sud América de su principal enemigo, que es el
desierto.»
La población excedente y ansiosa de fortuna de las naciones
de Europa ha emprendido la marcha hacia la América del Sur, «país de esperanza»
en el que todos radican sus ilusiones y ensueños.
El ansia de mejorar de posición, la fiebre de aventuras,
arrastran por igual lo bueno y lo malo, lo útil y lo inservible; de aquí que no
toda la corriente inmigratoria quede en América del Sur, y que un sobrante
vuelva a Europa. Arraigan en los países sudamericanos las gentes sobrias,
trabajadoras y fuertes; son repelidos como elementos incapaces de asimilarse
los viciosos, los indolentes y los débiles.
En la América del Sur hay que trabajar mucho más que en
Europa. Los que se imaginan que allá van a llevar una vida de regalada
holganza, están destinados a sufrir las más crueles desilusiones. En cambio, a
los animosos y fuertes les aguardan gratas sorpresas, pues en ninguna parte del
mundo consigue el trabajo mayores ganancias ni se ofrecen ocasiones más favorables
para ejercer la actividad.
Los tres factores de la riqueza sudamericana son: la
agricultura, la ganadería y el comercio. A ellos hay que añadir la industria,
que en estos momentos empieza a desarrollarse.
El agricultor, el hombre de pastoreo, el dependiente de
comercio, el obrero hábil en las artes manuales, puede embarcarse sin temor con
rumbo a la tierra sudamericana. Hay en ella espacio, trabajo abundante y
bienestar para todos, Estos son los hombres que necesitan las jóvenes
repúblicas.
Los que jamás tuvieron una profesión determinada y carecen
de energía para improvisarla en el Nuevo Mundo, ésos, fatalmente, están
destinados a engrosar la muchedumbre inútil amontonada en Buenos Aires y otras
grandes ciudades, sin pan y sin tranquilidad, como un sedimento de la corriente
inmigratoria.
Vayan allá labradores, comerciantes y obreros manuales.
Quédense en sus países abogados, médicos y empleados, si es que no se sienten
con valor para cambiar de profesión.
Las comarcas poco pobladas de la América del Sur necesitan
brazos e iniciativas. En sus ciudades hay de sobra doctores y aspirantes a
empleos.
Los pequeños capitalistas del viejo mundo que viven
estrechamente del producto de una renta módica, conocerán la abundancia y la
verdadera fortuna trasladándose a estos países, donde tantas cosas hay todavía
por hacer.
Un pequeño capital, por exiguo que sea, en manos de un
hombre activo, es en el Nuevo Mundo algo semejante a la vara legendaria de
Moisés, que hacía surgir agua de las peñas. Allí donde toque le contestará la
riqueza natural de estas tierras privilegiadas, surgiendo a borbotones.
Gracias por verter a la red esta fantástica muestra fotográfica.
ResponderEliminarEs un placer, Alvaro.
EliminarHoy, a través de Internet, debemos construir un inmenso mundo cultural universal donde compartiendo toda la información disponible, bien documentada, podríamos ampliar nuestro horizonte, aprender siempre algo nuevo y disfrutar del conocimiento y de la creatividad humana.
Un cordial saludo,
MARGA