El autor, una vez más, revela su amplio conocimiento acerca
de la conducta humana –a nivel individual, social y político– en situaciones
muy específicas, demuestra su extraordinaria capacidad de síntesis al analizar
los acontecimientos de la época y además, expresa abiertamente su acertada
visión respecto a los efectos de la Gran Guerra a mediano y a largo plazo.
Blasco no vivió para ver los eventos que sucedieron a la
Primera Guerra mundial, pero nosotros los conocemos. Más aún, probablemente,
después de que «Los cuatro jinetes del
Apocalipsis» – su primera novela ambientada en ese conflicto bélico,
llevada a la pantalla – había alcanzado un éxito enorme en 1921, el escritor
valenciano no imaginaba que la misma obra, mucho después, en 1962, sería
adaptada nuevamente para el cine, pero, de esta vez, en el escenario de otra
guerra: la Segunda Guerra Mundial.
El artículo reproducido a continuación fue publicado en Hearst`s Internacional de Nueva York, en
septiembre de 1922.
El eminente autor
de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, recientemente regresado a su casa, reporta:
‘‘Lo que escucho en Europa es hablar de paz, pero lo que veo es temor a
la guerra’’
Y aquellos que presenciaron este renacimiento religioso durante
la guerra se apresuraron a profetizar: "Cuando por fin tengamos paz, este
progreso moral continuará a un ritmo aún más rápido. Los hombres finalmente se
convencerán de que la iglesia, en la medida en que es una asociación para
propósitos idealistas y generosos, es más competente que la política o los
gobiernos para tratar con los conflictos que inevitablemente surgen entre nosotros.
La guerra habrá servido para obligar a la humanidad a dar un gran paso hacia la
perfección. Dios, en sus caminos misteriosos, a menudo saca el bien del mal y
nos concede felicidad solo después de haber soportado y superado severas
pruebas”.
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París, enero de 1920. |
Pero una vez terminada la guerra, el peligro, la ansiedad y
el dolor también terminaron, y estas habían sido las causas reales de la
exaltación religiosa en la mayoría de los casos. El número de fieles en los
templos no siguió aumentando. Por el contrario, disminuyó; y en cuanto a la
contribución del espíritu religioso en la resolución de las dificultades
actuales, nadie pudo confirmar que tuvo el más mínimo efecto.
La vida sigue sin cesar, descuidando nuestros dolores. Nos
atrapa en sus olas y nos arrastra en sus corrientes. Mantenemos nuestros
recuerdos adentro pero al evocarlos, cada vez están un poco más apagados,
porque la vida sigue sin parar... más lejos, más lejos... con la total
indiferencia de una maquinaria que es sorda e insensible a nuestros
sentimientos. Nos muestra nuevos cielos, nuevas tierras, y nos hace pensar cada
vez menos en el pasado, y finalmente, a pesar de nosotros mismos, llegamos a
olvidarlo...
En las reuniones sociales en Europa, ahora, es de mal gusto
mencionar el conflicto mundial. Los productores no aceptarán, ninguna obra
alusiva a ella. Los editores rechazan, sin leerlo, cualquier manuscrito
relacionado con la reciente catástrofe; incluso los heridos y los combatientes
que volvieron sin lesiones importantes, pero que, durante esos terribles cuatro
años pasaron por todo tipo de sufrimientos, evitan hablar de esta parte del
pasado tanto como sea posible.
Europa es tan religiosa, o tan poco religiosa, como lo era antes del verano de 1914. Ha recordado a Dios, ha orado, ha adorado, y luego, ha olvidado. El código moral de todas las religiones ofrece una recompensa por la virtud y un castigo por la maldad. En muchos casos se considera que el castigo puede ser modificado por el perdón divino; pero obviamente, antes de que se pueda conceder el perdón, el castigo debe haberse iniciado.
Después de esa catástrofe de la guerra, tan oculta como un
terremoto o una tormenta en el mar, el observador ve los hechos de frente y
pregunta: "Bueno, ¿dónde está la recompensa de los virtuosos? ¿Quién ha
logrado ver castigados a los malos? "
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V. Blasco Ibáñez en la zona de guerra. Francia, 1915 |
Quince millones de hombres yacen enterrados en los recientes
campos de batalla; veinte o treinta millones de almas inocentes que no pudieron
luchar por ser débiles, y que por tanto no representaban un peligro para nadie,
murieron de miedo, hambre, frío y maltrato. Las ciudades destruidas, en su
mayor parte, permanecen en ruinas. Toda una serie de pequeñas tragedias que
ocurren en pleno corazón de la familia siguen siendo irreparables. Cientos de
miles de mujeres y niños esperan en vano que alguna intervención sobrehumana borre
la vergüenza y la humillación sufridas por sus familias, cuyo mero recuerdo les
llena de nuevo de horror.
Obviamente, el espectáculo que presenta el mundo en este
momento no está calculado para apoyar la piadosa creencia de que para el bien
hay recompensas, para el mal, castigos. Las enseñanzas de la guerra reciente no
podrían ser más inmorales de lo que son.
Muy pocos seres humanos pueden vivir sin especular, hasta
cierto punto al menos, sobre lo que les espera después de la muerte. Sólo
quienes han alcanzado esa serenidad que podría llamarse filosófica, están
dispuestos a seguir viviendo sin ninguna certeza de lo que hay más allá de la
tumba. La gran mayoría de los seres humanos quieren saber, claman por una
certeza, suplican por algo que los libere del terror de sus incertidumbres
sobre lo que hay más allá.
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Escena de la película The Four Horsemen of the Apocalypse, de 1921 |
Todas las religiones brindan esta certeza consoladora. Dicen qué esperar después de la muerte, pero prometen una mirada más allá de la tumba solo cuando hayamos dejado esta vida mortal, encontrándonos definitivamente en el camino oscuro y misterioso que lleva a otro mundo. Ninguna religión reputada y respetable promete ponernos en contacto directo con la vida sobrenatural, ni está dispuesta a admitir que los seres vivos pueden comunicarse directamente con los muertos. Más que eso, casi todas las religiones respetables consideran el intento de hacer hablar a los muertos y de evocar la vida más allá de la tumba como mera superstición, un remanente de la creencia en los espíritus que prevalece entre los curanderos.
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1921. Rodolfo Valentino en The Four Horsemen of the Apocalypse |
Pero los seres humanos siempre muestran una impaciencia infantil cuando están realmente interesados en algo. El egoísmo nativo nos hace asumir que somos el centro de todo lo que existe. Cuando experimentamos una gran alegría pensamos que el mundo es perfecto, y llamamos ingrato y molesto al pobre infeliz que se queja de su mala suerte. Cuando estamos tristes, nos asombra que todos los demás no lo estén, y nos parece absurdamente cruel que el cielo siga siendo azul y que el sol siga brillando.
¿Cómo puede el amor de uno por sus muertos, para siempre
perdidos, escuchar la voz de la religión o de la convicción científica o de
cualquier cosa que intervenga, poniendo una barrera, por muy fina que sea,
entre el perdedor y el perdido? Para nosotros, las emociones representan más
que la fe o la razón. Aparte de esto, nos encanta saber qué hay después de la
muerte sin tener que morir para obtener ese conocimiento. Nos gusta hablar con
nuestros muertos sin tener que pisar el estrecho camino hacia la tumba. Y de
todo esto se deriva el hecho de que en toda Europa el único resurgimiento del
sentimiento religioso que se produjo después de la guerra tomó la forma del
espiritismo; y utilizo este término para incluir todas las escuelas, sectas,
religiones o como se quiera llamar, que intentan poner al ser humano vivo en
contacto directo con el misterioso desconocido del que salió al nacer, y al que
volverá de nuevo cuando se sumerja en el abismo de la muerte.
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V. Blasco Ibáñez en la Costa Azul, años 20. |
No hace mucho, estaba cenando en uno de los palacios más bellos y elegantes de la Costa Azul. Tuve la oportunidad de estar sentado en una mesa junto a una señora que había perdido a su hijo en la guerra.
"Desde hace dos años que hablo con mi hijo semanalmente",
me dijo esta señora, con la mayor tranquilidad, como si hubiera mencionado que
había visto a su hijo esa tarde en el Casino de Monte-Carlo. Luego añadió:
"¡Si supieras lo feliz que he sido desde esa sesión
cuando hablé con él por primera vez! Antes, la vida me parecía imposible. Ahora
puedo seguir esperando tranquilamente hasta que muera, y luego reunirme con él
allá, donde está...”
Mientras escuchaba atentamente lo que me contaba esta devota
madre, ella siguió dándome detalles
sobre las felices conversaciones que había tenido con su hijo fallecido, con la
ayuda de trípodes, mesas y otros muebles.
Por regla general, estas conversaciones son tontas o, en el
mejor de los casos, incoherentes, y relatan que los pobres fallecidos hacen
declaraciones sin sentido que, sin duda, les harían sonrojarse si estuvieran
vivos para escucharlas.
Este pobre muchacho inglés, que mientras vivió no había
logrado más distinción que la de un buen soldado, probablemente no se liberara
de esa mediocridad intelectual que parece ser una de las señas de identidad de
los muertos cuando intentan hablar con los vivos. En todas las conversaciones
que había tenido con su madre, aparentemente nunca había dicho nada que no
fuera común, o al menos muy conocido, el tipo de cosas que su madre,
perfectamente, podría haber leído cuarenta y ocho horas antes en una revista o
periódico. Pero sucedió que la semana anterior a la ocasión de la que hablo, el
joven inglés de más allá de la tumba había sido más explícito y definido en sus
declaraciones sobre la eternidad.
"Aquí están pasando muchas cosas", le dijo a su
madre. "Estamos preparando el lugar para los que vienen. Dicen por aquí
que pronto habrá otra guerra... ¡Y sin
embargo, los que morimos pensamos que esta era la última y que nunca habría
otra!"
Por primera vez en mi vida, me sentí impresionado por algo que, según dicen, lo había dicho un miembro del mundo de los espíritus; admití que los muertos no siempre dicen tonterías.
Como sucede siempre en los asuntos humanos, junto a la
sinceridad y la buena fe de quienes creen en las manifestaciones espirituales, también
se aloja el deseo de explotar y engañar. Como nunca hubo tanta gente en Europa
ansiosa por explorar el más allá y hablar con aquellos que han dejado de
existir, nunca ha habido tantos clarividentes, médiums, quirománticos y
adivinos del futuro de sus semejante. Basta con leer los anuncios de los
diarios de las grandes capitales de Europa para hacerse una idea del
florecimiento repentino y extenso de un vasto sector de seres que viven de la
explotación del sufrimiento y de la necesidad humana de consuelo. Incluso en
las ciudades más pequeñas y tranquilas, entre los que, con toda buena fe,
buscan el consuelo de los mensajes espirituales, se encuentra un número
sorprendente de audaces estafadores que, sin ninguna fe en las doctrinas que
profesan, hacen del espiritismo un instrumento de explotación.
"¿Pero, qué ha dejado la guerra en Europa de positivo y
que cuente a largo plazo?" nos preguntamos algunos.
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Finalizando la guerra. Septiembre de 1918. Iglesia en
Neuvilly-en-Argonne, Francia |
En este punto al menos soy pesimista. Tal vez, cuando hayan pasado muchos años, cuando los acontecimientos puedan verse en perspectiva, el observador podrá discernir que algún beneficio real para la humanidad se ha derivado de esta abominable catástrofe; es decir, si resulta una paz definitiva, y si la guerra reciente resulta ser un drama completo en sí mismo y no el primer acto de una larga tragedia de guerras horrorosas y suicidas.
Si la guerra nunca hubiera tenido lugar, la Revolución Rusa habría sido imposible; la Rusia de la república y de los soviéticos habría sido aún más.
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Trotsky con soldados del Ejercito Rojo |
Este Ejército Rojo todavía no es una amenaza para el mundo porque la inmensa y desorganizada nación detrás de él está en medio de la hambruna. Además, la guerra moderna requiere el apoyo de un sistema industrial completo, y esto es algo que Rusia no ha logrado desarrollar ni siguiera en tiempos de paz, y mucho menos ahora en el desorden de la revolución. ¿Pero qué pasaría si en el futuro, el espíritu revolucionario de Rusia invade Alemania y el hormiguero ruso podría trabajar con los grandes almacenes de materiales producidos por la industria alemana?
De hecho, este es el peligro que amenaza el futuro.
La única certeza del período de posguerra, tal como la
conocemos, es el hecho de que casi la mitad de Europa, con la mitad de Asia
apoyándola por detrás, está en abierta rebelión contra esa constitución social
que, desde los primeros siglos, ha gobernado la humanidad, una constitución
basada en la propiedad privada. Nunca los enemigos de la sociedad existente tuvieron
tanto poder en sus manos, nunca antes habían logrado adquirir una
individualidad nacional. Hasta 1918, en todo el largo curso de la historia de
la humanidad, los que no estaban satisfechos con la organización de la sociedad
tuvieron que contentarse con escribir u orar contra ella, y, si realmente
intentaron la acción directa, no hicieron más que celebrar reuniones que rápidamente
fueron suprimidas por la policía, o realizar ataques individuales, con
dinamita, contra los representantes de la orden a la que se oponían.
Por primera vez en la historia de la humanidad vemos un
gobierno, enemigo declarado de la propiedad privada y partidario del comunismo,
que posee un ejército de millones, una marina y representantes diplomáticos que
son recibidos en los congresos de naciones. En comparación con esta revolución,
todas las demás revoluciones parecen ligeras e inofensivas. Fueron simples
cambios políticos lo que afectaron la organización interna del país en el que
ocurrieron; ocasionalmente modificaron el alcance de los derechos de propiedad,
pero nunca los negaron ni los suprimieron.
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V. Blasco Ibáñez y A. Karensky en París, en1921 |
"Mientras los Aliados insistan en la intervención en
Rusia, Lenin seguirá en el poder. Los campesinos creen que los extranjeros les
quitarán las tierras que les dimos. Apoyarán a Lenin hasta la muerte si Europa
interviene. Pero es igualmente cierto que si se restablecen las relaciones de
Rusia con el resto de Europa, si se derriban las barreras en la frontera, para
que nuestra gente pueda ver lo que realmente está sucediendo en otros países,
estos millones de pequeños terratenientes, en lugar de preservar el comunismo,
se alzarán contra él y lo derrocarán”.
En mi opinión, no hay nada nuevo en Lenin ni en los hombres
igualmente austeros y desinteresados asociados con él. Conozco a muchos de sus
parientes en la historia. También Robespierre fue llamado "el
virtuoso".
Es cierto que los gobernantes de las grandes naciones
europeas que no están actualmente en revolución saben muy poco hacia dónde se
dirigen. Lloyd George sabe tanto como Lenin sobre la Europa del próximo año.
Ambos son igual de ciegos, viviendo solo en el presente, sin hacer hoy ninguna
previsión para lo que traerá el mañana.
Con todas sus conferencias y reuniones diplomáticas para mantener
la paz, Europa se asemeja a un barco enorme, que lucha, a pesar de su mástil
roto, por capear el temporal. Los oficiales se reúnen en el puente y hablan
interminablemente, cada uno de ellos convencido todo el tiempo de que no dice
más que palabras vacías. Las cartas e instrumentos náuticos sobre la mesa, los
libros, todo lo que han estudiado, toda la experiencia que han tenido, son
inútiles, porque la tormenta es una tempestad cuya furia sobrepasa todos los
cálculos de los hombres; la fuerza que se mueve en ella es algo misterioso más
allá de la comprensión humana; nuevas fuerzas desconocidas para la física
parecen moverse hoy por el mundo. Todos hablan como si tuvieran una convicción
y una fe; y todos, en su corazón, están convencidos de que nadie tiene el remedio
en el cual puedan confiar completamente los otros y que conjure el peligro.
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París, enero de 1919. Sesión de apertura de la Conferencia de Paz . |
Lo único que se nota invariablemente, en estas reuniones celebradas por una Europa inquieta, es el miedo a la guerra. Sin embargo, cada representante hace todo lo que está en su poder para provocar la guerra. Todos afirman que desean la paz; y podemos creer que la paz es realmente deseada, ya que sin ella todas estas personas deben morir. Pero cada uno quiere la paz en sus propios términos con suministros especiales a su conveniencia. Con toda una serie de verdades cada uno apoya su propio proyecto de paz particular. ¡Pero Ay! La verdad absoluta no es más que una ilusión diseñada para embellecer nuestras vidas. De hecho, hay tantas verdades como intereses. Por esta razón, mientras los hombres traten de establecer la paz sobre la verdad, y no sobre el sacrificio y la abnegación mutua, estaremos condenados a la guerra.
Las empresas benéficas y pacíficas tienen dificultades para
obtener fondos porque estas empresas suelen ser administradas por individuos.
Como la guerra es un negocio de los gobiernos, siempre se pueden encontrar
fondos para su apoyo. Después de que se declaró la paz por última vez, en un
momento en el que todos los recursos parecían agotados, vimos a una serie de naciones
pobres y sin importancia seguir luchando entre sí en Asia Menor; aparentemente
no les falta dinero. Hacer el bien es lo difícil, es difícil entre los hombres,
más aún entre las naciones.
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París 1919. El Comité de los cuatro - George, Orlando, Clemenceau y Wilson- en las negociaciones para la Paz. |
Los comunistas rusos, antimilitaristas y enemigos de la
propiedad como son, mantienen un Ejército Rojo de tamaño cada vez mayor, con el
que aplastar a cualquier pequeña república que desobedezca el despotismo rojo
de Moscú, y, cuando sea el momento oportuno, para invadir Polonia y otros
estados fronterizos.
Los alemanes conservan intacta su clase guerrera, y es una
grande.
Inglaterra está buscando lo que sea de su interés, nada más.
Todo el mundo sabe, por supuesto, que Dios creó el resto del mundo para que
Inglaterra pudiera tener colonias.
Francia, al ver que su enemigo eterno sigue intacto y aun
amenazándola desde su propio patio, permanece en guardia, dispuesta a atacar para
no verse otra vez en la misma situación de incesante ansiedad que vivió durante
cuarenta y cuatro años.
Las naciones toman sus asientos en las mesas de conferencias
de la misma manera que lo hacen los toscos jinetes de ciertas tierras desérticas
de América del Sur, que se sientan a hablar y tomar una copa en la mesa de la
taberna, mientras mantienen sus revólveres en el cinturón, un dedo en la funda.
De repente, hay un estallido general y todos están disparando contra todos los
demás, mientras que nadie sabe exactamente quién comenzó la pelea.
No veo paz en esta Europa que se reúne constantemente para buscarla. Europa cree que debe ganar con palabras, pero en los pensamientos que se esconden detrás de las palabras, Europa no aparenta ni el más mínimo sentimiento verdaderamente cristiano.
por VICENTE BLASCO IBÁÑEZ, 1922