jueves, 31 de diciembre de 2020

Europa estremecida



En estos momentos, inmersos en una creciente incertidumbre, vivimos atónitos y temerosos, en una Europa estremecida por la confusión, el miedo y la desconfianza. Es ahora cuando podemos reflexionar e interpretar mejor el interesante artículo de prensa escrito por V. Blasco Ibáñez hace casi un siglo.

El autor, una vez más, revela su amplio conocimiento acerca de la conducta humana –a nivel individual, social y político– en situaciones muy específicas, demuestra su extraordinaria capacidad de síntesis al analizar los acontecimientos de la época y además, expresa abiertamente su acertada visión respecto a los efectos de la Gran Guerra a mediano y a largo plazo.

Blasco no vivió para ver los eventos que sucedieron a la Primera Guerra mundial, pero nosotros los conocemos. Más aún, probablemente, después de que «Los cuatro jinetes del Apocalipsis» – su primera novela ambientada en ese conflicto bélico, llevada a la pantalla – había alcanzado un éxito enorme en 1921, el escritor valenciano no imaginaba que la misma obra, mucho después, en 1962, sería adaptada nuevamente para el cine, pero, de esta vez, en el escenario de otra guerra: la Segunda Guerra Mundial.

El artículo reproducido a continuación fue publicado en Hearst`s Internacional de Nueva York, en septiembre de 1922. 

El eminente autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, recientemente regresado a su casa, reporta:

‘‘Lo que escucho en Europa es hablar de paz, pero lo que veo es temor a la guerra’’

EUROPA ESTREMECIDA

Mientras duró la guerra, hubo un resurgimiento general de la emoción religiosa. Las iglesias de cada credo recibieron más adoradores que nunca antes, y las oraciones, al menos durante un tiempo, fueron sinceras, no simples palabras vacías; por una vez surgían de los corazones de los hombres. No había familia que no contara con alguien ya caído en el frente o que podría perecer allí. Además, los crímenes de la bestia humana que había sido liberada de su jaula por la guerra, los asesinatos, los incendios, los robos y las violaciones cometidos, el pisoteo de todos los derechos humanos, la mutilación de la libertad, hicieron que todas las miradas se volvieran con devoción hacia las benévolas enseñanzas de la hermandad cristiana.

Y aquellos que presenciaron este renacimiento religioso durante la guerra se apresuraron a profetizar: "Cuando por fin tengamos paz, este progreso moral continuará a un ritmo aún más rápido. Los hombres finalmente se convencerán de que la iglesia, en la medida en que es una asociación para propósitos idealistas y generosos, es más competente que la política o los gobiernos para tratar con los conflictos que inevitablemente surgen entre nosotros. La guerra habrá servido para obligar a la humanidad a dar un gran paso hacia la perfección. Dios, en sus caminos misteriosos, a menudo saca el bien del mal y nos concede felicidad solo después de haber soportado y superado severas pruebas”.

En un templo belga: Mientras los fieles se entregan a sus oraciones, los soldados descansan después de haberse batido con el invasor. Dibujo de J. Simont,  Historia de la Guerra europea de 1914 de V. Blasco Ibáñez)

París, enero de 1920. 


Pero una vez terminada la guerra, el peligro, la ansiedad y el dolor también terminaron, y estas habían sido las causas reales de la exaltación religiosa en la mayoría de los casos. El número de fieles en los templos no siguió aumentando. Por el contrario, disminuyó; y en cuanto a la contribución del espíritu religioso en la resolución de las dificultades actuales, nadie pudo confirmar que tuvo el más mínimo efecto.

La vida sigue sin cesar, descuidando nuestros dolores. Nos atrapa en sus olas y nos arrastra en sus corrientes. Mantenemos nuestros recuerdos adentro pero al evocarlos, cada vez están un poco más apagados, porque la vida sigue sin parar... más lejos, más lejos... con la total indiferencia de una maquinaria que es sorda e insensible a nuestros sentimientos. Nos muestra nuevos cielos, nuevas tierras, y nos hace pensar cada vez menos en el pasado, y finalmente, a pesar de nosotros mismos, llegamos a olvidarlo...

En las reuniones sociales en Europa, ahora, es de mal gusto mencionar el conflicto mundial. Los productores no aceptarán, ninguna obra alusiva a ella. Los editores rechazan, sin leerlo, cualquier manuscrito relacionado con la reciente catástrofe; incluso los heridos y los combatientes que volvieron sin lesiones importantes, pero que, durante esos terribles cuatro años pasaron por todo tipo de sufrimientos, evitan hablar de esta parte del pasado tanto como sea posible.

Europa es tan religiosa, o tan poco religiosa, como lo era antes del verano de 1914. Ha recordado a Dios, ha orado, ha adorado, y luego, ha olvidado. El código moral de todas las religiones ofrece una recompensa por la virtud y un castigo por la maldad. En muchos casos se considera que el castigo puede ser modificado por el perdón divino; pero obviamente, antes de que se pueda conceder el perdón, el castigo debe haberse iniciado.

Después de esa catástrofe de la guerra, tan oculta como un terremoto o una tormenta en el mar, el observador ve los hechos de frente y pregunta: "Bueno, ¿dónde está la recompensa de los virtuosos? ¿Quién ha logrado ver castigados a los malos? "

V. Blasco Ibáñez en la zona de guerra. Francia, 1915

Quince millones de hombres yacen enterrados en los recientes campos de batalla; veinte o treinta millones de almas inocentes que no pudieron luchar por ser débiles, y que por tanto no representaban un peligro para nadie, murieron de miedo, hambre, frío y maltrato. Las ciudades destruidas, en su mayor parte, permanecen en ruinas. Toda una serie de pequeñas tragedias que ocurren en pleno corazón de la familia siguen siendo irreparables. Cientos de miles de mujeres y niños esperan en vano que alguna intervención sobrehumana borre la vergüenza y la humillación sufridas por sus familias, cuyo mero recuerdo les llena de nuevo de horror. 

Obviamente, el espectáculo que presenta el mundo en este momento no está calculado para apoyar la piadosa creencia de que para el bien hay recompensas, para el mal, castigos. Las enseñanzas de la guerra reciente no podrían ser más inmorales de lo que son.

Muy pocos seres humanos pueden vivir sin especular, hasta cierto punto al menos, sobre lo que les espera después de la muerte. Sólo quienes han alcanzado esa serenidad que podría llamarse filosófica, están dispuestos a seguir viviendo sin ninguna certeza de lo que hay más allá de la tumba. La gran mayoría de los seres humanos quieren saber, claman por una certeza, suplican por algo que los libere del terror de sus incertidumbres sobre lo que hay más allá.

Escena de la película The Four Horsemen of the Apocalypse, de 1921

Todas las religiones brindan esta certeza consoladora. Dicen qué esperar después de la muerte, pero prometen una mirada más allá de la tumba solo cuando hayamos dejado esta vida mortal, encontrándonos definitivamente en el camino oscuro y misterioso que lleva a otro mundo. Ninguna religión reputada y respetable promete ponernos en contacto directo con la vida sobrenatural, ni está dispuesta a admitir que los seres vivos pueden comunicarse directamente con los muertos. Más que eso, casi todas las religiones respetables consideran el intento de hacer hablar a los muertos y de evocar la vida más allá de la tumba como mera superstición, un remanente de la creencia en los espíritus que prevalece entre los curanderos.

1921. Rodolfo Valentino en
The Four Horsemen of the Apocalypse

Pero los seres humanos siempre muestran una impaciencia infantil cuando están realmente interesados en algo. El egoísmo nativo nos hace asumir que somos el centro de todo lo que existe. Cuando experimentamos una gran alegría pensamos que el mundo es perfecto, y llamamos ingrato y molesto al pobre infeliz que se queja de su mala suerte. Cuando estamos tristes, nos asombra que todos los demás no lo estén, y nos parece absurdamente cruel que el cielo siga siendo azul y que el sol siga brillando.

¿Cómo puede el amor de uno por sus muertos, para siempre perdidos, escuchar la voz de la religión o de la convicción científica o de cualquier cosa que intervenga, poniendo una barrera, por muy fina que sea, entre el perdedor y el perdido? Para nosotros, las emociones representan más que la fe o la razón. Aparte de esto, nos encanta saber qué hay después de la muerte sin tener que morir para obtener ese conocimiento. Nos gusta hablar con nuestros muertos sin tener que pisar el estrecho camino hacia la tumba. Y de todo esto se deriva el hecho de que en toda Europa el único resurgimiento del sentimiento religioso que se produjo después de la guerra tomó la forma del espiritismo; y utilizo este término para incluir todas las escuelas, sectas, religiones o como se quiera llamar, que intentan poner al ser humano vivo en contacto directo con el misterioso desconocido del que salió al nacer, y al que volverá de nuevo cuando se sumerja en el abismo de la muerte.


V. Blasco Ibáñez en la Costa Azul, años 20.

No hace mucho, estaba cenando en uno de los palacios más bellos y elegantes de la Costa Azul. Tuve la oportunidad de estar sentado en una mesa junto a una señora que había perdido a su hijo en la guerra.

"Desde hace dos años que hablo con mi hijo semanalmente", me dijo esta señora, con la mayor tranquilidad, como si hubiera mencionado que había visto a su hijo esa tarde en el Casino de Monte-Carlo. Luego añadió:

"¡Si supieras lo feliz que he sido desde esa sesión cuando hablé con él por primera vez! Antes, la vida me parecía imposible. Ahora puedo seguir esperando tranquilamente hasta que muera, y luego reunirme con él allá, donde está...”

Mientras escuchaba atentamente lo que me contaba esta devota madre, ella siguió  dándome detalles sobre las felices conversaciones que había tenido con su hijo fallecido, con la ayuda de trípodes, mesas y otros muebles.

Por regla general, estas conversaciones son tontas o, en el mejor de los casos, incoherentes, y relatan que los pobres fallecidos hacen declaraciones sin sentido que, sin duda, les harían sonrojarse si estuvieran vivos para escucharlas.

Este pobre muchacho inglés, que mientras vivió no había logrado más distinción que la de un buen soldado, probablemente no se liberara de esa mediocridad intelectual que parece ser una de las señas de identidad de los muertos cuando intentan hablar con los vivos. En todas las conversaciones que había tenido con su madre, aparentemente nunca había dicho nada que no fuera común, o al menos muy conocido, el tipo de cosas que su madre, perfectamente, podría haber leído cuarenta y ocho horas antes en una revista o periódico. Pero sucedió que la semana anterior a la ocasión de la que hablo, el joven inglés de más allá de la tumba había sido más explícito y definido en sus declaraciones sobre la eternidad.

"Aquí están pasando muchas cosas", le dijo a su madre. "Estamos preparando el lugar para los que vienen. Dicen por aquí que pronto habrá otra guerra...  ¡Y sin embargo, los que morimos pensamos que esta era la última y que nunca habría otra!"

Por primera vez en mi vida, me sentí impresionado por algo que, según dicen,  lo había dicho un miembro del mundo de los espíritus; admití que los muertos no siempre dicen tonterías.

Como sucede siempre en los asuntos humanos, junto a la sinceridad y la buena fe de quienes creen en las manifestaciones espirituales, también se aloja el deseo de explotar y engañar. Como nunca hubo tanta gente en Europa ansiosa por explorar el más allá y hablar con aquellos que han dejado de existir, nunca ha habido tantos clarividentes, médiums, quirománticos y adivinos del futuro de sus semejante. Basta con leer los anuncios de los diarios de las grandes capitales de Europa para hacerse una idea del florecimiento repentino y extenso de un vasto sector de seres que viven de la explotación del sufrimiento y de la necesidad humana de consuelo. Incluso en las ciudades más pequeñas y tranquilas, entre los que, con toda buena fe, buscan el consuelo de los mensajes espirituales, se encuentra un número sorprendente de audaces estafadores que, sin ninguna fe en las doctrinas que profesan, hacen del espiritismo un instrumento de explotación.

"¿Pero, qué ha dejado la guerra en Europa de positivo y que cuente a largo plazo?" nos preguntamos algunos.

Finalizando la guerra. Septiembre de 1918. Iglesia en Neuvilly-en-Argonne, Francia

En este punto al menos soy pesimista. Tal vez, cuando hayan pasado muchos años, cuando los acontecimientos puedan verse en perspectiva, el observador podrá discernir que algún beneficio real para la humanidad se ha derivado de esta abominable catástrofe; es decir, si resulta una paz definitiva, y si la guerra reciente resulta ser un drama completo en sí mismo y no el primer acto de una larga tragedia de guerras horrorosas y suicidas.

Si la guerra nunca hubiera tenido lugar, la Revolución Rusa habría sido imposible; la Rusia de la república y de los soviéticos habría sido aún más. 

Trotsky con soldados del Ejercito Rojo
Después de una guerra iniciada por los grandes duques y los generales del zar, ahora contemplamos lo que hace ocho años se hubiera considerado el más imposible de los absurdos, nada menos que esto; la formación de un Ejército Rojo de varios millones de hombres organizados al más puro estilo militar, y comandados por un periodista comunista, en otras palabras, ese Trotsky que, hace unos años, vagabundeaba por todo el mundo, cuando no estaba en cárcel.

Este Ejército Rojo todavía no es una amenaza para el mundo porque la inmensa y desorganizada nación detrás de él está en medio de la hambruna. Además, la guerra moderna requiere el apoyo de un sistema industrial completo, y esto es algo que Rusia no ha logrado desarrollar ni siguiera en tiempos de paz, y mucho menos ahora en el desorden de la revolución. ¿Pero qué pasaría si en el futuro, el espíritu revolucionario de Rusia invade Alemania y el hormiguero ruso podría trabajar con los grandes almacenes de materiales producidos por la industria alemana?

De hecho,  este es el peligro que amenaza el futuro.


La única certeza del período de posguerra, tal como la conocemos, es el hecho de que casi la mitad de Europa, con la mitad de Asia apoyándola por detrás, está en abierta rebelión contra esa constitución social que, desde los primeros siglos, ha gobernado la humanidad, una constitución basada en la propiedad privada. Nunca los enemigos de la sociedad existente tuvieron tanto poder en sus manos, nunca antes habían logrado adquirir una individualidad nacional. Hasta 1918, en todo el largo curso de la historia de la humanidad, los que no estaban satisfechos con la organización de la sociedad tuvieron que contentarse con escribir u orar contra ella, y, si realmente intentaron la acción directa, no hicieron más que celebrar reuniones que rápidamente fueron suprimidas por la policía, o realizar ataques individuales, con dinamita, contra los representantes de la orden a la que se oponían.

Por primera vez en la historia de la humanidad vemos un gobierno, enemigo declarado de la propiedad privada y partidario del comunismo, que posee un ejército de millones, una marina y representantes diplomáticos que son recibidos en los congresos de naciones. En comparación con esta revolución, todas las demás revoluciones parecen ligeras e inofensivas. Fueron simples cambios políticos lo que afectaron la organización interna del país en el que ocurrieron; ocasionalmente modificaron el alcance de los derechos de propiedad, pero nunca los negaron ni los suprimieron.

V. Blasco Ibáñez y A. Karensky en París, en1921
Un día, caminando por los de los Campos Elíseos con Kerensky, el famoso primer ministro de la primera república rusa, quien fue expulsado de su cargo por Lenin y su partido, me dijo con aquella vehemencia que lo convirtió en un orador tan conmovedor:

"Mientras los Aliados insistan en la intervención en Rusia, Lenin seguirá en el poder. Los campesinos creen que los extranjeros les quitarán las tierras que les dimos. Apoyarán a Lenin hasta la muerte si Europa interviene. Pero es igualmente cierto que si se restablecen las relaciones de Rusia con el resto de Europa, si se derriban las barreras en la frontera, para que nuestra gente pueda ver lo que realmente está sucediendo en otros países, estos millones de pequeños terratenientes, en lugar de preservar el comunismo, se alzarán contra él y lo derrocarán”.

En mi opinión, no hay nada nuevo en Lenin ni en los hombres igualmente austeros y desinteresados asociados con él. Conozco a muchos de sus parientes en la historia. También Robespierre fue llamado "el virtuoso".

Es cierto que los gobernantes de las grandes naciones europeas que no están actualmente en revolución saben muy poco hacia dónde se dirigen. Lloyd George sabe tanto como Lenin sobre la Europa del próximo año. Ambos son igual de ciegos, viviendo solo en el presente, sin hacer hoy ninguna previsión para lo que traerá el mañana.

Con todas sus conferencias y reuniones diplomáticas para mantener la paz, Europa se asemeja a un barco enorme, que lucha, a pesar de su mástil roto, por capear el temporal. Los oficiales se reúnen en el puente y hablan interminablemente, cada uno de ellos convencido todo el tiempo de que no dice más que palabras vacías. Las cartas e instrumentos náuticos sobre la mesa, los libros, todo lo que han estudiado, toda la experiencia que han tenido, son inútiles, porque la tormenta es una tempestad cuya furia sobrepasa todos los cálculos de los hombres; la fuerza que se mueve en ella es algo misterioso más allá de la comprensión humana; nuevas fuerzas desconocidas para la física parecen moverse hoy por el mundo. Todos hablan como si tuvieran una convicción y una fe; y todos, en su corazón, están convencidos de que nadie tiene el remedio en el cual puedan confiar completamente los otros y que conjure el peligro.

París, enero de 1919. Sesión de apertura de la Conferencia de Paz  .

Lo único que se nota invariablemente, en estas reuniones celebradas por una Europa inquieta, es el miedo a la guerra. Sin embargo, cada representante hace todo lo que está en su poder para provocar la guerra. Todos afirman que desean la paz; y podemos creer que la paz es realmente deseada, ya que sin ella todas estas personas deben morir. Pero cada uno quiere la paz en sus propios términos con suministros especiales a su conveniencia. Con toda una serie de verdades cada uno apoya su propio proyecto de paz particular. ¡Pero Ay! La verdad absoluta no es más que una ilusión diseñada para embellecer nuestras vidas. De hecho, hay tantas verdades como intereses. Por esta razón, mientras los hombres traten de establecer la paz sobre la verdad, y no sobre el sacrificio y la abnegación mutua, estaremos condenados a la guerra.

Las empresas benéficas y pacíficas tienen dificultades para obtener fondos porque estas empresas suelen ser administradas por individuos. Como la guerra es un negocio de los gobiernos, siempre se pueden encontrar fondos para su apoyo. Después de que se declaró la paz por última vez, en un momento en el que todos los recursos parecían agotados, vimos a una serie de naciones pobres y sin importancia seguir luchando entre sí en Asia Menor; aparentemente no les falta dinero. Hacer el bien es lo difícil, es difícil entre los hombres, más aún entre las naciones.

París 1919. El Comité de los cuatro
- George, Orlando, Clemenceau y Wilson-
en las negociaciones para la Paz.
Odio la guerra; y creo que mientras exista, la humanidad seguirá viviendo en ese período prehistórico que comenzó cuando los hombres hicieron sus guaridas en cuevas; no es en este período donde su real historia se encuentra. Todo está en el futuro. Pero, aunque amo la paz, también amo la claridad de visión.

Los comunistas rusos, antimilitaristas y enemigos de la propiedad como son, mantienen un Ejército Rojo de tamaño cada vez mayor, con el que aplastar a cualquier pequeña república que desobedezca el despotismo rojo de Moscú, y, cuando sea el momento oportuno, para invadir Polonia y otros estados fronterizos.

Los alemanes conservan intacta su clase guerrera, y es una grande.

Inglaterra está buscando lo que sea de su interés, nada más. Todo el mundo sabe, por supuesto, que Dios creó el resto del mundo para que Inglaterra pudiera tener colonias.

Francia, al ver que su enemigo eterno sigue intacto y aun amenazándola desde su propio patio, permanece en guardia, dispuesta a atacar para no verse otra vez en la misma situación de incesante ansiedad que vivió durante cuarenta y cuatro años.

Las naciones toman sus asientos en las mesas de conferencias de la misma manera que lo hacen los toscos jinetes de ciertas tierras desérticas de América del Sur, que se sientan a hablar y tomar una copa en la mesa de la taberna, mientras mantienen sus revólveres en el cinturón, un dedo en la funda. De repente, hay un estallido general y todos están disparando contra todos los demás, mientras que nadie sabe exactamente quién comenzó la pelea.

No veo paz en esta Europa que se reúne constantemente para buscarla. Europa cree que debe ganar con palabras, pero en los pensamientos que se esconden detrás de las palabras, Europa no aparenta ni el más mínimo sentimiento verdaderamente cristiano.

por VICENTE BLASCO IBÁÑEZ, 1922

1 comentario:

  1. Hoy solo pude leer tu introducción y darle un vistazo a las fotos. Me queda la lectura del artículo. Gracias por el esfuerzo de ponernos al día en esto ¿Se repite la historia?
    Un abrazo desde Brasil

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